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La peña del descalabro y el club de la desilusión

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«En la caja de herramientas de los dictadores hay varias estrategias conocidas: argüir fraude, negar la derrota y usar la maquinaria del gobierno para revertir los resultados electorales cuando no les favorecen».

Andrew Higgins, The New York Times

Fechas como la de hoy no pueden ni deben pasar inadvertidas: un 15 de noviembre, pero del año 1953, bajo los auspicios de la Corporación Radiofónica de Venezuela (Coraven), inició oficialmente sus transmisiones Radio Caracas Televisión. Se trata de una efeméride de importancia superlativa en la historia de la comunicación social y la cultura de masas venezolana. 54 años después salió del aire porque al chafarote barinés le dio la gana. No le bastaba con la hegemonía mediática, procuraba el monopolio absoluto de la información y el entretenimiento y ello postulaba privarnos de su señal, ¡prohibido olvidar!

Hoy, además, es el tercer domingo de noviembre y, de acuerdo con lo dispuesto por la Asamblea General de las Naciones Unidas, se conmemora el Día Mundial en Recuerdo de las Víctimas de Accidentes de Tráfico. Concluye también el Decenio de Acción para la Seguridad Vial 2011-2020, y, coincidentemente, se celebra, a instancias de la vapuleada OMS, el Día Mundial sin Alcohol: ¡brindemos por ello, ¡hic!,  y  por los santos que hay que venerar en esta jornada dominical: Maclovio, Alberto Magno, Fidenciano, Desiderio, José Mkasa Balikuddembé y Leopoldo el Piadoso (de vaina no escribí López) ¡salud! Podríamos, asimismo, alzar nuestras copas para desear larga vida al recién electo primer mandatario de Estados Unidos, cheers, Joe!, y a Donald Trump, un confortable analgatizaje en el no muy honroso círculo de presidentes norteamericanos no reelectos. Mas, dado su prolongado (ab)uso del derecho de patalear, no sabemos cuándo ocupará su asiento en el cenáculo de la frustración, y ello nos obliga a postergar el brindis.

Trump desafía la transición y se niega con porfía de muchacho malcriado a reconocer la victoria de su oponente. Su reticencia no la  motiva cierta postura marxista (tendencia Groucho),  irónicamente sintetizada en la irónica respuesta de un tal Julius Henry Marx a la invitación a sumar su membresía al Friars Club of Beverly Hills — «Nunca pertenecería a un club que admitiera como miembro a alguien como yo»—, sino mas bien a su condición de número 5 en una restringida lista de fracasados en el intento de conseguir un segundo mandato; y, aunque en la numerología, al 5 se le arrogan propiedades mágicas —no hay quinto malo es «expresión típica y tópica» de la jerga taurina, devenida en proverbio y de ella hizo uso Hemingway en su novela Muerte en la tarde (1932)—, se le endilgan  connotaciones negativas palpables en el  talante y obstinación del  okupa de la Casa Blanca: demasiada inquietud, descontento e insatisfacción, temperamento tenso, impaciencia, arrogancia y toma de  decisiones a la ligera. El pasado miércoles tuiteaba con rotundas mayúsculas WE WILL WIN!, y acusaba a Pfizer de conspirar en su contra al no informar, antes de las votaciones, los avances de la vacuna anticoronavirus —a falta de pruebas, bueno es el berrinche —. Es seguramente insensato aferrarse a herméticas simbologías, pero las brujas vuelan y Satanás convenció a todo el mundo de su inexistencia, ¡ah, la lucidez de Lucifer!

La peña del descalabro la inauguró Herbert Hoover. Republicano como el patán pelirrojo, Hoover no supo medir las consecuencias del crack de Wall Street de 1929 ni enfrentar la «Gran Depresión», y fue derrotado de manera aplastante por Franklin Delano Roosevelt y el New Deal en 1932, convirtiéndose en el primer presidente en morder el polvo del rechazo en sufragios tradicionalmente ratificatorios. El segundo fue otro militante del partido del elefante, Gerard Ford, quien, chismografía de Washington mediante, no podía mascar chicle y tirarse un peo al mismo tiempo, y llegó al 1600 de la avenida Pensilvania catapultado por  el escándalo de Watergate, para suplir  al renunciante Tricky Dicky Nixon,  pero se estrelló en 1976 contra las aspiraciones de  un manisero de Georgia, Jimmy Carter, convertido, 4 años después, en el tercer socio y único demócrata de la cofradía: su popularidad se había hecho trizas a causa del secuestro, en Irán, de 66 ciudadanos estadounidenses, y de una economía resentida por el alza de los precios del petróleo; por ello perdió la investidura ante un actor de westerns serie «B». El último de los 4 desechados fue George H. W. Bush, en 1992, en razón de sus políticas impositivas, el fin de la guerra fría y la irresistible ascensión de Bill Clinton: ¡es la economía, estúpido!, y no porque, cual se especuló en su momento, a un desajuste del péndulo bipolar atribuible a la candidatura independiente de Ross Perot.

