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La palabra devaluada

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La vida política venezolana ha sido lesionada severamente por una falta de autenticidad del liderazgo. La ruptura entre la palabra y la conducta de los actores políticos genera una profunda decepción en la ciudadanía, que termina rechazando esta  actividad, fundamental,  en el desarrollo de la vida social. La autenticidad constituye una característica esencial del liderazgo. La coherencia entre el pensamiento, el discurso y la conducta son elementos constitutivos  de la confianza, sin la cual no existe liderazgo.

La política como arte y como ciencia requiere una comunicación permanente entre los dirigentes y los ciudadanos. Esa comunicación se adelanta con el uso del lenguaje, de la palabra hablada y escrita. A través de ella transmitimos nuestras ideas, proyectos, decisiones, propuestas, sentimientos y angustias. Es decir la ciencia se hace realidad, en parte a través de la palabra, y en parte,  en las ejecutorias concretas de la vida pública.

La palabra es, entonces, la clave para tocar la mente y el corazón de las personas. Hacer uso honesto, sensato y racional de la palabra constituye un deber insoslayable para una persona dispuesta a asumir un liderazgo en el seno de una sociedad determinada. Una persona sincera, de rectas intensiones, no puede pronunciar palabra para engañar, mentir, agredir y calumniar. En política el uso inadecuado de la palabra termina devaluando su valor, tergiversando y vaciando su contenido.

El populismo está lleno de discurso vacío, de ofertas engañosas, de palabras pronunciadas para exacerbar resentimientos y pasiones subalternas. La palabra y el discurso político contemporáneo está profundamente devaluado en nuestra Venezuela. Tan devaluado está, que nuestros ciudadanos han terminado por no creer en casi nada, y en casi nadie. Esta anomia afecta severamente a la política como actividad humana, favorece el desarrollo del autoritarismo y desmoviliza a la ciudadanía en su lucha por el cambio político.

Desde los lados del castrochavismo el mal del discurso viciado es más dramático. Se puede afirmar que la palabra allí pronunciada siempre está sesgada, manipulada, envenenada. La mentira es la base de su comunicación. Lo grave es que en sectores significativos de la oposición política se repiten muchos de esos comportamientos.

En la búsqueda del aplauso a primera mano, se recurre a esa práctica sin medir las consecuencias socio políticas de su ejercicio. Veamos algunos casos. El pasado 1  de mayo de 2022, Nicolás Maduro anunció al país “un bono único reparador compensatorio” por la suma de 10.000 bolívares (2.000 dólares para la fecha) para los jubilados entre los años 2018 y 2022.

Lo ofreció como compensación a las medidas coercitivas unilaterales impuestas por la Casa Blanca a nuestro país, que afectaron considerablemente “la vida de los jubilados y jubiladas quienes se fueron con un pago miserable”. Ya de entrada su palabra se pronuncia con el sesgo de la manipulación. Continúa con la excusa de “la Casa Blanca”, “del imperio”. La destrucción del salario, las pensiones y prestaciones sociales no son responsabilidad de su gobierno. La culpa es de otros. Mentira pura y simple. Ausencia de honestidad y sinceridad.

Han pasado tres meses de ese  discurso. El bono no se ha pagado. Hemos apreciado luego las palabras de su entorno anunciando que el pago del susodicho será gradual, y ya se comenta en círculos del mismo gobierno que no se podrá pagar porque no hay dinero para ello.

Palabra vacía, irresponsabilidad suprema. Jugar con la esperanza de la gente. El efecto es demoledor sobre la confianza ciudadana que termina generalizando y colocando en el mismo lugar a todos los dirigentes.

Pero también en sectores de la oposición política se hace uso de la palabra para crear fantasías, para jugar con la esperanza ciudadana.

“Vamos a pagar un salario mínimo de 300 dólares”. “Los educadores deben ganar 2.000 dólares”. Y pare usted de contar afirmaciones lanzadas sin el menor rubor, sin la mínima seriedad para que esa palabra pronunciada se convierta en realidad en plazos perentorios.

Todo ese discurso devalúa el valor de la palabra. Destruye la confianza. Arruina el liderazgo porque mina la confianza y se convierte en caldo de cultivo de la anti política, de la frustración y la desesperanza.

Urge entonces enseriar la política, y para ello hay que comenzar por la palabra. No se puede continuar jugando con la fe del ciudadano, con su anhelo de cambio, con su pobreza y su dolor. Es menester hablar con sinceridad, con apego a la verdad, aunque ella de momento sea dura e impopular. A la vuelta, las personas entenderán que es preferible andar con la verdad por delante, que continuar el ejercicio de la demagogia, la mentira y la manipulación.

 

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