Durante un tiempo que nos ha sabido a eternidad hemos estado atrapados, desde la mañana hasta la noche, por una telaraña de palabras (coronavirus, infodemia, resiliencia, covid-19, conspiranoia, confinamiento, sanitarios, vacuna), que no hacen sino recordarnos cada segundo que estamos sumidos en una pandemia. Los terrícolas vivimos dentro del pánico y la incertidumbre acerca del origen del coronavirus, de su posible evolución y duración, de la efectividad y disponibilidad de la vacuna y un más o menos largo etcétera, al que se han sumado varias versiones conspirativas que, cada una a su manera, tratan de convencernos de que por detrás del coronavirus hay un Gran Hermano (Orwell) más sofisticado, que trata de dominar al mundo, sometiendo a los humanos a su absoluto control, a través de un virus creado en tal o cual laboratorio, respondiendo al interés de quién sabe qué país, quién sabe cuáles grupos económicos, de lo cual sería prueba la evidencia de que, en medio de la pandemia, los ricos se han vuelto más ricos y la desigualdad ha aumentado. Estaríamos, entonces, ante una tiranía global que, valiéndose de las nuevas tecnologías tendría la capacidad de vigilar y manipular a todos los habitantes del planeta, en nombre de un Nuevo Orden Global, cuyo anticipo es la mascarilla que nos ponemos, que en realidad es la metáfora de un bozal.
Hay, pues, versiones para casi todos los gustos, no solamente distintas, sino hasta contradictorias, lo que en buena parte se explica, en gran medida, porque la cultura de la posverdad se ha vuelto un rasgo distintivo de la sociedad mundial de hoy en día, y no escapa a la acción de algunos gobiernos, que han ocultado los datos o los han manipulado.
En esta infodemia, como ha sido denominada, las noticias falsas se expanden con más velocidad que el virus, como señaló la misma ONU, creando, como cabe esperar, una gran desconfianza y afectando el manejo del gran problema que tenemos entre manos.
Lo cierto es, así pues, que el planeta fue sorprendido fuera de base. En este sentido, creo que nadie describió mejor la perplejidad de la gente ante lo sucedido que Clarke Smith, un niño de apenas 9 años, con un pequeño texto enviado a The Washington Post, que le pidió a sus lectores que manifestaran su opinión al respecto : “Es como si vas a cruzar una calle, miras con cuidado, ves a ambos lados y, de repente, te atropella un submarino”.
El mensaje del virus
Según vienen registrando diversos estudios desde hace varios años, nos encontramos en una crisis sistémica, no coyuntural, puesta de manifiesto en varias dimensiones, de enorme gravedad por su origen común y porque es simultáneamente ambiental, energética, alimentaria, social, económica, política…. Todas estas crisis se encuentran abiertas, se han acelerado, se superponen, se mezclan y refuerzan en el marco de un proceso de globalización que carece de la institucionalidad capaz de garantizar su gobernabilidad, dado que las fuerzas económicas son globales y los poderes políticos, no.
Se trata de crisis que sobrepasan el conocimiento a la mano, descubriendo lo poco que sabemos en relación con catástrofes que son consecuencia de acciones eslabonadas, interacciones inéditas y complicadas, amén de la debilidad institucional en lo que se refiere a la gobernanza del mundo, mientras que luce como si dependiéramos de viejas recetas. Como deja ver una frase de Mario Benedetti, pensada en otras circunstancias, claro, vale decir, entonces, que “cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto cambiaron todas las preguntas”.
Así las cosas, debemos aceptar que no estamos experimentando un nuevo ciclo recesivo del sistema capitalista, como, por ejemplo, la última crisis financiera de hace poco más de una década, sino que el patrón del desarrollo y el progreso ha encontrado su límite. El prestigioso académico norteamericano Kenneth Boulding afirmó hace al menos dos décadas que “quien crea que el crecimiento exponencial puede durar eternamente en un mundo finito, o es un loco o es un economista”. En otras palabras, encaramos lo que algunos han calificado como una “crisis civilizatoria” que interpela al sistema capitalista como modelo en todos los planos de la vida colectiva. Hay, por tanto, que revisar nuestras prioridades y diseñar mejores formas de vivir en la Tierra.
