El pasado lunes 29 de mayo, el presidente de Brasil recibió en Brasilia a Nicolás Maduro en un gesto destinado a reinsertar su gobierno antidemocrático en la comunidad internacional, especialmente en la de nuestro continente. Para cumplir ese objetivo, Lula se inventó una cumbre de los presidentes de los países suramericanos, una suerte de nueva versión de Unasur.
En la antesala de la cumbre, en una reunión bilateral, “Lula calificó de ‘narrativas’ las acusaciones de dictadura en el país. ‘Maduro sabe la narrativa que construyeron contra Venezuela durante tanto tiempo’, dijo el presidente brasileño». (https://www.lanacion.com.ar/el-mundo/maduro-llega-a-brasil-para-participar-de-una-cumbre-regional-convocada-por-lula-nid29052023/?outputType=amp)
Más allá de las afinidades ideológicas y de los intereses comunes que ambos personajes defienden, hay una realidad que nadie puede ocultar, por muy grande y poderoso que Brasil sea.
La magnitud de la tragedia y la claramente documentada conducta autoritaria de Maduro, hacen que las palabras de Lula no hayan logrado el objetivo de limpiarle su rostro, marcado por la constante violación a los derechos humanos de nuestros ciudadanos.
Por el contrario, Lula ha logrado nuevamente recordar en todo el continente, la cruda verdad que padecemos en esta nuestra Venezuela. Desde el mismo seno de la cumbre se alzaron las voces de los presidentes de Chile y Uruguay para expresar el rechazo de sus gobiernos, al intento de crear una nueva “narrativa” de nuestra tragedia.
Si bien las palabras de los dignatarios citados retumbaron en todo el continente y allende el Atlántico, más impacto generaron los silencios. Es de la naturaleza de los encuentros políticos en todos los niveles, máxime en una cumbre de presidentes, la fijación de criterio por parte de los participantes. Cada sector, en este caso, cada país se pronuncia respecto de los temas en debate para dejar sentados sus puntos de vista, los cuales finalmente se convierten en elementos para los documentos con los cuales se asumen acuerdos y se comunican decisiones importantes.
Uno de los silencios más elocuentes fue el de Gustavo Petro, el presidente de la hermana y vecina Colombia y el de Alberto Fernández, el presidente argentino. El ocupante del Palacio de Nariño no acompañó el planteamiento de Lula. No partió lanzas para acompañar la tesis, según la cual, a Maduro le han creado una imagen ficticia e injusta de autócrata. ¿Porque el silencio de Petro?
Recordemos que él ha solicitado, en público y privado, el retorno de Venezuela al Sistema Interamericano de los derechos humanos. Al formular tamaña solicitud está presentando una tesis totalmente distinta a la de Lula. Está proponiendo un retorno a la legalidad democrática. No otra cosa significa el Pacto de San José y las decisiones de los órganos establecidos para hacer efectiva su vigencia, vale decir, la Comisión y la Corte Interamericana de los Derechos Humanos.
Lula quería extrapolar la narrativa del canal 8, es decir crear las condiciones mínimas para ofrecer y promover una versión de Alicia en el país de las maravillas. Vale decir, comunicarle al mundo que Venezuela es una democracia ejemplar, respetuosa de los derechos humanos, un sistema trasparente que administra con honradez, en bien de sus ciudadanos, los recursos de que dispone. Además de que viven a plenitud una época de bienestar y justicia, gracias al eficiente gobierno que encabeza Nicolás Maduro.
Para Lula lo que el mundo ha visto es una “narrativa distorsionada”. Es decir, aquí no hemos asistido a eventos arbitrarios, desconocedores de las más elementales reglas de la democracia, como por ejemplo, el desconocimiento absoluto a la Asamblea Nacional elegida en diciembre del 2015, tras la cual se impulsaron procesos electorales con fraude a la constitución, como aquel que convocó una inconstitucional Asamblea Constituyente, o el que eligió una Asamblea Nacional incorporando 120 diputados de una circunscripción nacional no establecida en la constitución. También le parece al Señor Lula una “narrativa”, es decir un cuento, el adelanto de las elecciones presidenciales en 2018, dejando sin garantías a la oposición política.
Lula, en su afán de maquillar a la “revolución bonita” olvidó el monumental expediente preparado por la oficina de la alta Comisión de los Derechos Humanos de la ONU, sobre la ejecución de crímenes de lesa humanidad en nuestro país. Por supuesto que también omitió el proceso en curso en el seno de la Corte Penal International. Los hechos son tantos y tan protuberantes que no hay forma de ocultarlos.
No se trata de un tema de un tema de contradicciones o disputas políticas e ideológicas. De cuentos o narrativas pre fabricadas. Se trata de hechos y comportamientos públicos y notorios. Una líder de la izquierda latinoamericana como Michelle Bachelet, expresidenta de Chile, jamás se hubiese prestado para montar “una narrativa distorsionada”. Su oficina documentó minuciosamente ese proceso y se trata de crímenes cometidos contra la ciudadanía venezolana.
Lula ha logrado el efecto contrario. No pudo limpiar a Maduro de sus responsabilidades políticas. Al contrario ha comenzado mal su nuevo gobierno al asumir la defensa de un régimen político causante de la tragedia humanitaria más numerosa y dolorosa del siglo XXI latinoamericano. No logró integrar en un solo bloque a la izquierda continental, por el contrario, quedaron en evidencia las divergencias y los severos cuestionamientos que explican porque el régimen “bolivariano” se ha ganado el repudio de la comunidad internacional.