OPINIÓN

La paz y la guerra

por Francisco González Cruz Francisco González Cruz

La Virgen de la Paz, monumento en el estado Trujillo

La paz es un estado personal o social de sosiego y serenidad, dónde se vive sin sobresaltos y se respeta al otro, parafraseando a Don Benito Juárez. Existen conflictos pero se resuelven conversando, mediando o a través de  juicios justos y oportunos.

La paz es un tanto aburrida, por eso la humanidad ha inventado actividades sanas que le den adrenalina a la vida, aunque muchas de esas alternativas, la mayoría de ellas deportivas , llegan a ser batallas personales o de equipos y sus fanaticadas.

Por eso el símbolo de la paz es una sencilla y blanca palomita con una ramita de olivo en su pico. La Virgen de La Paz es una advocación de la madre de Jesús de Nazareth que se usa frecuentemente y es la patrona de mi tierra trujillana, «Tierra Santos y Sabios» y «Tierra de Caudillos», y lugar donde se levanta el elegante Monumento a la Paz Mundial con la figura de la Virgen. Por cierto, en su celebración patronal del pasado 24 de enero una de las misas fue celebrada por el obispo castrense de las Fuerza Armada Nacional Bolivariana.

La guerra en cambio es adrenalina pura, sobresalto permanente, vivir en guardia, tener enemigos y los conflictos se dirimen a la fuerza, para luego de grandes pérdidas humanas y materiales, imponerse uno de los contrincantes e instaurar la paz de las cárceles y los cementerios, o ir a conversaciones para volver a la paz y al sosiego.

Por eso la guerra se impone atractiva con el mayor despliegue de adornos, quincallería y  símbolos. Recordemos a Rubén Darío:

«Ya viene el cortejo!

¡Ya viene el cortejo! Ya se oyen los claros clarines,

la espada se anuncia con vivo reflejo;

ya viene, oro y hierro, el cortejo de los paladines.

 

Ya pasa debajo los arcos ornados de blancas Minervas y Martes,

los arcos triunfales en donde las Famas erigen sus largas trompetas

la gloria solemne de los estandartes,

llevados por manos robustas de heroicos atletas.

Se escucha el ruido que forman las armas de los caballeros,

Los frenos que mascan los fuertes caballos de guerra,

Los cascos que hieren la tierra

y los timbaleros,

que el paso acompasan con ritmos marciales.

¡Tal pasan los fieros guerreros

debajo los arcos triunfales!

 

Los claros clarines de pronto levantan sus sones,

su canto sonoro,

su cálido coro,

que envuelve en su trueno de oro

la augusta soberbia de los pabellones.

Él dice la lucha, la herida venganza,

Las ásperas crines,

los rudos penachos, la pica, la lanza,

la sangre que riega de heroicos carmines

la tierra;

de negros mastines

que azuza la muerte, que rige la guerra.

 

Los áureos sonidos

anuncian el advenimiento

triunfal de la Gloria;

dejando el picacho que guarda sus nidos,

tendiendo sus alas enormes al viento,

los cóndores llegan. ¡Llegó la victoria!

 

Ya pasa el cortejo.

Señala el abuelo los héroes al niño.

Ved cómo la barba del viejo

los bucles de oro circunda de armiño.

Las bellas mujeres aprestan coronas de flores,

y bajo los pórticos vense sus rostros de rosa;

y la más hermosa

sonríe al más fiero de los vencedores.

¡Honor al que trae cautiva la extraña bandera

honor al herido y honor a los fieles

soldados que muerte encontraron por mano extranjera!

 

¡Clarines! ¡Laureles!

 

Los nobles espadas de tiempos gloriosos,

desde sus panoplias saludan las nuevas coronas y lauros

las viejas espadas de los granaderos, más fuertes que osos,

hermanos de aquellos lanceros que fueron centauros.

Las trompas guerreras resuenan:

de voces los aires se llenan…

 

A aquellas antiguas espadas,

a aquellos ilustres aceros,

que encaman las glorias pasadas…

Y al sol que hoy alumbra las nuevas victorias ganadas,

y al héroe que guía su grupo de jóvenes fieros,

al que ama la insignia del suelo materno,

al que ha desafiado, ceñido el acero y el arma en la mano,

los soles del rojo verano,

las nieves y vientos del gélido invierno,

la noche, la escarcha

y el odio y la muerte, por ser por la patria inmortal,

¡saludan con voces de bronce las trompas de guerra que tocan la marcha triunfal!…»

La paz genera bienestar duradero y una economía sana con base en el trabajo cotidiano de cada quien en lo suyo, generando con su esfuerzo bienes y servicios que satisfacen las necesidades humanas, en empresas personales, familiares o en corporaciones, la mayoría en un clima de respeto.

La guerra en cambio genera una economía muy dinámica dónde todo el mundo está orientado, por las buenos o por las malas, a producir para el frente de batalla, pues por muy electrónica que sea requiere toda esa parafernalia de vistosos uniformes cargados de medallas, de armas, transportes y demás, donde también cuentan los cementerios,  hospitales y campos de concentración.

La paz debería ser lo normal, pero hasta la escuela se encarga de meternos desde pequeños que el proceso histórico ha sido  una secuencia de guerras, invasiones y batallas, y no el largo y callado proceso de la perfectibilidad humana. Y los héroes a imitar son los de uniforme militar, no la rústica ropa del labrador, o el vestido de mujer del hogar, o la bata del maestro y de tantos y tantos oficios que son los verdaderos constructores del bienestar.

Volviendo a mi estado Trujillo, en su himno hay una estrofa que desde niño me intriga:

«Oh Trujillo! El Pendón de la Patria

que a las armas los libres llamó

como un ángel radiante en justicia

en tus campos ilustres brilló»

Jamás las armas nos harán libres. La libertad es hija del trabajo decente de cada persona humana, para ello se necesita paz.