Comienzo por dejar mil veces claro que las tropelías iniciadas por Vladimir Putin reflejan su más absoluta irreverencia frente a los sagrados principios de los derechos humanos. Las tropelías llevadas a cabo en Ucrania agreden el incuestionable valor de la autodeterminación de los pueblos y, por lo tanto, no merecen sino el repudio de todos en el planeta.
Hace falta, sin embargo, que examinemos los elementos históricos que llevaron al desenlace de esta fatal crisis y que nos interroguemos sobre la manera en que hemos podido contribuir desde Occidente para que se desatara la furia extravagante y salvaje de un gobernante que sin duda reviste características psicóticas.
Una sola mirada a la carrera expansiva de la Alianza Atlántica de unos años a esta parte pone de bulto como, vistas desde Rusia, sus fronteras han estado consistente amenazadas con una agresiva presencia militar atizada por los líderes de Occidente. No hablamos, léase bien, de una estrategia de confabulación económica ni comercial que por muy amenazante que fuera podía ser tolerable, sino de una avanzada militar de apariencia pacífica que ha estado acercándose de manera consistente a la geografía rusa en la misma medida en que se distanciaban sus modelos en cuanto a la concepción del ejercicio del poder frente a la ciudadanía y a los valores de la democracia.
El principio de “Uno para todos y todos para uno” que resulta ser la inspiración y opera como elemento aglutinante de las alianzas militares de los países de la OTAN ha ido incorporando a naciones que fueron parte de la órbita soviética para acercarse peligrosamente, desde el punto de vista del Kremlin, a su sacrosanto territorio.
La aproximación hacia el este de la OTAN se inició con Bill Clinton. En 1999 ingresaron la República Checa, Hungría y Polonia. En 2004 fueron Bulgaria, Estonia, Latvia, Lituania, Rumania, Eslovaquia y Eslovenia. Cuando en 2008 la Alianza consideró la inclusión de Ucrania y Georgia, Francia y Alemania impidieron la iniciativa para no antagonizar con Rusia. Ya en ese momento Vladimir Putin se pronunció calificando de una amenaza directa este movimiento. Albania y Croacia llegaron luego en 2009. En aquel entonces la capacidad de Rusia de sacar de los rieles a la organización militar occidental era inexistente.
El momento de evaluar los resultados de esta estrategia militar por parte de Estados Unidos y de Europa llegó cuando Moscú, en términos inequívocos, exigió desconsiderar la anexión de Ucrania a la OTAN en el año 2021. No es necesario recalcar que Ucrania es el país que separa geográficamente a Europa de Rusia y que el gobierno de Volodimir Zelenski se encuentra en franca desavenencia con el accionar ruso.
La argumentación de las autoridades rusas nunca fue tenida en cuenta por parte de Estados Unidos y de Europa cuando la coyuntura del traslado de tropas rusas a la frontera ucraniana del lado del Donbás lo que llamaba era a la moderación y se tornaba imperativo evitar que la situación en Ucrania se deteriorara o se tornara incontrolable. No fueron pocas las veces que el ministro de Relaciones Exteriores, Serguéi Lavrov, calificó las negociaciones de “diálogo de sordos”.
Habría que examinar si, tal como lo sugieren analistas del CATO Institute, Estados Unidos al igual que Europa han estado pecando de miopía y de arrogancia.
La negociación bien podía haber considerado posponer el legítimo pero extemporáneo deseo del gobierno de Kiev de ingresar en OTAN y desafiar al gigante. Pero ya no hay vuelta atrás.
La fuerza de los destrozos y el dolor de las muertes ya causadas unida a la superioridad militar rusa demostrada frente a debilidad ucraniana pondrá a su gobierno, arrodillado como ya está, a negociar una salida desde una posición de minusvalía.
Un error de cálculo imperdonable; una estrategia mal diseñada; una medición equivocada de las fortalezas de las partes enfrentadas; una incapacidad de dar el brazo a torcer cuando aún es tiempo, a fin de retornar en el futuro más fortalecidos; una estrechez de visión al medir la verdadera debilidad del Kremlin que no se ubica por fuera sino por dentro de sus fronteras y está representada en su propia ciudadanía, son todos errores que empedraron la vía hacia la debacle que hoy presenciamos.
La OTAN también debe rendir cuentas en la provocación de este trágico momento de la Humanidad.
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