I
Sin agua. Sin teléfono fijo. Sin Internet. Con señal intermitente de telefonía celular (no se le puede echar toda la culpa a la compañía de telecomunicaciones). Sin Directv. Sin gobierno. ¿Sin trabajo? El que resiste este país puede resistir lo que sea.
Mientras miro la blancura del techo de mi apartamento, trato de armar el rompecabezas de los retazos de información que obtengo a través de mi celular o las pocas veces que puedo conectarme con un Internet prestado. Es cuando me doy cuenta de que la realidad de este país es un sinsentido. Que la normalidad nunca ha existido y que en vano trato de componer la imagen en mi mente.
Como es lógico cuando a uno le falta información, se hace obvio que faltan piezas. Qué objetivo tiene tratar de entender lo que nos sucede si no contamos con las herramientas para interpretarlo.
II
A este tipo de razonamiento casi filosófico me ha llevado la cuarentena de brazos cruzados que me ha impuesto el régimen. Y eso es lo primero, la cuarentena. Como si hubiera sido hace 10 años, atrás en mi memoria resuena como una alarma. Se trata de una pregunta que quedó sin responder hace muchas semanas.
¿Por qué una cuarentena estricta a mediados de marzo con una progresión de contagio tan lenta y casi insignificante, si se compara con la de nuestros vecinos? Previsión, se han atrevido algunos a responder. Pero tengo la mala maña de hacer como Maquiavelo con este régimen. Pienso mal, siempre pienso mal. Y por allí alguna neurona me grita: ¡La gasolinaaaaaa!
Claro, la mejor manera de esconder el caos y el oprobio que significa que un país petrolero se quede sin gasolina es que todos juguemos al paralizado. No salgas porque te pueden contagiar, y mientras tanto nosotros vamos inventando que hay dos casos por día. Lo cierto es que eso debe haber puesto freno al covid en Venezuela. No la cuarentena, sino la escasa movilidad porque no teníamos transporte.
Ni siquiera la falta del único escape que llega a todas las clases sociales hizo que los venezolanos desobedeciéramos la orden. Imagino que los que gozaron de Internet cuando se fue Directv ni se dieron cuenta. Pero yo sigo pensando que solamente que haya pasado eso, que por culpa del régimen nos hayamos quedado sin poder ver televisión, es suficiente para arrecharse. Y lo que es más, demostrar la arrechera.
III
De repente comenzó a subir el número de contagiados. Y como en una pista paralela, mientras iban aumentando, venían navegando tranquilamente los barcos iraníes. La desesperación de la gente por poner gasolina a cualquier costo hizo que el venezolano digiriera previamente el precio dolarizado y la discriminación.
Total, son 20 años de tratarnos diferente por el color de nuestro pensamiento que una raya más para un tigre es lo de menos. No importa si la pago en dólares; no importa si los autobuseros comienzan a revender la gasolina; lo importante es que hay gasolina. Qué ilusos somos.
Sigue mi memoria tratando de atar cabos. Y algo me hace pensar en un patrón, como el que desarrollan los asesinos seriales para someter y asesinar a sus víctimas. El régimen nos lleva al desespero, tanto, que después somos capaces de aceptar cualquier cosa.
Y eso es lo que pasó. Qué buenos alumnos han resultado ser los chavistas del G2 cubano. Nada como lanzar una bomba de humo para que muchas cosas más pasen inadvertidas. Sin ir más lejos, en mi cabeza retumba un número: 152 contagios el 1 de junio, justo el día que el jefe del régimen escogió para volver a la “normalidad”. ¿O será para permitirle a la gente salir desesperada a surtir gasolina sin pensar en el contagio?
En las colas los conductores se reúnen relajados, sin mascarillas, a pasar de las largas horas de espera conversando. Para más remate, estamos en la semana que se “trabaja”. Luego nos llevamos el virus para incubarlo en los 10 días que nos toca de arresto domiciliario.
Qué manera tan cubana de normalizar el despelote. Ya nos parece normal la cola de la gasolina, el pago en dólares, el vejamen de los guardias nacionales y los madrugonazos. Y ni si quiera nos acordamos del covid.
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