La degeneración mediocrática, que caracteriza Faguet como un “culto a la incompetencia”, no depende del régimen político, sino del clima moral de las épocas decadentes. Cura cuando desaparecen sus causas; nunca por reformas legislativas, que es absurdo esperar de los propios beneficiarios. En vano son ensayadas por los tontos o simuladas por los bribones: las leyes no crean un clima. El derecho efectivo es una resultante concreta de la moral.
José Ingenieros – El hombre mediocre
Cuando el presidente Lula da Silva como anfitrión de la reciente cumbre suramericana, afirmó que sobre la destrucción de la democracia y las violaciones a los derechos humanos en Venezuela, originados por el neototalitarismo de Nicolás Maduro era parte de una “narrativa construida”, sus palabras y discurso, tan consecuentemente estructurados en la praxis del bien común, quedaron anquilosados, y sobre todo pareciera que olvidó las razones por las cuales Jorge Amado tuvo que exiliarse entre Uruguay y Argentina, y posteriormente en Europa, y él, como presidente que pudiera retratarse en Sudor, en esa obra de transformación social del escritor brasileño, simplemente bordeó el escenario de ideas regionales, y convirtió en bazofia política a la inmensa mayoría de los venezolanos, víctimas del hambre, pobreza y emigración.
La narrativa de Lula, pareciera que olvida el por qué Cortázar tuvo que optar por la nacionalidad francesa en tiempos de dictadura argentina, entendiendo, que en Venezuela los periódicos independientes no circulan de manera impresa como El Nacional y su sede principal es “embargada” por una “justicia revolucionaria”, mientras que las editoriales no existen, y han sido clausurados canales de televisión, sin obviar que emisoras de radio son cerradas casi a diario, y en donde hasta escribir un “tuit” en tiempos de tecnología e “inteligencia artificial” ha sido considerado “delito de odio” con penas de hasta 25 años de cárcel.
La narrativa de Lula no discierne las razones que llevaron a Gabriel García Márquez a abandonar Colombia y refugiarse en México, mientras cientos de periodistas y políticos que han sido encarcelados, perseguidos y asediados en Venezuela, acusados de “golpistas”, “pitiyanquis”, “antipatrias”, yacen fuera de las fronteras de la patria de Bolívar por concepciones que el presidente de Brasil hegemoniza como si fuera una novela de ficción.
La narrativa de Lula es aquella que ignora las palabras del presidente de Chile, Gabriel Boric, cuando señala el “dolor de los migrantes”, y por ende, asume con froslenia que la historia haya tenido que llevar a Isabel Allende a Venezuela, y que La casa de los espíritus, sea una conjugación de latinajos, o sea, que el hecho de que casi 9 mil venezolanos hayan denunciado ante la Corte Penal Internacional violaciones de derechos humanos solo es una hablilla.
La narrativa de Lula es aquella que asocia el gobierno de Maduro como La civilización del espectáculo de Mario Vargas Llosa, donde existen unos medios del Estado que nos muestran la “verdad” gobiernera que es capaz de vivir “feliz” con salarios y pensiones de 4 dólares al mes, atrofiada en sus comunidades sin servicios públicos, y los pocos que emplean el razonamiento, la lógica, la argumentación, y los hechos que muestran una sociedad consumida y deslastrada en la miseria, los medios del gobierno empleando lo que sería esa “narrativa” definen con el anglicismo – o barbarismo – de “fake news”.
La narrativa de Lula es la antítesis de los Cantos de vida y esperanza de Rubén Darío, porque para el presidente brasileño los venezolanos y latinoamericanos tendríamos que renunciar a nuestros sueños, a nuestra identidad, a nuestras luchas y someternos como población gregaria a una profunda e interminable modorra política que el madurismo nos ha impuesto en sus espejos de violaciones constitucionales, y tendríamos que estar en Venezuela asumidos en una constante visión de Aristófanes y Los caballeros, porque en definitiva la palabra de Miraflores sería la única validada ante la historia.
La narrativa de Lula se convierte en la aceptación del prevaricar las acciones del régimen de Nicolás Maduro, y por esa razón hasta llamarlo El Señor Presidente – cómo tanto le gusta ser llamado a los dictadores, y que los etiqueten en las redes contemporáneas – conjugando los recursos literarios de Miguel Ángel Asturias, cualquier crítica podrá ser tachada de oxímoron por el conjunto de piaras que conforman quienes promueven la monserga de lo que para ellos sería el “pueblo”.
La narrativa de Lula es intentar hacer ver que el ejecutor de las prácticas neototalitarias, ha sido objeto de un quid pro quo, mor, protervos malentendidos, porque lo que pueda decirse contra él, es mentira o calumnia “construida”, aunque asegure que va a suministrar toda la electricidad que necesite la nación amazónica, más allá que existan comunidades indígenas en La Guajira que llevan hasta con cuatro años sin haber vuelto a ver ese tipo de luz¹; verbigracia, para Lula, la Canaima de Rómulo Gallegos es sólo otra narrativa histórica que menos pueda nuclearse, entre la geografía venezolana y brasileña.
La narrativa de Lula se ha convertido en el rescoldo de los pobres en Venezuela y de América Latina que continúan esperando que algún día ese Confieso que he vivido, donde Pablo Neruda expresó sus más humanos deseos, florezcan y se conviertan el albor de una historia llena de eudaimonia.
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¹ https://elpitazo.net/podcast/cuatro-anos-sin-luz-tienen-100-familias-de-seis-comunidades-en-guajira/