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La obra Juicio a Dios con trazas del teatro del absurdo

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Israel García Osuna con la directora editorial Valentina Vadell

«¿Cómo le pides a un pájaro que no cante?, ¿cómo le pides a un perro que no ladre, dime? ¿Cómo? ¿Cómo le pides al río que no corra hasta el mar?». I.G.O.

Contrario a una descripción clásica que ciertos investigadores han dado a memorables puestas en escena, como las de quien el mundo tuvo por santidad-genio y cuyo nombre fue https://www.senalmemoria.co/piezas/samuel-beckett-teatro, no advierto disparates sino organicidad en la propuesta de algunos exitosos, pero todavía vanguardistas hacedores venezolanos como Israel García Osuna.  

Desde la primera escena de Juicio a Dios, cuando el abogado Fernando ingresa al interior de una tétrica celda para entrevistarse con quien pretenderá asistir legalmente, el autor-aliado del presunto maleante [de nombre Giordano] lo marca con desconfianza. Inclusive, curioso pero comprensible en tramas teatrales absurdas que el presidiario no tenga una mínima información sobre los delitos que habría cometido:

-«¿Cuál va a ser la acusación?» -interroga al abogado público que obviamente no fue decidido por él.

Lo que sí pudiéramos conceder sea despropósito es que el penalista le responda conforme a cuanto sí exponen los estudiosos de Beckett:

-«No sé, no podría decirte, además nadie lo sabe […] los cargos que te imputaron en principio son difusos, el delito no se encuentra en ninguna ley» -respondió quien no es lego y habría aceptado el desafío de asumir la defensa de un inocente hasta tanto no se demuestre lo contrario, de procedencia ulpiánica (200 a. d. C: https://www.gob.mx/fgr/es/articulos/inocente-hasta-que-se-demuestre-lo-contrario-que-es-la-presuncion-de-inocencia?idiom=es)

En una ocasión miré fijamente al autor de Juicio a Dios decir frente a un magnífico equipo auxiliar a su cargo [en la aplicación de justicia] quién influiría vehementemente en su percepción del mundo: https://educacion.seducoahuila.gob.mx/wp-content/uploads/2023/10/16.-Los-Miserables-Victor-Hugo.pdf

Israel García Osuna enrarece la dramática narrativa cuando su personaje Giordano infiere no ser infractor. Atrapa epistemológicamente a los lectores de su obra quienes nos convertimos, de hecho, en simpatizantes del reo. Un ordinario profesor de escuela se halla privado de libertad por no haber cometido y ha sido absurdamente imputado por algo que podríamos calificar progresividad de lo difuso que de súbito se transforma preponderante en un ficcional sistema penal de [in] justicia. Su extraño defensor intenta mostrarse sabio en materia de jurisprudencia diciéndole que su mujer le había advertido que dejara discernir sobre asuntos que no explica, ciertamente.

El abogado, cuya ética misión debería ser diseñar una estrategia de defensa a partir de lo no infligido o supuestos, deviene en su interrogador sumarial como si fuese un funcionario de inteligencia contra el terrorismo cuyo propósito es obligarlo confesarse culpable. Utiliza una metodología que en la ciencia de la Lógica Simbólica podemos focalizar:

-«Todos, todos lo prohíben […] No debías hablar de esas cosas. Muchas desgracias tuvimos que olvidar, para que entonces vengas tú a recordarnos lo que las causó».

Es bíblica la tesis que adhiero de no contender frente a individuos en pugilato contra los designados a urdir tramoyas para procesar inocentes, desprevenidos, perplejos: https://www.biblegateway.com/verse/es/2%20Timoteo%202%3A14/

No lo inventé pero suscribo y la humanidad fue testigo. La presunción de inocencia es vetusta [Investíguese el Derecho Romano] A mi parecer, se trata de «jurisprudencialismo» infinitas veces echado a promontorio de basural para reciclaje. El valor de mantenernos callados ha recibido el esputo de sociedades edificándose con sistemas de ordenamiento jurídico que lucen dramas del Teatro del Absurdo, y que García Osuna entiende perfecto discutiéndose de la forma siguiente: «El valor jurídico del silencio en la teoría del negocio jurídico» : https://repositorio.uam.es/bitstream/handle/10486/664064/RJ_28_15.pdf?sequence=1&isAllowed=y

En Juicio a Dios Fernando no concede tregua al instantáneamente vencido frente a su sapiencia, sólo porque el encarcelamiento socava el alma de un encausado. Afirma no hallar una fórmula para ayudar a Giordano, quien me recuerda el personaje de Albert Camus llamado Meursalt que alteró mis sentidos cuando durante  lo pubertad cuando lo conocí leyendo https://www.gradesaver.com/el-extranjero/study-guide/character-list.

El personaje «camusiano»  se muestra indiferente ante un suceso que para la mayoría de los seres más o menos [in] humanos conmueve: el fallecimiento de su madre. Será sometido a escarnio público por ello. Su comportamiento es calificable absurdo. Empero, el de Giordano también por cuanto no quería contender y nada revelaba a su abogado que -al cabo- acusador:

«GIORDANO.- En este punto de mi vida, da igual, ya me vieron vivir tercamente, pero me vieron, no me oculte de nadie […]

FERNANDO.- Por eso mismo estás aquí […] y no sé, no sé, realmente no sé cómo puedo ayudarte. Acá todos están conmocionados  […] ¡furiosos están! […]»

Destacaré en la obra teatral de Israel García Osuna sus razonamientos de índole filosófica-jurídica, ruta para mí fascinante y que  he trabajado efusivo en numerosos artículos de interés académico pero mucho más en el ámbito comunicacional. Helo aquí:

«Lo racional fue lo que nos hizo sobrevivir, llegar hasta aquí, gracias a la racionalidad pudimos dejar atrás ese idealismo en el que vivíamos, esa racionalidad nos permitió juzgar a nosotros mismos los males de este mundo. Esa es la racionalidad a la que le agradecemos todo»

En la Escena 8 son formidables los diálogos entre los personajes actuantes. El juez cuestiona lo que es la verdad y por ello duda condenar a Giordano. Entre ambos nace el parentesco acusado-inquisidor, teológicamente. Lean la provecta noción de quien tiene la misión de dictar sentencia:

«¿Sabes que podría dejarte ir si solo dices una mentira? Solo con que digas que no crees en Dios… que todo fue parte de un teatro, de una demencia temporal, así te dejaría ir y vivirías […] luego Dios te perdonaría y ya… salvas tu vida. Yo salvo mi conciencia y mi trabajo».

[email protected]

 

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