OPINIÓN

La Navidad y la Psicología

por Ángel Oropeza Ángel Oropeza

 

Más allá de su profundo y fundamental sentido religioso, centrado nada menos que en el nacimiento de Jesús de Nazareth, la Navidad es una de las celebraciones más importantes en la mayoría de los países del mundo. En esta festividad de esencia religiosa conviven en la actualidad una serie de elementos transculturales que se han venido añadiendo con el tiempo y que convierten esta fecha en una oportunidad ya no sólo para la introspección espiritual y la renovación del compromiso cristiano, sino en un disparador de emociones y comportamientos que en la práctica representan un profundo impacto psicológico en muchas personas.

Este impacto psicológico de la Navidad tiene tanto aspectos positivos como elementos de riesgo psicosocial, y es importante conocer ambos, tanto para reforzar los primeros como para levantar a tiempo antídotos que minimicen el efecto de los últimos. 

Desde el punto de vista estrictamente psicológico -y, de nuevo, más allá de las repercusiones positivas de la reflexión religiosa a la que invita- la Navidad puede representar una oportunidad de desarrollo y fortalecimiento personal al menos por tres vías.

La primera deriva de la importancia de las tradiciones y prácticas propias de estos días.  Preparar la cena de Nochebuena, montar el pesebre, compartir celebraciones con los amigos, intercambiar regalos, decorar el árbol o asistir al culto religioso, ayudan a reforzar en la persona tanto el sentido de identidad y pertenencia como el de una sana continuidad psíquica. El primero se ve alimentado por las experiencias agradables de unión y alegría junto a la familia, mientras que la repetición tradicional de tales rituales navideños contribuye a mantener una sensación de estabilidad y certidumbre en un entorno cada vez más incierto y discontinuo. 

En segundo lugar, y fuera de la tentación consumista con la que el mercantilismo avasallador ha logrado contaminar la Navidad, lo cierto es que ella se asocia, desde siempre, con un profundo sentido de la generosidad. De hecho, la tradición de dar regalos en Navidad, así como el participar en actividades de caridad y solidaridad social propias de estos días, activa la liberación de dopamina y estimula áreas cerebrales relacionadas con la satisfacción y el bienestar emocional. 

Y la tercera vía por la cual la Navidad ejerce un impacto psicológico positivo en las personas tiene que ver con los sentimientos de añoranza y nostalgia. Esto ocurre porque las reminiscencias de Navidades pasadas pueden ayudar a revivir experiencias gratificantes y a reencontrarnos con valores que han dado significado y sentido a nuestras vidas. Sin embargo, la nostalgia puede también ser un disparador de episodios de tristeza, sobre todo en los casos de personas que han perdido a sus familiares, o se encuentran separados de ellos por razones de la migración forzada, o han sido víctimas de transformaciones no deseadas en sus vidas. 

Al lado de estos efectos, la época navideña también puede generar consecuencias de naturaleza menos positiva, como las asociadas con expectativas irreales de presión social, estrés y sentimientos de soledad. Así, por ejemplo, la percepción de sentirse obligado a gastar dinero más allá de lo financieramente disponible para cumplir con las expectativas sociales de celebración o de regalos, o el hecho de encontrarse en estas fechas sin las personas que se desearía o sin mayores redes de apoyo emocional, suelen generar reacciones de disconfort psicológico en ocasiones abrumadoras y desgastantes. 

Para ayudar a que la época de Navidad de traduzca en una oportunidad de bienestar psicológico y no de estrés, los psicólogos recomiendan una serie de estrategias, que van desde técnicas de planificación y organización del tiempo, pasando por el establecimiento de expectativas realistas, priorización de actividades, técnicas de autocuidado y de equilibrio emocional, hasta la necesaria búsqueda de apoyo social. Pero, sin duda, las dos estrategias de mayor impacto y eficacia son dos.

En primer lugar, aprovechar estas fechas para involucrarse en actividades de caridad y solidaridad social hacia otras personas menos favorecidas que nosotros o en situación de mayor vulnerabilidad. Pocas cosas son tan terapéuticas como el ayudar a otras personas que viven condiciones más difíciles que las nuestras. Participar en actividades de voluntariado, algunas tan sencillas como visitar un ancianato o una sala hospitalaria infantil para llevar algo de alegría y acompañamiento a quienes allí están, no sólo incrementa el sentido de propósito, sino que además reduce sentimientos de aislamiento y genera un efecto positivo de satisfacción y logro.

En segundo lugar, es conveniente y necesario esforzarse en reflexionar sobre el verdadero sentido de la Navidad, sobre todo desde la vivencia de una realidad tan lacerante como la venezolana de estos tiempos. 

Si se asume la Navidad como una excusa para mirar hacia otro lado y distraernos de la dolorosa realidad, o como un evento circunscrito a la banalidad del festejo vacuo, no tiene ningún sentido celebrarla en medio de este desierto de dolor, sufrimiento y muerte. La única forma de celebrar con sentido la Navidad hoy en Venezuela es rescatando su verdadero significado.

Hace poco más de 2.000 años, un pueblo explotado y sin rumbo recibió la buena noticia de que su liberación se había iniciado. Esa fue la primera Navidad. Desde entonces, su celebración es una invitación a la reflexión y al compromiso sobre la permanente y continua redención. La redención de la persona es así la razón última de ser de la Navidad. Redención de toda violencia, egoísmo, orden injusto, opresión y exclusión que impide que las personas sean felices, que es lo que Dios quiere para todos sus hijos.

Para los venezolanos de estos tiempos, la Navidad debería ser una oportunidad para rescatar su esencia como símbolo y advenimiento de liberación -en la persona y mensaje del niño de Belén- de todo aquello que no nos permite crecer como personas, como sociedad y como país.

@angeloropeza182