No es necesario apelar a las pruebas materiales para comprobar el descalabro de las ciudades ante los desafíos que implica la integración poblacional y cumplir la meta de una calidad de vida urbana para todos. La prensa, en cualquiera de sus visiones y posturas, da cuenta sobre el quiebre desde lo más íntimo de la vivencialidad urbana hasta las grandes líneas del incumplimiento por parte de las autoridades urbanísticas, cuando no, los disparates depredadores ocasionados por un Estado cíclope. Todo apunta que las ciudades, tal como se han construido desde el estructuralismo filosófico, llegan a su fin, o, por lo menos, se ralentizan ante la espera de nuevos bríos. Sin embargo, como he citado en cientos de veces a René Descartes “(…) no importa cuan espaciosa sea una casa de campo, siempre le falta una infinidad de comodidades que sólo pueden ser encontradas en las ciudades; y hasta la soledad que uno espera hallar nunca es perfecta. (…) ¿Qué otro lugar del mundo puede uno elegir en el que todas las comodidades de la vida y cualquier curiosidad que uno pueda desear sean tan fáciles de encontrar como aquí? (…)” (Carta de fecha 03 de mayo de 1631, dirigida por Descartes al escritor Jean-Louis Guez de Balzac).
La ciudad, como hemos explicado a lo largo de varias columnas por este diario, seguirá siendo el lugar donde mejor se preservará la especie humana. Una ciudad, por más que esté asolada por la metralla de la indolencia e ineficiencia administrativa para gestionarla; siempre nos brindará la mejor de las oportunidades para realizarnos como seres con proyectos y agendas propias. De allí las razones donde más que vincularlas a los destinos de los Estados-Nación, las ciudades configuran una relación muy particular con las autoridades con capacidad para regentarla o gobernarla, como son los municipios o entes políticos locales. Así, desde 1976, por ejemplo, Naciones Unidas ha creado programas y lineamientos estratégicos para mejorar la calidad de las ciudades. Se estableció, adicionalmente, que cada 20 años se revisarán los paradigmas de desarrollo urbano, incluyendo, los estándares para medir el cumplimiento de los objetivos trazados y su adaptabilidad a cada realidad urbana sin que sea una imposición transnacional. Cada documento lleva por nombre “Hábitat”, siendo el primero, el de Montreal 1976. Seguirán a esta metodología “Estambul 1996” (Hábitat II); y el vigente, Quito 2016 (Hábitat III o también conocida como Nueva Agenda Urbana [NAU]).
Estas directrices han permeado buena parte de las políticas urbanísticas en occidente, hasta el punto que, la revisión de los denominados Objetivos de Desarrollo Sostenible de la NAU (ODS), se realiza desde la óptica municipal. A ello se le suma la existencia de las denominadas “Cartas del derecho a la ciudad, a las ciudades, a los ciudadanos que viven en urbes, etc.”. En fin, las ciudades siempre contarán con múltiples instrumentos o guías para encauzar de la mejor manera la gestión cotidiana de la urbe, así como, establecer un compás para su desarrollo futuro. Salvo deshonrosas excepciones, tanto güelfos como gibelinos, por más que las antípodas ideológicas aviven las llamas de la crispación, han entendido que existen aspectos neurálgicos y tópicos sobre el urbanismo y el derecho urbanístico que están excluidos de las reyertas políticas y las consideraciones particularistas de un determinado proyecto político o económico.
Ahora bien, ¿qué ha sucedido entonces con las políticas nacionales sobre la ciudad?. Precisamente, ONU-Hábitat ha publicado en esta primera semana de enero de 2024 la Guía de recomendaciones para la elaboración o actualización con la Nueva Agenda Urbana (NAU) y los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Políticas Nacionales Urbanas y Territoriales. El documento, de 61 folios, precisa no solo el marco para diseñar las políticas nacionales urbanas y territoriales (PNUT), sino también: a. Las temáticas emergentes para las PNUT en la región latinoamericana; b. La alineación de la PNUT a la NAU, visto que las primeras su última revisión internacional no ocurría desde 1996; c. El concepto sobre la transversalidad de las PNUT para el desarrollo urbano; y, d. La metodología para el diagnóstico, formulación, implementación, monitoreo, evaluación y reporte de las PNUT.
Como puede observarse, es un gran avance este texto. Aunque seguramente se emitirán otros que actualicen estándares y nomenclatura inalterada desde el siglo XX, como por ejemplo, el sistema de financiamiento de la infraestructura nacional en las ciudades, la coordinación de políticas públicas y la siempre vigencia del principio de subsidiariedad territorial que termina casi siempre triturado por un voluntarismo nacional en conseguir objetivos urbanos a como dé lugar. Esta nueva guía para las PNUT debe cuanto antes ser estudiadas por las autoridades urbanísticas nacionales en Venezuela, ya que, buena parte de las reglamentaciones sobre equipamiento urbano (que son competencia constitucional de la República), no se revisan desde la publicación, en Gaceta Oficial, de del Decreto número 1.257 de las normas sobre evaluación ambiental de actividades susceptibles de degradar el ambiente (13.03.1996). Ni se diga de la resolución de Mindur de 1985 relativa al cálculo para los equipamientos urbanos, que exige una revisión exhaustiva, precisamente, porque el mismo concepto de equipamiento ha sufrido modificaciones sustanciales ya que la preocupación urbanística no se centra, como en 1974, en que todos los ciudadanos posean líneas telefónicas o se construyan más autopistas ante la creciente demanda de vehículos.
Los retos que hemos explicado a lo largo de estos meses, expuesto en la reunión de Río de Janeiro el pasado agosto de 2023, requiere de una preocupación nacional no tanto en transformar las ciudades sino más bien en establecer un ecosistema nacional de ciudades que al unísono, sin crear estandarización, puedan responder ante los retos urbanos de cara a 2030 o 2045, según sea la agenda asumida. No es solo establecer una ciudad más resistente a los terremotos o contingencias históricas, sino también, ante las que ni siquiera tenemos la más mínima concepción sobre cómo y cuándo aparecerán.