Finalizando el siglo anterior, dos de los cambios más importantes que combatió y finalmente truncó el otrora socialismo cauto, ofídico y enmascarado, pasaron por la descentralización y el multipartidismo. Ambas se alzaron como tendencias irreversibles en el marco del anterior orden de cosas, urgidas de una profundización y perfeccionamiento que algunos de sus más encendidos beneficiarios trataron paradójicamente de atajar y administrar como bandera política, hasta que se sintió el zarpazo contundente de una constituyente tan cundida de eufemismos y dobleces.
La gran redistribución de funciones, facultades, atribuciones y competencias, caminaba hacia la municipalización de la cotidiana vida política venezolana, recobrada una herencia española nunca bien ponderada, dándole identidad y trascendencia a los problemas fundamentales del país, pero el refortalecimiento del poder central arrojó al cesto de basura toda la ilusión que alguna vez suscitó el novísimo milenio. Única y exclusivamente, las noticias refieren a los predios de Miraflores y no existe ministro, gobernador o alcalde (y muchísimo menos la colegiación de un gabinete ejecutivo, sala judicial, parlamento nacional y regional, o cámara edilicia), al lado, y, mucho menos, por encima del presidencialísimo.
En nombre del feroz combate contra el bipartidismo culpable de todos nuestros males, se impuso el monopartidismo como remedio traicionando –incluso– la más elemental noción respecto a la división de los órganos del Poder Público. Valga acotar, está pendiente una reflexión crítica más profunda sobre ese determinado, concreto y matizado bipartidismo, ya definitivamente agotado para 1993, que resolvió veinte años atrás una dramática y anarquizante fragmentación de partidos que también hizo harto difícil la vida parlamentaria ejemplificada por la cuestionada elección de la directiva de la cámara del Senado en 1968, resuelta por las elecciones generales antes que por la recurrida Corte Suprema de Justicia. No obstante, recentralizados y monopartidistas, hoy más que nunca, el liderazgo local es esencial, más allá de lo importante, para obtener y sostener el triunfo opositor en Venezuela.
Siendo tan universales e insolubles, los problemas salariales, educativos, sanitarios, o viales, entre otros, pasan inadvertidos, completamente normalizados, y de los burgomaestres sólo trasciende al escenario nacional una contundente destitución y apresamiento de individuos por la comisión de un supuesto delito, inmediatamente deslindándose el partido de gobierno, como ocurrió en el municipio Jesús María Semprún del estado Zulia, o el Santos Michelena de Aragua, entre 2022 y 2023. Después de lo sucedido con Tareck el Aissami, quién sabe por qué los consabidos y antes tan bulliciosos alcaldes del área metropolitana de Caracas no se dejaron sentir más. Y, si de los asuntos nacionales únicamente existen los visados por el poder establecido, campeando la (auto)censura y el bloqueo informativo, tenemos a ciudades, pueblos y caseríos que prácticamente –olvidados– no aparecen en el mapa y todavía más si se encuentran distantes del virreinato de la capital estadal.
No hay la menor duda en torno a las extremas dificultades para el ejercicio del liderazgo local, soporte insustituible del triunfo de la candidata opositora favorecida por la primaria realizada en octubre próximo pasado. De tensiones y conflictos con los insignes agentes del poder central y dueños del monocorde partido oficialista trenzado al tal poder popular, el artificio que reemplaza la básica institucionalidad municipal, constituye un acto heroico encabezar y sostener la esperanza y el trabajo cívico, austero y pacífico de las grandes mayorías que reivindican la patria chica.
Considerando las estrecheces económicas de ese liderazgo local que ha sorteado con éxito la represión, está siempre abierta la posibilidad de una emigración forzada por motivos de la más radical supervivencia. E, incluso, puede hacerse una crónica ciclística de los dirigentes que ya no tienen para pagar la gasolina ni el cupo en los precarios transportes públicos, haciendo grandes esfuerzos proselitistas, o intentando la cooperativa de facto para adquirir y distribuir alimentos y medicamentos, derivación lógica de toda organización política y gremial que se precie en las actuales circunstancias que exigen hermandad como el testimonio por excelencia de un modo que alguna vez se hizo diferente para sentir y hacer la política.
Contando con una experiencia indispensable, los dirigentes locales necesitan de precisión, claridad, comprensión, respeto y lealtad para realizar un trabajo que nos compromete a todos. Son los que también empuñan la bicicleta para sus humildes diligencias, pareciéndonos un símbolo revelador: quizá por ello, volvimos a un rincón del viejo oeste caraqueño para fotografiar lo que seguramente constituye un decisivo recuerdo familiar.
@luisbarraganj