«…hay ocasiones en que me pongo a imaginar lo que podría ser este mundo si todos abriésemos las bocas y no callásemos mientras…» José Saramago. Ensayo sobre la lucidez.
De nuevo, con una carga mágica, es colocada sobre el tapete. Se le enarbola y compite con otras frases pronunciadas por quienes exigen y apuestan por una pronta salida a la terrible crisis que padecemos. Elecciones, sin más, una palabra que aparece enfrentada a otras, como intervención o ayuda extranjera, rebelión o golpe militar y explosión social, en tanto proceso que por sí solo podría llevar al cambio político. Se ponderan y exaltan sus virtudes como mecanismo democrático por excelencia para resolver cívica y pacíficamente el actual conflicto venezolano mediante el voto popular. En algunos casos, sin embargo, ese mecanismo es sobrevalorado al no sopesarse debidamente ciertas circunstancias de gran relevancia que lo marcan y condicionan de modo significativo. Como si solo bastara, en lo fundamental, llamar y hacer elecciones de cualquier modo, sin cuestionar la usurpación del poder y sus graves consecuencias, para emprender la tan ansiada normalización o estabilización de la vida política nacional.
Es muy desalentador cuando se percibe que esa sobrevaloración de las elecciones transmite la sensación de una posición acomodaticia en cierto sector de la dirigencia política opositora; cuando se tiene la impresión de que por comodidad u otra razón éticamente inaceptable se pretende reducir la lucha política a lo electoral, descartándose o minimizándose las denuncias y protestas contundentes contra los responsables del gran desastre que sufrimos en el país; cuando además es manifiesta la intención de renunciar a la confrontación para exigir determinadas condiciones y garantías electorales establecidas en las leyes y en el texto constitucional que se empeñan en desconocer inescrupulosamente quienes ejercen el poder.
Lo más terrible que pudiera ocurrirnos hoy es que por cansancio, desesperación o miedo a perder más espacios, decidiéramos entrar en la dinámica de ese juego electoral perverso del régimen opresor, convalidando sus arbitrariedades, bajando los brazos y asumiendo que es posible, no obstante, sacarle provecho o salir victoriosos como en el año 2015. Rememoremos lo sucedido con las elecciones fraudulentas de 2018 y sobre todo el contexto en el cual se dieron las mismas. Hagamos un análisis sereno, objetivo y completo del caso para determinar si hubiéramos podido obtener unos resultados favorables con todo lo que tenía en contra la oposición: con algunos de sus principales partidos desmantelados e ilegalizados arbitrariamente, una brutal persecución y represión contra sus dirigentes, centenares de presos políticos, una población muy golpeada, desencantada y desmovilizada, una enorme desinstitucionalización encabezada por la inconstitucional e ilegítima ANC, un CNE y un TSJ obsecuentes al Ejecutivo, descarada violación de la Ley Orgánica de Procesos Electorales y la Constitución por parte del régimen de Maduro…
Algo más para aclarar el punto, no se trata de renunciar a la búsqueda de una ruta electoral. Es preciso inscribirla e impulsarla, de una manera más clara y contundente, en el marco de una lucha política de mayor alcance que tenga entre sus propósitos primordiales el logro de unas condiciones mínimas que nos permitan participar y elegir en un proceso ajustado a los preceptos de nuestra carta magna, sin que priven y sean determinantes las truculencias y los abusos de quienes hoy en Venezuela ejercen ilegítimamente el poder y procuran conservarlo indefinidamente de cualquier manera. Es fundamental que perseveremos y profundicemos la lucha en esa dirección.
¡Nuestro país exige y necesita urgentemente unas elecciones presidenciales verdaderamente libres!
@eleazarnarvaez