«No importa qué tan difícil sea lo que persigues, conserva ese sueño del primer día. Este te mantendrá motivado y te rescatará de cualquier pensamiento débil»

Suele ser virtualmente lugar común escuchar la frase de que la paciencia en política, es una virtud escasa en tiempos acelerados, de exigencias cortas y respuestas rápidas. Es cierto que los retos nos obligan a encontrar soluciones urgentes y que la paciencia, cuando es pasiva y resignada, parece claudicación e impotencia. Pero hay otra versión de la paciencia: la que se trabaja, no la que se acepta. La que se cultiva, no la que se padece.

Por ello se torna necesario que la serenidad de los dirigentes opositores del régimen venezolano, en sintonía con la inteligencia táctica, por convicción o bien por astucia o fe, actúen con la sensatez del caso, con respuestas que den al traste lo manifestado por el oficialismo.

Debe privar el criterio de que la paciencia y esperanza van de la mano. Se puede esperar, se puede aceptar el sacrificio hoy, si se espera recompensa mañana. Pero la paciencia, en un contexto tan frágil de confianza política, se agota fácilmente. Especialmente cuando los resultados tardan más de lo deseable o soportable y los primeros síntomas de mejora no llegan a todos por igual, o con la rapidez necesaria. De tal manera que quienes practican y predican la paciencia, pueden ser las primeras víctimas de su persuasión fallida o de su incapacidad predictiva, liberando una corriente imparable de impaciencia, como es el caso en nuestro país, en los últimos tiempos.

Bien lo señalan los clásicos Jean Jacques Rousseau (“La paciencia es amarga, pero sus frutos son dulces”), Walter Scott (“El que sube una escalera debe empezar por el primer peldaño”) o Jean de la Fontaine (“La paciencia y el tiempo hacen más que la fuerza y la violencia”). O bien que hayan buscado refugio e inspiración en Benjamin Franklin: “Quien tiene paciencia, obtendrá lo que desea”. Y que con estas lecturas hayan reforzado sus convicciones y su personalidad. O que hayan encontrado fortaleza de ánimo, repasando sus vidas cruzadas en el refranero popular y puedan pensar -el uno del otro- lo que el dicho apunta con tanto tino: “Cuando fuiste martillo no tuviste clemencia; ahora que eres yunque, ten paciencia”.

Sea como fuere, no son buenos tiempos para la paciencia. Y esto es lo relevante para quien pide lo que ya no se fía. Los ciudadanos (y los electores) no van a dar mucha tregua. La irritación es un estado de ánimo contagioso. Y el desánimo y la angustia han dado paso a la desesperación. Las encuestas son concluyentes. La paciencia de los ciudadanos con la política, con los partidos, con las instituciones democráticas está seriamente dañada. Nunca como hasta ahora. Y el rumor de fondo es cada vez más audible. El populismo avanza de parte de voceros del régimen.

Nelson Mandela, líder moral y expresidente de Suráfrica, recordaba un proverbio de su país, para alertar de la capacidad limitada de paciencia de su pueblo: “Cuando el agua está hirviendo, es inútil apagar el fuego”. No hay pasos intermedios. Quien abuse de la paciencia, de la buena fe, de la resignación, acabará desbordado. O quemado.

La paciencia hay veces que llega a unos límites en los que ya no puede aguantar más la serie de incongruencias que tiene que aceptar. Parece mentira que el pueblo venezolano, sea capaz de aguantar todo lo que está teniendo que ver, con el llamado proceso revolucionario del siglo XXI, que en 23 años ha destruido las bases fundamentales de una otrora nación próspera y democrática, hoy por hoy en caída libre hacia una dolorosa fatalidad, si no se apuran las medidas necesarias para salvarla, entre otras, unas elecciones libres, que permitan el necesario cambio de gobierno.

No se puede estar jugando a ratificar a un presidente (¿) que no va a poder actuar, y así lo ha demostrado a lo largo de los 13 años al frente de los destinos del país, y menos aún aplicando un juego sucio anticonstitucional, como es la inhabilitación de la líder opositora María Corina Machado, quien cuenta con el apoyo de 65% de los electores, en su mayoría mujeres y de quienes emigraron a otras latitudes.

Las cartas están echadas y sobre la mesa, por lo que de ahora en adelante solo amerita la conjunción de sacrificios, anhelos y esperanzas, en torno a un indisoluble manto de unidad, para dar al traste con la perversa pretensión de querer atornillar en el poder a quien desea seguir disfrutándolo  al estilo cubano, desgracia que viven los hermanos antillanos desde hace 64 años.

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