OPINIÓN

La nueva Venezuela es un parto sin azotes

por Norberto Bausson Norberto Bausson

Muchos de nosotros hemos hecho esfuerzos estériles por años buscando que nuestra patria esquive el rumbo del fracaso. Años atrás esa combinación de chequera gorda y espíritu pobre disimulaba esa silueta borrosa del camino que transitábamos y sobre todo el final no era inteligible. Tantos hemos trabajado en la búsqueda de una salida democrática, comenzando en el año 2004 con el referéndum revocatorio, integrando la Mesa de la Unidad comandada por Enrique Mendoza, siguiendo con las elecciones del otro Henrique contra Chávez en 2012, luego seis meses después conformando el equipo de Capriles para la elección de 2013 y ahora con el amigo Guaidó, que no es menester recordarlos.

Hemos sido persistentes, cualidad de los exitosos, hemos sacrificado mucho, característica de los vencedores. Hemos asumido con ganas y planes. Los líderes han sido los mejores y el esfuerzo rayado en el absurdo, entregando vidas, sufriendo torturas, separaciones, empobrecimiento, hasta llegar a marchitar el atractivo de esta patria, esa que enamoraba de primera vista.

Enfrente hemos tenido dos enemigos: una organización clandestina que por décadas socavó el alma de la nación con un plan artero dirigido a desprestigiar a los actores principales de este país, por cierto con socios que vivieron de la democracia eternamente y al momento de sacar la cara se vieron el ombligo y; un pueblo signado por el populismo y la viveza como catecismo.

No hay que caerse a cobas, como muy bien entroniza la frase, y entender que llegamos aquí porque le gusta esto al cliente, al pueblo. Ese pueblo que entiende que la más cómoda forma de sacar el pasaporte es pagando, ʺdame 50 dólares y te resuelvo esoʺ; que paga para que le roben la luz al vecino y se la pongan a él, que paga comisión para tener poder sobre el funcionario y formarle un… en público; que también maneja borracho porque Lusinchi se echaba palos y que tiene segundo frente (tenía porque ahora eso está prohibido) porque Carlos Andrés gobernaba con dos familias y era chévere.

Ese cliente, pueblo, vio la posibilidad de ser parte de la fiesta y no la peló.  Vio al candidato revolucionario y dijo: este es como yo, le mete al cuento, la mentira, a la brujería y es parrandero y jugador.

Se la jugaron con el candidato simpático y lo montaron con votos, pero estos se convirtieron en botas para pisotearlos, en sanguijuelas para chuparlos, en desesperanza para separarnos, en patria para quitarnos todo.

Ese complejo proceso que hizo posible arruinar a Venezuela en una vivencia tan similar al heredero azote que arruina la fortuna de su padre es Made in Venezuela: la dirigió un venezolano asociado con los peores pero sin sombra. Metió a los amigotes como debe ser, les pasó por la nariz los billetes perfumados a los marginales latinoamericanos, a los protagonistas aliados que también someten con el cuento de que toman ron y duermen en hamaca. Nos sometieron como sometía el patrón y cobraba derecho de pernada.

Ahora, cuando la tarjeta de crédito del heredero rebotó, cuando las empresas que sustentaban este país quedaron demolidas, cuando es mucho trabajo sacar petróleo si puedo robar oro o diamantes, cuando estamos en la cola de la pobreza, Dios mío, ahora que  el Clínico no tiene ascensores, no tiene agua, ahora que hay que cruzar el Niagara en bicicleta y que solo 8% de la población no se ha dado cuenta o se hace la loca porque esta enchufada, los Hunos, los que por donde pasan con Othar (socialismo del siglo XXI) dejan en ruinas la más robusta de las estructuras como aquel dejaba el pasto, ahora, ahora me dicen que hay que negociar.

¿Negociar para qué? Me parece que importa muy poco ganar una elección en medio de un país envilecido y con unos contrincantes que hacen una colecta en un babyshower de unos 50.000 milloncitos de dólares y al día siguiente preparan un plan para que nuevamente muera la democracia maltrecha, parida a la orilla del rio, con una patrona que tiene muy buena voluntad pero no tiene cómo cambiar el destino de aquel engendro llorón.

¿Negociar para qué? ¿Sentarse en una mesa con un capo, reunirnos con el socio de Odebrecht para que nos explique cómo hacer negocios limpios, oír a la ex ministra del Ambiente que ahora vive en un ranchito del este aconsejarnos como vamos a darle agua potable a los más pobres, discutir con Ramírez la fórmula para reconstruir Pdvsa o escuchar atentamente al militar buzo la estrategia para darle energía al futuro?

Patriota querido, no se trata de que el país sobreviva, la tarea no es echarle unas goticas de Flores del Carmen a este cuerpo maltrecho. El asunto es cambiar el rumbo, de darle una revolución a la máquina y retomar el camino del progreso que es pedregoso y se puede cruzar sí y solo sí entendemos que el cambio político no es para poner una democracia en tres meses, es para extirpar lo malo   de raíz, es para dedicarnos a trabajar para esta Venezuela a todo pulmón, respetando las reglas de oro del éxito, haciendo entender al venezolano que se tiene que ganar en buena lid lo suyo y que producir no es lo mismo que  asistir a marchas, hablar por micrófono o cargar maletines con billetes.

Volver a poner a Venezuela bonita, competitiva, preferible antes que Chile, Panamá o Australia, va más allá de unas elecciones sea cual sea el resultado, requiere de un verdadero cambio y eso solo va a ser posible si la justicia es capaz de reivindicar lo bueno y extirpar lo malo, ese coctel venenoso de la corrupción y el populismo que requiere un antídoto conformado por honestidad, organización, preparación, valores y sobre todo la preferencia de la patria sobre cualquier cosa.