Estos tiempos son nublosos, son pocas las certezas con las que contamos. La pandemia puso de manifiesto la Sociedad del Riesgo, como diría Beck, sociólogo alemán, y está poniendo por delante la perentoria necesidad de repensar el mundo y la necesidad de transformarlo.
Lo señalado anteriormente ocurre, además, en un contexto de las radicales transformaciones tecnológicas que configuran la llamada cuarta revolución industrial, sustentada en la fusión de los mundos físico, digital y biológico. Se trata de tecnologías disruptivas de enorme impacto como lo muestra, por decir algo entre muchas evidencias, la evolución en el campo de las neurociencias. Por poner solo un ejemplo, la combinación de cambios en el ámbito de la inteligencia artificial y de la biotecnología no solo permitirá interpretar la información que surge de nuestra vida cotidiana, privada, sino también manipular nuestras emociones y comportamientos.
En definitiva, ignoramos el formato en que va a ir teniendo lugar, dejado hasta ahora casi exclusivamente en manos de las grandes empresas y sus particulares objetivos. Resulta indispensable, entonces, ir creando nuevos esquemas de análisis, a partir del trabajo sinérgico entre las ciencias sociales y humanas y las ciencias naturales, con el objetivo de hacerle frente a las interrogantes que emergen, dando pie a dudas de todo tipo. En este sentido cabe resaltar la importancia de las ciencias sociales, de alguna manera dejadas de lado, para responder las preguntas que surgen y redactar un nuevo libreto que ayude a despejarlas, de acuerdo con códigos inspirados en valores relacionados con el bien de una especie en riesgo, la humana, como lo ha manifestado el profesor Jeremy Rifkin.
Somos terrícolas
Boaventura Dos Santos sostiene que “el virus es un pedagogo que nos está intentando decir algo. El problema es saber si vamos a escucharlo y entender lo que nos está diciendo”.
En virtud de lo expresado en las líneas anteriores, la aspiración no puede ser, como a veces parece creerse, la vuelta a la normalidad, dado que esta es la causa que sacó al aire la situación que encaramos y que seguir como hemos venido andando desde hace varias décadas es suicida, dicho sin exagerar. Por otro lado, se trata de una tarea que debe emprenderse mediante la unidad de todos. Si no actuamos unidos, los problemas que nos afligen escaparán de nuestro control. Con razón, el papa Francisco advierte que “la pandemia no se termina hasta que termina en todas partes. La pandemia nos ha recordado que nadie se salva solo. Lo que nos une a los demás es lo que comúnmente llamamos solidaridad. La solidaridad es más que actos de generosidad, por importantes que sean: es el llamado a aceptar la realidad de que estamos atados por lazos de reciprocidad. Sobre esta base sólida podemos construir un futuro humano mejor y diferente”.
El mundo está interconectado, pero no unido. Todavía no asumimos nuestra condición de terrícolas, no admitimos que las relaciones humanas estén en el centro del asunto y que se deben organizar medidas colaborativas y un amplísimo espacio de lo común, de lo que es de todos. Tal como dije arriba, es una obligación debida a nuestra mutua interdependencia en el seno de la globalización. Por eso, la administración de la vacuna, de manera de que llegue a todos, será, sin duda, una prueba de que estamos entendiendo bien lo que está pasando, sin caer en la defensa de intereses geopolíticos o económicos que, en ocasiones, se observan.
Por ultimo, pero no de último, ojalá este evento de la pandemia pueda servir para resolver el que es sin duda el problema más difícil que enfrenta la humanidad, el del cambio climático. Que sirva, según han señalado muchos, como un ensayo global que es útil para resolver a tiempo (el reloj ha corrido más de la cuenta) un asunto tan complejo y tan descuidado, que se ha postergado en función de conveniencias que no son, desde luego, las de todos.
Hay que estar alertas, por tanto, de que, pasado el susto, se eche mano de las inercias que nos trajeron hasta acá, con relación a lo cual empiezan a verse preocupantes evidencias, Recordar que somos terrícolas, que tenemos un destino común y que debemos humanizar nuestra convivencia según los valores de la libertad, la solidaridad y la igualdad, reinterpretados desde los escenarios que nos ha generado el coronavirus.