Ahí estaba ella, con una expresión tímida y desconfiada, sentada en un rincón de la tienda de campaña que servía como escuela improvisada para los refugiados que habían huido despavoridos de su país, tras la invasión de las tropas soviéticas. En medio de cierta vacilación, y luego de haber capturado algunas imágenes para un reportaje de la famosa revista, el fotógrafo y la maestra encargada no pudieron menos que sorprenderse al escuchar a la inocente niña de doce años, aceptando posar ante la cámara.
La fotografía de la niña con su penetrante mirada de ojos verde mar e hiyab rojo, que en agosto de 1984 fuera captada por el lente de Steve McCurry y publicada en la edición de junio de 1985 de la revista National Geographic, cautivó inmediatamente el iris de millones alrededor del mundo. Muchos, la mayoría, nunca supieron, y tal vez todavía no sepan, a quién pertenece el rostro de aquella figura angelical y de expresión dramática y punzante, que, cual Mona Lisa y Che Guevara, forma hoy día parte del imaginario universal.
Y es que, al mismo McCurry, luego de muchos intentos fallidos durante los años noventa, le tomó casi 18 años averiguar el nombre de la enigmática pequeña afgana. Para ello, tuvo nuevamente que incursionar en la zona montañosa fronteriza entre Pakistán y Afganistán, con el encargo de realizar un segundo reportaje de la revista, publicado en abril de 2002, que se conoció con el nombre de: “La niña desaparecida: misterio resuelto”.
Luego de arduas jornadas de búsqueda y con la ayuda de uno de los lugareños, Steve McCurry finalmente descubrió que el nombre de la ya adulta mujer era Sharbat Gula (hoy día de 49 años) de la conocida etnia guerrera pastún, cuya azarosa existencia comenzó desde muy niña, después de haber quedado huérfana como consecuencia de los bombardeos de las tropas soviéticas que ocuparon Afganistán, a partir de 1979, en defensa del régimen comunista instalado en Kabul. Ella, junto a su abuela materna, hermano y otras tres hermanas, cruzaron desesperadamente la frontera montañosa para posteriormente instalarse en el campo de refugiados de Nasir Bagh, cerca de Peshawar (Pakistán), donde fue tomada la foto en 1984.
Muchas curiosidades han rodeado la historia de la llamada “Mona Lisa afgana”. Lo primero es que para el propio McCurry resultó una gran revelación enterarse, durante su segundo encuentro en enero de 2002, del desconocimiento de Sharbat Gula sobre la fama que su imagen de niña había alcanzado en todo el mundo. Tomando en cuenta su arraigo férreo a los códigos de la cultura pastún, resultó igualmente sorprendente que una entrevista frente a frente con un hombre fuera de su entorno familiar se haya podido llevar a cabo. A las mujeres de su etnia no les es permitido mirar directamente al rostro de un hombre que no sea su esposo, sin mencionar lo punible que resultaría una sonrisa amigable.
No hay duda de que Sharbat Gula, en medio de sus particulares circunstancias, fue depositaria de una fama y atención que nunca buscó ni se imaginó. Más allá del conocimiento que se tiene de los viajes esporádicos y furtivos que ella y su familia emprendieron hacia Afganistán desde su refugio en Pakistán, durante la década de los años noventa – dependiendo de las condiciones de seguridad que imperaban en el momento del conflicto- hay un episodio que denota la relevancia de su figura. En octubre de 2016, Sharbat fue arrestada por las autoridades paquistaníes bajo cargos de falsa identidad, situación que generó la reacción del ahora depuesto presidente afgano, Ashraf Ghani, quien, luego de su deportación, la recibió con honores en el Palacio Presidencial, ofreciéndole un hogar cómodo, manutención diaria y una educación para sus tres hijas. Todo un privilegio al contrastarlo con la situación general de sus compatriotas.
Antes, la fotografía que en los lustros siguientes a 1985 se había convertido en la imagen emblemática de la tragedia bélica afgana, pasó a ser, a partir de ese momento en 2017, el símbolo del retorno de cientos de miles de refugiados afganos expatriados desde décadas anteriores. Una horrorosa ironía si nos atenemos al nuevo estado de cosas en Afganistán donde los talibanes han tomado de nuevo el poder, después de haber sido expulsados por las tropas aliadas lideradas por Estados Unidos, a finales de 2001.
Hoy día, en agosto de 2021, un nuevo ciclo de la tragedia afgana reaparece como un fantasma fatídico. Un hecho que llama a la preocupación de la comunidad internacional, pero sobre todo de las mujeres y niñas en Afganistán, que, con tropiezos y dificultades propios de un conflicto inacabable, habían logrado ciertos derechos, como el acceso de las menores a la escuela, impensables en la etapa de la ocupación soviética (1979-1992), y del primer régimen del terror talibán (1996-2001).
Es muy probable que Sharbat Gula, de quien se habría sabido recientemente se encuentra convaleciente en Afganistán por una afección de hepatitis C, similar a la que acabó con la vida de su esposo en 2012, no haya comprendido aún el significado de lo que, por varias décadas, ha representado su figura simbólica plasmada en la inocente fotografía de 1985. A juzgar por la entrevista referida durante su segundo encuentro con Steve McCurry, en 2002, y las pocas reacciones luego de su regreso en 2017, no parecería estar en el ánimo de este emblemático personaje la determinación de alguien dispuesto a luchar por las causas nobles de la humanidad, más enfocada ella, pudiéramos advertir, en el cumplimiento de sus códigos religiosos y culturales, y en sus preocupaciones familiares inmediatas.
Después de todo, su reacción ante aquella pregunta que le formularan en 2002 -registrada en la segunda publicación de National Geographic– respecto a si alguna vez se había sentido segura, se resume en una frase que, hoy más que nunca, produce desazón y desilusión: “No, pero la vida bajo el régimen talibán fue mejor. Al menos había paz y orden”.
Quién sabe, a lo mejor con la ayuda de su Dios, estas inocentes palabras sirvan algún día de inesperado salvoconducto.
Javierjdiazaguilera61@gmail.com