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La parábola de la víbora

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Ortega Nicaragua Daniel Ortega ONG

El cardenal Miguel Obando y Bravo fue uno de los grandes personajes de la Iglesia nicaragüense.

Se hizo famoso cuando recorrió durante veinte horas los barrios pobres de zonas devastadas por el terremoto de 1970.

Caminaba con una sotana blanca, «sucia y raída por los escombros, auxiliando y dando absoluciones a las víctimas del desastre». Luego apoyó al Frente Sandinista en su lucha contra el dictador Somoza. Con Daniel Ortega, el mayor dirigente, tuvo una relación ambivalente, caótica; unas veces lo respaldaba y otras denostaba. En una célebre homilía pronunciada en 1996 narró la parábola de la víbora.

En clara referencia a Ortega –a quien consideraba falso y desleal– contó la historia de dos personas que caminaban por la campiña y encontraron una serpiente que moría de frío. El más bondadoso la cargó, abrazándola para proporcionarle calor y salvar su vida, a pesar de que su amigo pidió que no lo hiciera porque podía morderlo.

El buen samaritano no lo escuchó, levantó al ofidio y estrechó en sus brazos; segundos después sintió el hincón de los filosos colmillos y falleció.

Ortega, iracundo, respondió a la homilía llamando a monseñor Obando «capellán del somocismo, fariseo que ensucia la palabra de Cristo», y este respondió calificándolo de «serpiente que vive, mata y muere escupiendo veneno».

Después se amistaron y en esta extraña relación, en marzo de 2016 Ortega promovió una ley que proclamó al sacerdote «Prócer Nacional de la Paz y la Pacificación».

El papa Francisco debe haber recordado la parábola de la víbora al calificar a Ortega como sujeto «desequilibrado», comparando su gobierno con la dictadura comunista de 1917 o la hitleriana del 25.

Asimismo, protestó porque magistrados serviles al régimen condenaron a 26 años de prisión al obispo de Matagalpa, monseñor Rolando Álvarez, porque no aceptó salir deportado por «traición a la patria», previo retiro de su nacionalidad, como hicieron con 340 opositores, a quienes confiscaron sus propiedades.

La escalada contra la Iglesia no tiene precedentes en la historia moderna del hemisferio. Policías y bandas paramilitares allanan templos y detienen sacerdotes.

La penúltima víctima fue el presbítero Óscar Danilo Benavidez, párroco de la iglesia del Espíritu Santo del municipio de Mulukukú, condenado a ocho años de prisión por «conspirar y propagar noticias falsas del Estado».

En esta insana persecución, el Gobierno deportó a las monjas de la congregación religiosa Misioneras de la Caridad Santa Madre Teresa de Calcuta, que realizaban una admirable acción social en beneficio de los pobres y, en marzo de este año, expulsaron al Nuncio Apostólico, monseñor Waldemar Stanislaw Sommertag, provocando la indignada protesta del Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño (Celam) y de 25 expresidentes hispanoamericanos del Grupo IDEA.

Ortega también dispuso que se cancele la membresía de las universidades católicas Juan Pablo II y Cristiana Autónoma de Nicaragua, así como de la Fundación Mariana de Lucha contra el Cáncer.

La víbora que gobierna Nicaragua también es responsable del asesinato de 380 personas y que 150.000 nicaragüenses huyan de la represión desplazándose o solicitando asilo en Costa Rica, según revela la Agencia para Refugiados de Naciones Unidas (Acnur).

Además, 3.000 ONG fueron cerradas, así como 23 radios y canales de televisión, mientras 120 periodistas tuvieron que exiliarse y seis están en prisión.

Pregunto: ¿debemos mantener relaciones diplomáticas con un régimen siniestro que viola sistemáticamente los derechos humanos? ¿No estamos, así, contribuyendo a legitimar una dictadura maligna? Pienso que la diplomacia debe afirmarse en principios y valores democráticos. Un buen paso sería, por tanto, suspender relaciones con Nicaragua mientras ese país lo gobierne un sátrapa.

Luis González Posada es abogado y político peruano.

Artículo reproducido por el Instituto Interamericano para la Democracia

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