- Toda solución mediante el diálogo siempre es preferible a una solución equivalente mediante el conflicto. Esto no se consigue solo en un manual de buenas costumbres sino en lo que la más alta sabiduría política aconseja. El problema se presenta cuando el diálogo no es entre un par de amigos en el proceso de decisión sobre si ir a Chuspa o a Choroní, sino entre adversarios. Incluso, entre adversarios, supongamos adecos y copeyanos, los razonamientos solían estar combinados con pequeñas torceduras de brazo, pero donde el razonamiento presidía las más de las veces. O peleas más fuertes, entre la antigua CTV y los gobiernos democráticos, con más hechos –paros, huelgas, trancas de vías– que razonamientos, pero en general dentro de ciertos límites convenidos por la ley y por la preservación del orden existente.
- El diálogo con el régimen de Maduro debería tener otras características, más parecidas a las del que sostiene la policía con altavoces cuando rodea el lugar donde el capo tiene secuestrado al país: “Estás rodeado, te ofrecemos respetar tus derechos…, pero ríndete… sal con las manos en alto… un delegado de Noruega va a entrar para garantizarte todo”. Obviamente, esta no es la situación actual.
- El diálogo al que concurren los representantes de Guaidó y de los cuatro partidos que dominaron la Asamblea Nacional elegida hace 6 años está basado en una desigualdad estructural, con el poder escorado hacia Maduro, con una neutralidad favorable a Maduro de la mayoría de los países europeos (en la medida en que favorecen sus elecciones regionales), y con el apoyo de Estados Unidos hacia los opositores, cuya baza fundamental son las sanciones como zanahoria tentadora hacia el régimen. Sin embargo, sabido que Estados Unidos no está en plan –en este momento– de avanzar más fuertemente contra la pandilla roja en el poder, el balance se inclina hacia esta.
- Como lo dicho hasta acá lo saben los negociadores, el argumento que parecen sostener es de que el diálogo es una barrera que hay que trasponer para satisfacer la presión internacional y para mostrar que si hubiese una rendija que evitara los enfrentamientos, se aprovecharía. Lo que no parecen advertir los jefes de los partidos es que haber demorado una decisión clara y precisa en relación con las elecciones regionales, no es que ha dejado en suspenso a sus organizaciones hasta que ocurriese una adecuada clarificación de la situación, sino que ha incidido en que su fragmentación sea mayor.
- Todos los partidos han estado sometidos a una fragmentación producto del ambiente de represión, sequía financiera, rumbos inciertos, y carencia de efectiva representación. Luego Maduro ha presentado la tentación electoral; lo que a veces se piensa como una forma (equivocada o no) de lograr pedazos de poder; sin embargo, la verdad es que para muchos miembros de partidos en diferentes niveles es un problema que va más allá de la política: se trata de conseguir un trabajo para sí, una oportunidad para que las redes burocráticas permitan solventar problemas de la familia civil o política, y lograr apoyos para futuros “emprendimientos” en la carrera política.
- Las direcciones de los partidos prefirieron aplazar definiciones para que los dirigentes nacionales lograran acuerdos en un tema muy divisivo; así, aplazaron y aplazaron –como lo hacen hasta el sol de hoy–, pero lejos de lograr evitar esas divisiones entre los dirigentes, lo que lograron fue que los partidos se fragmentaran aún más. La carrera por las bases municipales y regionales tiene connotaciones olímpicas. Pocas veces se ha visto esta explosión de candidaturas autónomas que se le imponen, “sí o sí”, a los partidos por sus propios militantes. Ahora las direcciones nacionales no dirigen sino que son dirigidas y la excusa de los jefes es que están escuchando a las bases: mentira podrida. Las bases ni son escuchadas ni los escuchan. No es la antipolítica la que erosiona hoy a los partidos sino la hiperpolítica: cada militante convertido en dirección nacional, dirección regional y base partidista, basado en su real gana.
- Esos partidos que van a negociar en México podrán negociar muchas cosas, pero no la participación electoral: su gente decidió por su cuenta si participa o no; no hay decisión que pueda emerger de allí que cambie sustancialmente lo que ya han decidido por abajo –participar o abstenerse- lo que no han podido comprender los de arriba. Por esta razón, lo de México visto como un trámite necesario por parte de la oposición, aunque de allí no vaya a salir nada como piensan muchos de los dirigentes, no deja ilesos a sus asistentes: daña si se acuerdan con el régimen; daña si no se acuerdan con éste.
- Satisfacer el delirio noruego por una salida que complazca a Maduro, a los opositores que negocian, a los países europeos, a Estados Unidos, a rusos, chinos y cubanos, es posible que culmine con varios contentos por sus logros; en ningún caso pareciese que entre estos estarán las fuerzas de la libertad y la democracia en Venezuela.
- Maduro quiere que le quiten las sanciones y que lo reconozcan como presidente. Las sanciones no creo que ni queriendo las quita el gobierno americano porque todavía no hay definiciones políticas ni gruesas ni finas sobre Venezuela; Estados Unidos no lo va a reconocer tampoco; los demás lo reconocen de hecho y, al hacerlo, esperan concesiones: hará algunas y ciertos países dirán que ha cedido para empujar el tema electoral. En términos de la libertad de los venezolanos: nada.
- Sin compartir a plenitud el dicho cubano –“lo bueno de esto es lo malo que se está poniendo”- lo cierto es que habrá nuevas clarificaciones en las posiciones en juego y, sin ninguna duda, nuevas oportunidades.
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