La “Paz Total”, el proyecto más ambicioso y también el más estrafalario del presidente Gustavo Petro se ha convertido a una medusa difícil de asir. El ser el proyecto más ambicioso no lo descalifica, por el contrario. Todo mandatario debe aspirar a utilizar el poder que concentra en sus manos para acometer tareas de enorme trascendencia y estamos de acuerdo en que aspirar a pacificar a Colombia es el objetivo más plausible de todos.
Solo que un proyecto de tal calado que no ha sido diseñado con el mayor detalle, que no ha tomado en consideración los aprendizajes ya efectuados por el país y que no está siendo monitoreado con cuidado superlativo para evitar desviaciones y adaptarse a las circunstancias particulares de los actores y del momento, tiene todos los números para desviarse de su norte y encallar irremisiblemente.
El primero de los grandes errores es pretender mantener al unísono 8 negociaciones en pie a varias bandas. El equipo que lo maneja por el lado gubernamental está desbordado y confundido. Los actores del otro lado del gobierno en el despliegue de sus acciones criminales y terroristas están inspirados por objetivos distintos, por lo que el accionar de cada grupo violento es profundamente diferente del otro. Estos acuden a negociar con los representantes de la institucionalidad con un norte estratégico no necesariamente coincidente. Otro tanto ocurre con el historial de crímenes y de ejecutorias ilegales de cada uno de ellos, con su manera de concebir su propia estructura de mando, con el poder que su cúpula ejerce sobre cada uno de los frentes que lo componen. Es mas que evidente que el ELN no se parece en nada a la Nueva Marquetalia, ni esta tiene nada en común con las Ejército Gaitanista del Pueblo, o las Bandas Criminales de Buenaventura. Los 8 diálogos operan con condiciones diferentes. Solo un ejemplo muy diciente: unos han acordado “ceses al fuego” y otros no. Y lo único que tienen en común los grupos negociadores es su empeño en mantener el control territorial con que cuentan por ser esta una herramienta esencial del proceso negociador.
El concepto de “paz total”, por plausible que parezca, está viciado desde su nacimiento. No hay una partitura por parte del gobierno y por ello lo que prela es la improvisación. Ello limita los avances, los vuelve tortuosos y fortalece a la contraparte negociadora. Un detalle de relevancia es el hecho de que el proceso negociador debía haber arrancado por la aprobación de una Ley de sometimiento a juicio que ni siquiera ha sido presentada al Congreso. No es difícil entender que sin pautas mínimas no es posible avanzar.
Si desde afuera se analiza uno solo de estos procesos, el del ELN, es fácil notar que éste es el que más pronto se desearía cerrar pero, a la vez, es el que más complejidades presenta: dentro de sus filas opera una fractura interna de mucho calibre y carece de un vocero calificado que aglutine. Del lado del gobierno se hacen constantemente declaraciones extemporáneas e inconvenientes de entes no autorizados. No parece que el ELN tenga disposición alguna a dejar las armas y, si lo anterior fuera poco, el grupo insurgente cuenta con el apoyo irrestricto del gobierno venezolano no solo en lo atinente a sus actividades terroristas y criminales sino en el terreno del tráfico de sustancias ilícitas. Y el régimen venezolano actúa paradójicamente como facilitador del proceso pacificador. Es decir, paga y se da el vuelto.
No hay tal cosa como una gerencia eficiente a nivel de la oficina del Alto Comisionado para la Paz lo que contribuye a que el proceso pueda calificarse de caótico. Gustavo Petro, además, quien debería reservar su participación para el final del trayecto, o para intervenir para dilucidar o componer entuertos en el camino, actúa a cada paso, a su guisa y dependiendo de su humor, ocasionando impasses continuos y provocando tensiones innecesarias.
Así que son muchos los elementos que intervienen en que la falta de avances sea notoria y apenas quedan dos años de gobierno. Sin resolver cada uno de ellos, pensar en “paz total” es una quimera. Tal como está siendo concebido no es posible que se produzca un final feliz en mucho tiempo, sin contar con que la falta de instrumentación de los acuerdos alcanzados en 2016 en el acuerdo de Paz de la Habana por parte de los gobiernos de Ivan Duque y del actual suscitan, la desconfianza en los grupos negociadores.
Para terminar de enredar una senda que per se es en extremo delicada, de un tiempo a esta parte Gustavo Petro exhibe su pasado guerrillero con orgullo y ondea la bandera de los alzados en armas. Cuesta a veces entender de cuál lado se ubica el presidente.
La conclusión es, pues, que si bien los colombianos desearían por fin vivir en paz, las condiciones para acercarse al objetivo no se van dando.