“Podrán exigir ser juzgados por tribunales imparciales, pero que igual los sentencien a pena capital en presencia de abogados. A sus parientes sugiero no asistir, si no quieren recibir idéntico castigo”.

En una de mis novelas, intitulada Dionisia, sustituí la pena de muerte por el traslado de criminales extremos hacia lugares inhóspitos y casi inaccesibles. Cada una de mis narraciones tuvo una indiscutible carga de ficción, que no dudé podría (al cabo de algunos años) golpearme como realidad. Algunos lectores y hasta críticos buscaron en mis tramas indicios que me inculparan. Jamás hacedores de textos macabros podríamos experimentar todo cuanto nuestros inimputables cerebros dictan, pero la escasez o ausencia de razonamientos procura sustanciarnos expedientes.

No en vano, ajusto a los tiempos que (con cierta exactitud) experimento las motivaciones que tuve para redactar horrores cuando la realidad los superaba sin que muchos lo advirtieran. Escucho, pregunto e incito a las personas para lograr respuestas: no siempre predecibles respecto a los desafíos, propósitos medio ocultos y antojos de los seres humanos que nunca hemos sido.

Trasmuto la trama de Dionisia a la realidad que no me sorprende vivir, pero cuyas abominaciones obligan a pensar en reparos. Estoy persuadido: los hombres y mujeres que mantienen la dominación política cívico-militar en el territorio donde nací no merecen la pena de muerte, sino un castigo superior: próximo a eso que se presume moralmente inaceptable.

Quienes pujan a favor de negociar con esos malnacidos son idiotas extremos o cómplices. No puede una horda de salvajes asaltar el poder para alevosamente matar a ciudadanos, e inspirar compasión en alguien que no sea hipócrita. Los que hicieron y quienes todavía infligen daño a nuestra nación venezolana deben ser detenidos mediante el uso de la fuerza letal. En el curso de la gesta libertadora, los rendidos deberían ser conducidos a sitios apartados de la civilización: donde bestias salvajes pudieran consumir sus cuerpos.

La burocracia mayor internacional observa, inmutable, cómo una casta inicua comete atrocidades con asombrosa impunidad. Estaré vivo cuando nuestros destacadísimos genocidas sean perseguidos, capturados y muchos de ellos pasados por las armas. Previos juicios públicos y breves, es viable que les apliquen la pena de muerte que será insuficiente.

(@Jurescritor)

https://www.academia.edu/35688144/DIONISIA_NOVELA_POR_A._J._URE_DIGITALIZADA_2018_.pdf


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