A estas alturas, debemos una explicación al lector porque su paciencia ha de estar colmada con el extenso exordio y la reiterativa atención a la paranoia de Trump. Trataré de simplificar, refiriéndome al contraste entre la singular coyuntura norteamericana, derivada de la presunción presidencial de un fraude electoral planeado y ejecutado desde la oposición, y el carácter estructural de la manipulación de las votaciones consumada de manera permanente por un régimen de facto, el de Maduro, a través de autoridades comiciales supeditadas a su arbitrio, cuya ilicitud de origen y ejercicio concitó el repudio de la comunidad democrática internacional, la cual, incluido el gobierno de Estados Unidos, reconoce a Juan Guaidó, como presidente(I) de la República de Venezuela. Es cuento resabido: la crisis nacional propició condenas y sanciones del gobierno de Trump a un puñado de funcionarios civiles y militares, incursos en crímenes de lesa humanidad o vinculados al terrorismo y el narcotráfico, y una difusa promesa de acciones punitivas dirigidas a desbancar la usurpación —sin excluir el anhelado e ilusorio desembarco en nuestras costas de los U.S. Marines, pues según Mike Pompeo y Elliott Abrams, todas las opciones estaban sobre la mesa—. Y una oposición debilitada y cansada de embestir a molinos de viento, se rindió a los pies del vindicador del supremacismo WASP[i] y sus ejércitos de exterminio, creyendo a pies juntillas en sus amenazas de destronar a Nicolás antes de finalizar el pandémico 2020. Quienes prestaron oídos a tales cantos de sirena se quedaron haciendo cui-cui. Compraron las tesis de un fraude inverosímil y una conjura mediática. Preñados de wishful thinking devinieron en agentes eficientes de la desinformación y difunden todavía insólitas noticias a través de las redes sociales, ¡falsas de toda falsedad!, tal dijo un desarrollista cuando, gracias a la publicidad, Maduro era aduana y no sinónimo de oprobio.

Descartado en el norte ya casi por completo el «robo de las elecciones» —«Con fluidez, sin contratiempos y con garantías», describieron las autoridades estatales los comicios y escrutinios del pasado 3 de noviembre, ha sido titular recurrente de la prensa internacional —  y desacreditada la acertadamente bautizada por Luis Basset «estrategia de la pataleta» (El País, 12/11/20), los dolientes locales del desairado magnate neoyorkino de bienes raíces tienen ante sí la alternativa  de refugiarse en el club de las desilusiones y los sueños rotos a restañar sus heridas, o poner los pies en el aquí y el cerebro en el ahora a objeto de desmontar el timo del 6 de diciembre —ese sí es un fraude cantado con dilatada antelación, entre otros capitostes de la dictamaduro,  por el señor de las armas, Vladimir Padrino… o sea, ¿ves?—. Ello reclama participar, de preferencia presencialmente, en la consulta popular convocada por la legítima Asamblea Nacional y no dejar pasar la oportunidad de —  hago mías las palabras de César Pérez Vivas publicadas el pasado miércoles en este medio (Fe y ciudadanía)— «manifestar nuestra angustia, nuestro dolor, nuestro anhelo de cambio, libertad, bienestar y justicia. Las cosas por sabidas, se callan, y por callarlas se olvidan». Sí, la consulta popular debe ser entendida como respuesta racional y, ¿por qué no? repudio emocional a la monumental añagaza orquestada entre el tsj y el cne para suministrar a la dictadura militar y su fachada civil  un barniz superficial y nada indeleble de legalidad; en este sentido ha de ser asumida como un llamado a la movilización general de la ciudadanía, a fin de contrarrestar los efectos paralizantes del, valga la cantinflérica  redundancia, el excepcional estado de excepción, y de la caprichosa y oscilante cuarentena roja. Nicolás ha anunciado una flexibilización total durante la temporada navideña. No será así. La fingida normalidad por decreto durará lo suficiente para cometer su estafa, no más; si la oposición da señales de reanimación, el gobierno de facto volverá a poner en práctica medidas coercitivas; entonces solo restaría ejercer el derecho a la rebelón. Ojalá y así sea. Tal vez así podamos salir de Maduro sin implorar milagrosas intervenciones extranjeras. Se sabe cuándo comienza una invasión; se ignora cuando concluye. Hasta aquí  las cosas tal cual las siento, veo y padezco. Si no gustáis de mis opiniones, acaso pueda, como el citado Groucho respecto a sus principios, ofreceros otras. Lo pensaré. Ciao y hasta la próxima.


[i] WASP es avispa en inglés, pero también acrónimo de White, anglo-saxon, protestant (blanco, anglosajón y protestante). Se emplea, nos ilustra el Dr. Google, para designar al estadounidense blanco y protestante, con la misma carga excluyente con del término ario utilizado por los nazis; aunque sean albos como la nieve, no son «avispados», entre otros grupos étnicos o religiosos,  católicos, judíos, eslavos, italianos, turcos e hispanos.

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