OPINIÓN

La nada podría ser más divertida que el Reino de Hades

por Alberto Jiménez Ure Alberto Jiménez Ure

En Centro-Suramérica, los militares que adhieren al terrorismo de todos los siglos no combatirán, jamás, con autenticidad y expeditos, a malparidos que corrompen instituciones internacionales: sin excluir a fuerzas armadas que hace rato no defienden territorios patrios y se han transformado en tropas fascistas-mercenarias destinadas irrespetar los universales e inalienables derechos humanos de los ciudadanos a los cuales deberían proteger.

No resguardan fronteras contra actividades propias de hampones ni son custodias de ninguna sociedad. Tampoco lo harán los [ci]viles en cohecho para cometer prevaricato. Es decir: el «cívico-militarismo» ni siquiera es mampara, sino aparataje del crimen político organizado con petrodólares.

Durante los días de transición entre los siglos XX y XXI, en Venezuela, por ejemplo, protagonizó un fétido que, soberbio, esputaba improperios hacia los rostros de sus indefensos e inocentes gobernados y personalidades de diversos países para luego -en cadena de tribulaciones y con abundantes lágrimas en los ojos- besar una cruz porque le habían diagnosticado cáncer y estaba desahuciado. Su conducta fue, mediante dolarización, imitada por gentuza con pantalones o faldas, en cada resquicio. Mujeres y hombres a quienes encanta la propaganda que adoctrina, el fomento de ofertas engañosas de libertad, pillaje, crimen y estupidez. Son plagas en Suramérica.

Políticos y militares sin ilustración han fundado corporaciones transnacionales de «haz»-«sesinos» [fascis] y falsos humanistas, que, «in facie eclessiae», lucen caricaturescamente mussolinianos. No tienen las charreteras de Benito, pero mucha facha de ladrones e instigadores aparte de totalitarios y genocidas. Los profesos del fascismo en Italia, Alemania u otros lugares (que se admitió ideología y movimiento político en la Europa de pre y post II Guerra Mundial, desde 1918 hasta 1939) no se enmascaraban. En la actualidad se ha convertido en mucho más que fascinación para los impresentables que lo aplican y visten agujereados manteos de monjes. Los «fasces lictoriae» del siglo XXI ya no flanquean a quienes alcanzan legalmente el poder para ilegitimarlo con sus aborrecibles conductas, no usan símbolos sino vándalos o colectivos de «haz»-«sesinos» dotados de toda clase de instrumentos letales.

El imperio económico norteamericano devino en el principal aliado de los malvivientes que, en el siglo XXI, dicen transitar una «tercera vía política» [nada distinto a maquilladas formas de robar y matar que ha estigmatizado a los genocidas durante centurias].

La existencia de infestos, corporativistas estatales y totalitaristas, ha sido posible virtud a los miles de millones de dólares que Estados Unidos transfiere a Estados que le proveen combustible fósil u otras materias primas. El gigante financiero-bélico expone sus contradicciones éticas frente a criterios relacionados con el fomento de los Derechos Universales del Hombre, la democracia, paz y prosperidad doctrinal en países donde los mandatarios «dolarfagos» exhiben sus muñecas de mafias y arrogan esplendorosos coitos con ellas.

De hecho y con jurisprudencia, queda clara la inoperatividad de la Organización de Estados Americanos y también de Naciones Unidas (ONU) en el curso del siglo XXI. Aun cuando haya resistencia por parte de algunas personas con sabiduría que representan sus naciones, lo citados organismos están incorregiblemente corrompidos. Los ciudadanos emancipados de criterios esclavistas debemos persistir en el propósito de pujar a favor de exterminar la ONU y la OEA e instaurar nuevas instituciones mundiales: con normas que no requieran distintas interpretaciones, insobornables, humanísticas.

Mayores de edad y hábiles, quienes en la actualidad representan repúblicas en América Latina están aferrados a dos írritas organizaciones de estados cómplices que son instituciones prostituidas y explícitamente enemigas de los oprimidos. Al cabo de dos guerras mundiales, ni siquiera está impoluta la Corte Penal Internacional cuyo funcionariado presencia los delitos de lesa humanidad y actúa con pírrica o inútil diligencia para castigar criminales. No es perogrullada que anuncie la inminente extinción de los animales presuntamente racionales. Es tiempo de fijar término a esta abominación que experimentamos calificándonos humanos. Tranquilo, la nada podría ser más divertida que el Reino de Hades.

@jurescritor