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¿La “nicaraguanización” será el epílogo de esta película de terror?

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nicaragua OEA-Ortega Jesús

La  Nicaragua de Daniel Ortega es hoy todo un caso de obligada referencia. A él lo conocí en Managua, cuando tuvo lugar el Comité de la Internacional Socialista para América Latina y el Caribe en octubre de 2006. En ese escenario, como panelista, expuso el tema Políticas y estrategias para profundizar la democracia en la región, presentando así su visión y propuestas para el futuro de Nicaragua, con especial énfasis en la paz, la unidad y la reconciliación. Se celebró esa reunión en ese país para darle un espaldarazo a su nueva candidatura en las elecciones presidenciales de ese año, que eran cruciales porque representaban la consolidación de la alternabilidad como expresión democrática en ese país. En aquel entonces, aún se percibían en Ortega vestigios de demócrata.

Hoy, eternizado en el poder, su desempeño le ha acarreado incluso el cuestionamiento de la IS, por su deslinde de esos postulados democráticos. Esa alternabilidad -que caracterizó a Nicaragua desde 1990- tuvo lugar con los gobiernos de Chamorro, Alemán y Bolaños, pero a partir de entonces, Ortega -luego de haber ejercido el poder desde 1979 hasta 1990- ha permanecido aferrado al poder desde ese año 2006 hasta hoy.  

En total 39 años mandando, imponiendo el terror, el fratricidio, la endogamia y consolidando la ruralización de su país. Extraña forma de desarrollar su particular visión y propuestas para el futuro de Nicaragua, poniendo especial énfasis en la paz, la unidad y la reconciliación. Resultó toda una patraña, pues, gobiernan con una carga de odio que por cierto le atribuyen a la oposición. Paradójicamente, Rosario Murillo, quien preside Fundamor, una fundación que tiene por objetivo contribuir al respeto, amor, tolerancia, armonía y solidaridad en las relaciones humanas, ha sido criticada por la persecución feroz de la oposición y sus constantes discursos de odio, en un país en el que la Asamblea Nacional, brazo legislativo del régimen, aprobó una reforma constitucional que establece prisión perpetua por crímenes de odio; pena que -por supuesto- es impuesta por su brazo judicial: la Corte Suprema de Justicia y los demás tribunales.

La sistemática persecución, apresamiento y expulsión del clero; así como la desnacionalización de compatriotas, quitarles sus pasaportes y la amenaza a los familiares de los exiliados, entre otros, constituyen hechos abominables. Por supuesto, nada nuevo en el menú de opciones del oficialismo para someter a un pueblo sin posibilidad de redimirse. 

La salvaje represión desatada en 2018 se agravó en 2021 con la reelección fraudulenta del binomio, avalada por un Consejo Supremo Electoral sometido a los designios del régimen; fraude este que se ejecutó de manera descarada, adulterando los registros, intimidando y forzando el voto, y ocultando una alta abstención, que convirtió en votos para Ortega y Murillo quienes sin escrúpulos arrestaron a los candidatos de la oposición, provocando el exilio de otros. Esos comicios fueron una farsa para la Unión Europea y la OEA, aliñada también por la persecución, intimidación, detención e inhabilitación de periodistas, dirigentes sociales y de sectores disidentes.

Reformaron la ley del Poder Ejecutivo eliminando la figura del ministro de Defensa, incrementando el protagonismo y figura del presidente de la república como autoridad principal con un control sin precedentes sobre los militares. La fiscal Guido, instrumento acusatorio al servicio del régimen, está sancionada por Estados Unidos, la Unión Europea y Canadá, acusada de violar los derechos humanos de los opositores, a quienes persigue, acosa y les imputa delitos a diestra y siniestra por solo expresar sus opiniones.

Las democracias de la comunidad internacional alzaron su voz de protesta, expresando su rechazo a ese régimen que solo apoyan Cuba, Rusia, China, Irán, Corea del Norte y Venezuela, por lo que la oposición lo acusa de pretender revertir el orden democrático del continente americano.   

Ante todo esto, cabría preguntarse: ¿Si en Nicaragua se ha mantenido, al parecer sin fecha de caducidad, este régimen forajido y endogámico, por qué no podría Venezuela transitar hacia ese mismo destino? ¿Será ese el epílogo de nuestra película de terror? Son interrogantes que gravitan en el ambiente. La natural preocupación por la similitud del formato las genera.  

El caso es que aquí vencimos al régimen. En nuestro país se articuló una oposición que cohesionada por el indiscutible liderazgo de María Corina Machado y nuestro hoy presidente electo Edmundo González, pudo vencer con sobrado margen a un monstruo de mil cabezas. Esa derrota del régimen ya caducó, trajo consigo la torpeza de quedar en evidencia ante el mundo al servirse de los poderes públicos secuestrados y sometidos a su antojo para perpetrar un gigantesco fraude difícil de ocultar. Actas matan sentencia. Se cumplirá inexorablemente la voluntad del pueblo expresada en los votos.

X:@vabolivar

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