En 1907 Duaca disfrutaba del esplendor producto del café. El pequeño grano de la familia de los rubiáceos, generaba fortuna en la comarca. El ferrocarril Bolívar era el instrumento mecánico que conducía el esfuerzo de nuestros emprendedores hasta el puerto de Tucacas, de allí los barcos se encargaban de atravesar el océano, para hacer del producto el huésped predilecto de los sitios más exclusivos. Que nuestra población mantuviera un desarrollo sostenido hizo que se afianzarán las tradiciones. Las fiestas del patrono en junio contaban con la presencia musical. Diestros ejecutantes hacían de las suyas en la plaza Bolívar. Allí se congregaba una nutrida representación de la duaqueñidad. La tradición decembrina gozaba de un mayor talante religioso. La Sociedad de Jesús en el Huerto, era la encargaba de realizar el pesebre. El material utilizado era de primera calidad. Las piezas llegaban de Italia como un agradecimiento de las muchas familias, que, con ese origen, asumieron esta tierra como la suya. Todo con el esmero de los artistas, era la única festividad en donde San Juan, lo mantenían un tanto alejado del protagonismo de Jesús, como rey naciente de la Navidad. La iglesia era el punto de encuentro de una tradición muy arraigada en la noche de los tiempos. Los campesinos bajaban en burros que hacían el recorrido entre caminos llenos de bosques, sorteando quebradas, pasos irregulares, lo importante era llegar hasta los brazos de diciembre en Duaca.
La Casa Bortone
La joya arquitectónica del imperio Bortone abría sus puertas para el compartir en Navidad. Don Francisco comisionó a su hija Assunta para que se encargara de organizarlo todo. Ella simbolizaba la espiritualidad de estas fechas. Su sensibilidad como músico de conciertos, sus habituales viajes a Europa, le dio un bagaje de sabiduría que imprimía a cada sueño que emprendía. La gente del pueblo se sorprendía al verla manejar un moderno vehículo para la época, de hecho, fue de los primeros que se conocieron en toda la región. Duaca tuvo el primer coche del estado Lara y el cuarto de Venezuela, según crónicas de la época. Eran sencillos, con todo y que eran dueños de una gran fortuna. En estos días se montaba el pesebre gigantesco en uno de los espacios enladrillados del inmueble. Se hacían hallacas, mataban reses y cerdos que utilizaban para darle comida al pueblo. La distribuían entre los vecinos y la gran cantidad que llegaban desde los campos, en el patio hervían las hallacas rebosantes de grosura. Un día antes se ahumaban las hojas provenientes de la zona alta. Cada detalle estaba bien guardado por Assunta Bortone, cuando se acercaba la noche tocaba piezas italianas en violín ¡Oh, excelsa maravilla del bel canto! Era la fiesta de la música con el corazón italiano, allí estaba Giuseppe Verdi, vestido de duaqueño; en el imaginario mensaje de sus obras arrancadas de un violín que volaba entre el vino europeo y nuestro café arábigo. Su íntima amiga, Antonia Tovar, disfrutaba la velada, la dilecta hija del General Tovar, era asidua visitante de la casa Bortone. Desgraciadamente, la tuberculosis la emboscó un buen día. Su muerte hizo que la celebración perdiera el brillo.
El regreso en ferrocarril
En la víspera navideña la estación del tren estaba llena. Las familias aguardaban a sus miembros con gran deseo. Los amores sostenidos por el perfume ceremonial de las epístolas, estaban allí entre los bancos que conducían al jardín. Cuando el armatoste se deslizaba por el esqueleto de hierro, las miradas se agitaban. El silbido profundo, con sus bocanadas calientes del corazón del carbón, inundaba el cielo azul de la perla. Cuando descendían del tren cada uno buscaba al motivo de su llegada al lugar, el amor se cruzaba con algún saludo de ademán discreto, los besos no se exhibía en público, semejantes muestras de cariño estaban reservadas para la privacidad. Las maletas, que contenían regalos, eran llevadas por los familiares, o los criados, desde ese momento quien regresaba era epicentro de la festividad.
La chicha de la abuela
10.000 años tiene germinando en nuestras tierras el maíz. Los aborígenes crearon una bebida dulzona que servía para las celebraciones. Los grandes rituales lo tenían en sus programas de adoraciones. En tierras de Crespo, la gramínea se usó en diversas presentaciones según la época del año. En Navidad el maíz estaba reservado para la chicha. La escogencia la hacían guardándolo en pipas. Posteriormente, el papelón duaqueño, escogido entre los varios trapiches de la región, daba el temple, mientras los aromas los introducían los clavos, la canela, los frutos secos de la tabasco. El maíz hervía entre leños secos. Finalmente, lo colaban con una fina tela llamada liencillo, que vendían los árabes en la calle principal de Duaca. Mi abuela Francisca aprendió con su tía Rosa, una adorable negra de rasgos gayones y con sangre falconiana. La semilla Cambero, que trajo Fidel, en el espíritu indomable del fiero coriano León Colina, aprendió a luchar por los oprimidos, mientras Francisca se quemaba los ojos para eternizar sus exquisiteces, que no aprendió de su madre que murió al tenerla, pero los principios básicos estaban en el fogón. Esta bebida se hizo sumamente popular en los caseríos. El campesino la asumió como suya; allí estaban sus raíces, el trabajo del sembradío anual sostenido en una bebida refrescante que los unía en el canto de todos.
@alecambero