Todo futuro emigrante que llega a esa determinación como resultado fundamental de decisiones individuales, deliberadas y racionales como intento de mejorar su situación, antes de emprender la aventura de ausentarse de su país se detiene a pensar en el posible o los posibles sitios dónde ir a vivir. El clima, las condiciones económicas, la cultura, el idioma, la hospitalidad y otros argumentos son los analizados para definir el destino final; sin embargo, ninguno es tan determinante como el hecho de tener a alguien que lo pueda asesorar, recibir, ubicar, encaminar, darle, en definitiva, abrigo y sustento hasta poder valerse por sí mismo con una estabilidad laboral y adecuada adaptabilidad.
Este procedimiento de gran importancia en los temas demográficos y de desplazamiento de personas se vincula con la denominada “cadena migratoria”, que «hace referencia a la transferencia de información y apoyos materiales que familiares, amigos o paisanos ofrecen al potencial inmigrante para decidir su viaje […] pueden financiar en parte el viaje, gestionar documentación y empleo, conseguir alquiler de una vivienda, etc.». (Malgesini & Giménez) (2000: 57).
Posteriormente, el nuevo inmigrante, inducido por el mismo trato que recibió, asistirá de igual manera a otros coterráneos y amigos.
Como resultado de este fenómeno migratorio se presenta otro peculiar y también interesante en todos los países receptores, que consiste en la concentración en pequeños espacios geográficos de comunidades de la misma procedencia, dando lugar a la formación de enclaves étnicos, religiosos u originarios del mismo país. La más destacada es la de chinos, los más numerosos, que tienen importantes zonas y hasta urbanizaciones y barrios en grandes ciudades como San Francisco, Los Ángeles y otras ciudades del oeste estadounidense, amplia costa de entrada desde China atravesando el Pacífico, así como de capitales europeas como Madrid, Londres y París, y muchísimas otras ciudades del mundo. A manera de ejemplo particular, se tiene el caso de una buena presencia de venezolanos en Doral, una municipalidad en el condado Miami-Dade, Florida, Estados Unidos, a la que se le ha designado incluso el apelativo de Doralzuela. «Los venezolanos siguen siendo los números uno en el mercado inmobiliario de Miami, sobre todo en Doral y en los nuevos proyectos» de construcción, dijo Sandra Benedetti Olivo, gerente de la compañía de bienes raíces First Service Reality. (Fuente: http://www.miamidiario.com/).
Venezuela ha sido durante toda su historia una nación fuertemente receptora de inmigrantes, que ha visto ingresar a través de sus fronteras desde inicios del siglo pasado un alto flujo desde los países vecinos y lejanos de América Latina y el Caribe, así como europeos y asiáticos. Desde hace 10 años la balanza migratoria venezolana ha cambiado para convertirse en una nación netamente generadora de emigrantes, repentinamente y en alta cantidad (para finales de 2018 alcanzaba 3,8 millones según Acnur), de tal manera que el desplazamiento de venezolanos al exterior ha sido calificado de diáspora o éxodo.
Este peculiar vertiginoso fenómeno migratorio no ha permitido, hasta los momentos, que se desarrolle una verdadera cadena emigratoria como se ha presentado en otras oportunidades. En Venezuela el gran volumen de inmigraciones de colombianos, bolivianos, ecuatorianos, españoles, italianos, portugueses y árabes ha tenido como factor común el contacto previo con coterráneos, familiares y amigos que estando en el país han sido guías y a través de los años han promovido la llegada, el establecimiento y la incorporación a la sociedad venezolana.
La ola emigratoria de venezolanos en la última década se ha caracterizado por el fuerte y vehemente deseo de emigrar, lo cual ha dado como resultado que muchos se aventuraran a partir sin tener certeza de lo que les espera, la expresión “me voy y después me las arreglo como sea”, ha sido el slogan de muchos que partieron a Estados Unidos, Europa, Colombia y otros países latinoamericanos. Esta hazaña de emprender esta andanza desconocida, porque para muchos era la primera vez que salían del país, representa gran riesgo y peligro, objeto de sacrificios económicos, físicos, mentales y hasta morales. Muchos de los venezolanos que se marcharon son considerados por los estudiosos de estos temas como “pioneros”, los primeros emigrantes de su grupo, desorientados y sin ayuda alguna, sin los contactos previos con personas residentes en el país destino, eso dificulta fuertemente la situación tanto para el inmigrante venezolano como para el país receptor. Si es sumamente difícil iniciar una vida en otro país con la ayuda, es decir, el respaldo y la colaboración de alguien, será mucho, pero mucho más difícil sin ella.
Los pioneros son los que más sufren porque se tienen que adaptar sin ninguna preparación previa, sobre todo si requieren aprender otro idioma. Ellos serán, si se mantienen y superan los obstáculos en su nueva estancia, los iniciadores de la cadena migratoria, los futuros líderes de su nuevo grupo inmigrante, de su particular comunidad de venezolanos, porque tendrán las claves de la inserción en la sociedad receptora. Todo esto siempre y cuando siga en vigor y con toda su fuerza la diáspora.
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