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La multiplicación de la diversidad

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A medida que se despliega el desarrollo científico-tecnológico, crecen las posibilidades de incorporar robots, Inteligencia Artificial (IA) y otros inventos, en la vida del homo sapiens. Esto plantea nuevos desafíos para la diversidad en el contexto de la sociedad.

El historiador israelí, Yuval Noah Harari, planteó en Homo Deus: breve historia del mañana (2015), la posibilidad de que las nuevas expresiones científico-tecnológicas, entre ellas la Inteligencia Artificial, desplacen a los seres humanos en distintas actividades, dado que son más eficaces.

Para un buen tajo de la opinión pública, sin embargo, este planteamiento suena a ciencia ficción, pese a que el aludido proceso de desplazamiento viene ganando terreno en la generación de estadísticas, mapas, contenidos y numerosos productos con una alta demanda en el mercado.

Nuestra especie siempre ha tenido temor e incertidumbre respecto al desarrollo científico-tecnológico, debido a los perjuicios y beneficios que puede arrastrar. Los servicios de salud apoyados en Inteligencia Artificial, por ejemplo, pueden ser más precisos en los diagnósticos que los análisis ofrecidos por médicos humanos, pero suponen que cientos de profesionales egresados de las universidades verán limitadas sus posibilidades en el mercado laboral.

En otros terrenos viene sucediendo algo similar. El año pasado, un nutrido grupo de productores, guionistas y demás trabajadores de la industria cinematográfica de Hollywood, logró la aprobación de una serie de normas para regular el avance de la Inteligencia Artificial.  Esto es tan solo un abreboca de lo que podría suceder a mediano y largo plazo a escala mundial.

Bajo cierta perspectiva antropológica, la evolución del ser humano no puede entenderse separándola de la tecnología. Desde el primer momento que el homo sapiens fabricó artefactos para la vida, caso de los instrumentos líticos usados en la caza de grandes mamíferos, extendió sus posibilidades más allá del cuerpo natural con el que vino al mundo, y extendió tanto su mentalidad como su universo. En otras palabras: los artefactos tecnológicos siempre fueron extensiones inherentes a la especie humana, prolongaciones corporales y culturales, como también lo son los chips y las “máquinas inteligentes” que acompañan a cientos de familias estadounidenses en la existencia cotidiana.

El desarrollo científico-tecnológico puede abrir nuevos caminos para el concepto de diversidad, llevarla más allá de la orientación sexual, el género, la etnia, la ideología y otras categorías que hemos creado para tratar de entender dónde estamos parados, como somos y como nos diferenciamos. De manera que a la segmentación actual habría que añadir nuevas definiciones: semihumanos, no-humanos, poshumanos, entre otras. El resultado sería asombroso.

El fundamento de este proceso de diferenciación reposa en realidades, mentalidades y sensibilidades que desean ser reconocidas, así como en razones de mercado y segmentación de públicos. No obstante, desde algunas miradas críticas, esta multiplicación de categorías más bien complica el panorama, porque genera más divisiones, y porque algunas de estas construcciones carecen de un amplio consenso social, político y jurídico, o simplemente no son aceptadas, pues van contra sólidas creencias y viejos principios.

No sabemos si será posible la coexistencia pacífica y la integración de todos estos actores, o si se impondrán los que son mayoría y cuentan con más poder, tal como ha sucedido en el devenir de la humanidad, un recorrido duro, a veces áspero, que ha marginado a aquellos que “contaminaban” la especie, eran “inferiores”, o constituían una “amenaza”.

@humbertojaimesq

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