La paz es fundamento esencial del bien común, en especial en un dominio nacional. Pero la palabra paz debe tener un significado auspicioso para que no se convierta en una palabra hueca, en una palabreja de ocasión, que los poderosos manosean como moneda de intercambio.
Sin justicia no hay paz. Una afirmación tan reiterada, se hace evidente cuando una nación ha sido víctima del despotismo y la depredación del poder. Una realidad tan terrible no puede ser ignorada, con el pretexto de una falsa reconciliación. La justicia no es venganza. Es vital para que pueda construirse un Estado de Derecho, que procure la paz.
No puede haber paz con la criminalidad organizada y fusionada con el poder establecido. La experiencia de tantos países lo demuestra hasta la saciedad. Como tampoco puede haber paz con el desprecio a los derechos humanos.
La paz no es la mera ausencia de conflictos. Es la consecuencia de una disposición al respeto del derecho ajeno, como decía Benito Juárez; al gran valor de la convivencia aceptando las diferencias; a la voluntad de hacer el bien y luchar contra el mal, en los términos del derecho, del sentido común y de la fe trascendente.
Esa es la paz que se necesita. Y hay que buscarla con esfuerzo y firmeza. La paz de la retórica maliciosa e insidiosa no es paz, sino destrucción disfrazada de paz. Nadie quiere eso, salvo los interesados en el continuismo y la impunidad.
La paz necesaria no vendrá por ósmosis, ni brotará del arrepentimiento sincero. Hay que luchar con todas las fuerzas para alcanzarla y mantenerla.