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La opción inevitable

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Puedo imaginar, mas no saber, cuántas y cuáles son las opciones que están en la mesa de la que nos habla Guaidó, y espero que entre todas ellas ocupe un lugar privilegiado en la lista –por tener carácter de inevitable– el tema electoral. Incluso, pienso, sin que hayamos visto el cese de la usurpación, ya que no llegó la que imaginó y deseaba el sector más extremo de la oposición. Ni Trump movió a los marines, ni los más furibundos gobiernos que expresaron sus deseos de echar al dictador movieron un dedo, y solo ha prevalecido el pronunciamiento de la comunidad democrática al afirmar en un coro, por demás afinadísimo, que la salida no podía ser por la fuerza.

Creo que la oposición toda y muy especialmente Juan Guaidó debería poner en el primer plano de su atención esta realidad política electoral que vendrá como recomendación final de la comunidad que lo apoya. No es algo que dependerá ni de Guaidó ni de nosotros, dependerá, ya hemos sido avisados, de lo que pueda concertar la geopolítica.

No importa de dónde vendrá, si de Oslo, si de la comunidad europea, si del Grupo de Contacto, si del Grupo de Lima, si de Rusia, China, o de Estados Unidos, o de todos ellos al unísono y en coro, pero vendrá una propuesta de solución a nuestra  crisis social, política, económica y moral, ya convertida en tragedia. Y todo indica que esa solución pondrá en primer término la vía electoral.

Estamos hablando, por supuesto,  de unas elecciones libres, supervisadas por la misma comunidad proponente, sin las señoras del CNE, sin las manos del PSUV metidas en el asunto y a esa solución el único que puede temerle es el régimen, nunca  aquella oposición verdaderamente democrática que contaría con el respaldo de una población que sí sabe qué es la democracia por haber vivido en ella, que le gusta ejercerla y que sabe, además, que con reglas claras su arma principal –que es el voto– puede decidirlo todo. Con todos esos puntos a su favor y en contra de un régimen dictatorial, corrupto, torturador, chupasangre, una población unida en la determinación de echarlo del poder y a la vez exigirle un rendimiento de cuentas  no puede tener miedo de ir a unas elecciones.

Hagamos un ejercicio y pongamos sobre la mesa los hechos objetivos que marcan la tragedia nacional. Una dictadura en pleno ejercicio, una usurpación de todos los poderes, un país en bancarrota por el pésimo manejo de nuestra hacienda, sumado a una corrupción indetenible de las altas esferas del poder, un pueblo descontento y pasando hambre, unas encuestas que revelan que cerca de 90% de la población quiere el cese inmediato del régimen, unas fuerzas armadas secuestradas por una cúpula hegemónica corrupta y comunista que la controla desde La Habana, un territorio invadido por fuerzas paramilitares, organizaciones criminales y un Estado penetrado por el narcotráfico, un país que se desangra en una espantosa diáspora que, de paso, ha sembrado graves alarmas en los países vecinos, en pocas palabras un país ahogado por una crisis política, económica, social y moral, un país invivible, como resultado de veinte años de abusos castrocomunistas, que nos han llevado incluso a perder nuestra soberanía. Como si no bastara ese panorama de perversidades, el régimen no deja fuera de su libreto, la represión, la censura y el terrorismo de Estado que pone en acto sin el menor rubor.

Haciéndole frente a ese desastre está una población enardecida pero cansada, ocupada además en buscar alimentos y medicinas, esperando turnos en los hospitales, haciendo colas para encontrar gasolina, cuando no ocupada en tramitar su ingreso a la diáspora que desangra a Venezuela y una oposición política que después de veinte años recurriendo a las herramientas de la democracia sigue inexplicablemente dividida.

Esa, duélale a quien le duela, es la realidad del país que tenemos y estamos obligados a cambiar si es que en verdad queremos ver el retorno de la democracia teniendo como guía a una dirigencia con la lección aprendida y un pueblo que también aprendió la suya y logró sacudirse el engaño salvaje del castrocomunismo.

Tenemos, más que meses, años escuchando que cada vez que el régimen pide diálogo lo hace para ganar tiempo, y lo peor del caso es que es cierto; y más grave aún es que es la propia oposición la que más tiempo le regala al régimen. Se lo regala cada vez que se opone con argumentos inservibles a todo género de ideas que surjan para un debate, cuando afinca sus dientes contra toda idea que no provenga de sus propias intenciones, cuando es dominada por el extremismo y la intolerancia y cuando dedica su tiempo a vigilar, criticar y a tratar de destruir a Guaidó y a pretender bajarlo de un sitial que se ha ganado con mucho coraje. Y lo más grave es que el régimen necesita de ese tiempo que se le regala tan gratuitamente para culpar a Guaidó y a toda la oposición, por las penurias que sufrirá el pueblo una vez hayan hecho efecto las sanciones de Trump. Ya podremos ver el tiempo que se le regalará cuando se sienten a escoger los miembros del CNE, o a discutir las fechas y las condiciones preelectorales, por no hablar de cómo arderá Troya, cuando llegue el momento de elegir candidato a la Presidencia.

Este breve inventario de posibilidades, calamidades, contratiempos y exabruptos que flotan en el país lo habría podido dejar para otro momento, pero se da el caso de que la vía electoral es la única que la comunidad internacional reconocerá para salir de un régimen que,  para sostenerse, hace “alianzas” con buena parte de esa escoria que representan el terrorismo, el narcotráfico y los “revolucionarios” frustrados,  como pueden ser los miembros de ELN, de las FARC, los Tupamaros y tantos otros revolucionarios que en su fracaso terminaron militando en bandas criminales que a cambio de su mercenarismo, el régimen les permite hacer vida criminal en nuestro territorio.

Y me pregunto si una oposición dividida, con grupos incapaces de ver más allá de sus propios proyectos, puede enfrentar con absoluta solvencia un proceso electoral tan dramático y complejo. La pregunta es más que válida, porque de no ser correctamente respondida, la opción electoral, que, como demócratas,  deberíamos ver como la mejor y más deseable de las opciones, podría terminar siendo motivo de nuevos desencuentros y hasta de una criminal división.

A propósito del tema leo una noticia según la cual, en un audio filtrado, se escuchó a Pompeo decir que el mayor problema del equipo designado por Trump para enfrentar la crisis venezolana y ayudar al cese de la usurpación es mantener la unidad de la oposición, revelando de paso que hay más de cuarenta aspirantes a presidentes que conspiran continuamente contra los restantes aspirantes. Con toda honestidad digo que no me hace falta verificar esa noticia, ni por lo de una oposición afectada por el virus de la división, y sin tener a la mano la cura correspondiente para aislarlo que no es otra que la racionalidad, como tampoco por el número de aspirantes a la silla presidencial, por ser este un país en el que, como en el mundo de un realismo no tan mágico, hay una superpoblación de ilusos con los egos tan inexplicablemente crecidos que no son capaces de darse sombra a ellos mismos y mucho menos a un pueblo que, por fortuna, pareciera curado en salud contra el engaño.

 

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