La carta publicada recientemente por el exministro chavista Rodrigo Cabezas exige un comentario adicional al que hicimos en el editorial del jueves. Lo llevaremos a cabo advirtiendo que compartimos su desoladora visión acerca de los resultados de la revolución bolivariana, así como el propósito crítico general de su autor. Lamentamos, no obstante, que esa toma de posición de Cabezas se circunscriba al período madurista de la revolución, haciendo caso omiso de la completa verdad histórica. Dicha verdad es la siguiente: fue Hugo Chávez quien subordinó a Venezuela a la Cuba castrista; fue Chávez el que inventó la utopía destructora del socialismo del siglo XXI; y ha sido Chávez también el responsable primigenio de todas sus secuelas, que han arrojado a Venezuela al abismo de degradación que con tanta elocuencia, acompañada de patente miopía política, describe Cabezas en su texto.
La fatal decisión que tomó Chávez al someter a Venezuela al dominio cubano constituye a nuestro modo de ver una coyuntura clave, desde la que se desprende en gran medida la tragedia que ahora constatamos y que Rodrigo Cabezas dibuja con dolor –suponemos que sincero– en su carta. Sin embargo, este asunto fundamental no es analizado o siquiera mencionado por el autor de la misiva. La intervención de la Cuba castrista en Venezuela, la expoliación de nuestro país y sus riquezas, el control externo sobre nuestra seguridad nacional y política exterior, y en resumen la conversión de Venezuela en un satélite de Cuba, no suscitan la inquietud de Cabezas. O bien el autor de la carta no conoce el libro de Diego G. Maldonado (un seudónimo), o bien lo ha leído y prefiere olvidar que existe. Dicho libro (La invasión consentida, Editorial Debate, 2021) es un documento de singular importancia para la historia de nuestro país durante estas dos décadas de oprobio, y sus páginas demuestran, más allá de toda duda razonable, la inequívoca entrega de Venezuela al castrocomunismo, un acto realizado por Hugo Chávez con los ojos abiertos.
Tal capitulación voluntaria ha proseguido en manos de Nicolás Maduro, y nuestras palabras de ninguna manera pretenden disminuir en lo más mínimo la cuota de responsabilidad que le toca al heredero escogido, según nos cuentan, por el propio Chávez en su lecho de muerte. Lo que buscamos es dejar claro que esta cuestión crucial para juzgar lo que le ha ocurrido a Venezuela, es decir, nuestra esclavización a Cuba, es pasada por alto en la carta de Cabezas, que tal omisión no es aceptable y solo puede deberse al autoengaño o la vergüenza.
Nuestro cuestionamiento a esta carta pública no se limita a su distorsión del pasado, a su silencio sobre aspectos esenciales de nuestra historia reciente o al particular vacío que exhibe el texto. Nos preocupan igualmente otros aspectos de la misiva. Para empezar, la misma está dirigida a “la izquierda que cultiva y ejercita los valores y principios democráticos”, pero no se identifican con precisión en el texto, con nombres y apellidos, quiénes conforman tal izquierda. En términos generales, con excepciones flagrantes como las de Podemos en España, los integrantes del Foro de Sao Paulo y Grupo de Puebla en América Latina, el ala radical del Partido Demócrata en Estados Unidos y otras agrupaciones “progre”, la izquierda en los países democráticos de Occidente ha mantenido una línea crítica frente al desastre chavista. Cabezas hace bien al solicitar que no se adopten solidaridades automáticas hacia un proceso que, en sus propias palabras, ha llegado a representar la barbarie; no obstante, creemos que la ambigüedad acerca de los destinatarios legítimos de su carta se desprende de la confusión del autor sobre el tema del socialismo y su significado.
Cabezas afirma que “el socialismo es libertad”; que a una revolución “para ser verdadera, le está negado equivocarse en lo ético-moral”; y que la libertad es “liberación, insurgencia, emancipación, respecto de formas de poder en lo político, económico y cultural”. Como de costumbre con una parte de la izquierda venezolana, el autor de la misiva no acaba de entender que los países y partidos socialdemócratas de Occidente no son socialistas sino capitalistas, que lo del socialismo es un eufemismo para referirse al Welfare State o Estado de Bienestar, y no a al socialismo de origen marxista entendido como paso previo a la sociedad comunista. Este equívoco es utilizado por Cabezas para excusar las prácticas del socialismo del siglo XXI bajo Chávez, argumentando que la deriva totalitaria apareció como por encanto y de repente, una vez que empezó el período madurista de la revolución. Cabe entonces precisar, frente a lo argumentado por Cabezas, que en ninguna parte donde se haya adelantado un proyecto socialista genuino, es decir, no socialdemócrata, ha sobrevivido la libertad, y el proyecto de Chávez, teledirigido desde temprano por el castro-comunismo, nunca fue un proyecto socialdemócrata.
Por otra parte, todas las revoluciones “verdaderas” que conocemos, orientadas a resolver la cuestión social en lugar de establecer las estructuras institucionales de la libertad, se han equivocado en lo ético-moral. La rusa a Stalin, la china a Mao Tse-tung, la coreana a Kim Il-sung y su dinastía depredadora, la cubana a Fidel Castro… y paremos de contar, pues la lista no es breve. La funesta revolución chavista ha tenido a su vez dos líderes que compiten en cuanto a despotismo, violación de derechos humanos, aliento a la corrupción y desatinos gerenciales.
A lo anterior cabe añadir que libertad no es “liberación”; se trata de conceptos muy distintos, cuyo uso como sinónimos conduce inevitablemente a su deformación. La libertad puede ser una realidad concreta si existe el marco institucional que la establezca y preserve, en un Estado de Derecho que limite el poder de los gobiernos y proteja con leyes efectivas a los ciudadanos, sus derechos y deberes. La “liberación”, por el contrario, es una metáfora abstracta, una realidad siempre inasible, una utopía sin contornos, una aspiración propia de los mesianismos políticos que, por ejemplo, inspiraron a un Che Guevara. A los lectores interesados en profundizar esta distinción esencial, les recomendamos el brillante libro de Hannah Arendt, Sobre la revolución.
En su carta, Rodrigo Cabezas pretende persuadirnos que con Maduro la revolución bolivariana inició un tránsito, desde una alianza “cívico-militar” presuntamente bondadosa y positiva, a otra “cívico-militar-policial” malvada y negativa. Esta aseveración carece de sustento histórico y político, pues desde sus comienzos el autoritarismo, la arbitrariedad caudillesca y la progresiva asfixia de la democracia fueron signos inequívocos del proyecto de Chávez, cuyos diversos responsables no terminan de hallar un adecuado rumbo autocrítico.
No todo lo que dice Cabezas en su misiva es errado y no hemos pretendido afirmarlo. Resulta, sin embargo, imperativo señalar sus ostensibles y palpables desaciertos, tanto para aclarar la verdad sobre el pasado como para despejar las del tiempo presente, y evitar en lo posible hipotecar definitivamente el futuro de Venezuela. Por ahora, la nostalgia del chavismo anti-Maduro es estéril. El miedo a confrontar una terrible verdad les paraliza.
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