Mucho se conversa y analiza sobre la sorpresiva violencia en Chile, masivas protestas en Ecuador, fraude electoral en Bolivia, problemas en Perú, las dificultades en Venezuela donde el dólar es una montaña rusa, el país cae, los venezolanos siguen como el sapo aquel en la olla de agua, que de fría paso a hirviente y asesina.
Pero prestemos atención a lo que sucede en Colombia, aquí mismo, al lado, donde más migrantes venezolanos hay, el país de Latinoamérica más cercano a nosotros –montañas andinas, llanuras cálidas, selvas, costas caribeñas, petróleo–. Diferente en educación y violencia histórica.
El terror venezolano de los campos terminó cuando Juan Vicente Gómez derrotó a los caudillos, y décadas después cuando la democracia, sus militares dispuestos y bien entrenados aplastaron a los guerrilleros enviados y financiados por el castrismo.
El terrorismo colombiano en los campos comenzó cuando finalmente se dieron topetazos severos los dos grupos siempre enfrentados, conservadores y liberales, asesinaron a Gaitán, líder de enorme popularidad. Entonces, la furia se echó al campo y desde ahí atacó a las ciudades, el ejército aprendió a combatir en la que se convirtió en una verdadera guerra de larga data.
Esa beligerancia fue sosteniendo banderas ideológicas, pero dejando las ideas arrinconadas en los morrales cuando descubrieron –y fue hace mucho– las enormes ganancias de la producción y tráfico de drogas, dejaron de ser guerrilleros con reclamos sociales para convertirse en lo que llevan años siendo, delincuentes, capos y bandidos de la droga. No importa si se llaman revolucionarios de Colombia o nacionales de liberación. Ya no combaten por una revolución ideológica y social sino por el control de la producción, rutas, territorios y ventas de estupefacientes.
En eso se equivocó el presidente Santos, que sin restricciones e impunidad les abrió las puertas de la pacificación y la política democrática. No obstante, a los ciudadanos colombianos, que en su inmensa mayoría son decentes, de principios éticos, valores morales y buenas costumbres, no los pudieron engañar ni manipular, negándose a votar por ellos. Los guerrilleros que penetraron el Congreso lograron su cometido porque el gobierno les permitió semejante abuso y no por ser electos; puede que sean revolucionarios y narcomillonarios, pero también ilegítimos.
En las elecciones del domingo 27 de octubre se confirmó el rechazo, muy pocos votaron por ellos, y el guerrillero que conquistó una remota alcaldía, la logró no con las FARC sino con el partido izquierdista de Petro. No con la guerrilla, sino con un partido político.
Pero las elecciones regionales en Colombia fueron mucho más allá, representaron el primer cambio fundamental en décadas en ese muy querido y acogedor país. Surgió una nueva generación, ya Colombia no es país entre extremos, el propio uribismo fue apartado a un lado, el presidente Duque, uribista frontal y que parecía liderar la generación de relevo, perdió aún más poder –ya tenía minoría en el Congreso– y el gran líder Álvaro Uribe perdió hasta en su propia Antioquia.
Las brisitas o ventarrones bolivarianos, o sea castristas, maduristas, chavistas, los soplan los profesionales de la violencia, no los pueblos que pueden ser instintivos, pero no deliberadamente delincuentes. El vendaval castrista no sopló en Colombia, donde perdieron los tradicionales frente a una nueva dirigencia que empieza a surgir, con ideas y sin armas, hacia una nación diferente, ya veremos cuál es.
La Alcaldía de Bogotá, ciudad extensa de gran altitud y capital de Colombia, tradicional pero no dormida entre fríos y montañas, no será regida por liberales ni conservadores, o por alguna de las tradicionales figuras de la izquierda; la conservadora capital de la Gran Colombia hasta 1830, otrora Santafé de Bogotá, eligió alcaldesa a una mujer que no viene de las viejas tradiciones, al contrario, que defiende la ecología, no promueve pero tampoco niega su homosexualidad, que defiende a capa y espada la igualdad de géneros. Con Claudia López Bogotá no volverá a ser la misma, con los nuevos alcaldes Colombia tampoco, se llevó a cabo una auténtica, profunda e incluso drástica revolución sin matar a nadie ni romper vidrieras.
@ArmandoMartini
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