Cualquiera puede imaginarse las reacciones de censura y condena del PSOE y su tropa Frankenstein, por otra parte más que justificadas, si Ana Botella o Elvira Fernández, esposas de Aznar y Rajoy respectivamente, hubieran aprovechado la notable influencia ligada al cargo de sus maridos para avalar a empresas relacionadas con sus actividades profesionales con el fin de ser receptoras de fondos públicos mediante contratos con la administración.
No hay normativa en España que regule el papel y desempeño de las «primeras damas» durante el mandato de sus maridos al frente del Gobierno, pero existe un aserto de siglos que define a la perfección ese rol aplicable a la esposa o esposo del mandatario-a: la mujer del César no sólo debe ser honrada sino parecerlo. Pues eso.
Hasta donde sabemos la mujer del «César» Sánchez ha avalado con su firma en dos cartas la idoneidad del empresario asociado a su máster en la Universidad Complutense para que las empresas de éste recibieran en sucesivos concursos públicos las adjudicaciones de contratos de los ministerios de Economía e Interior, por cantidades que según El Debate superan los 18 millones de euros.
A esas licitaciones se presentaron otras empresas que no contaban con el favor de la mujer del presidente y que tras conocerse los hechos ahora revelados por la prensa están en su perfecto derecho de creer que aún mereciendo por experiencia, y quizás mejor oferta, las adjudicaciones no se las concedieron porque había una sociedad que concursó dopada por la influencia de «la primera dama» mediante cartas de recomendación.
Desconozco si acabará judicializado este asunto en el caso de que alguna de esas empresas agraviadas quisiera llevarlo a los tribunales en el convencimiento de que el papel desempeñado por Begoña Gómez avalando a su amigo Carlos Barrabés, pudiera haber incurrido en un presunto caso de tráfico de influencias, pero de lo que no hay duda es de que el proceder de la mujer de Sánchez es cuestionable ética, estética y políticamente y que éste debería haber respondido ya con las explicaciones que aún no ha dado.
Por cierto, sorprendentemente, tampoco fue preguntado, que se sepa, Sánchez al respecto por los periodistas que le acompañaron a su reciente viaje por Oriente Medio, por más evidente que resulte que el caso le incomoda cada vez más, le cabrea y pone de los nervios.
No hay más que ver la sorpresiva excursión al Valle de los Caídos nada más bajarse del avión procedente de Qatar para advertir su urgente necesidad por intentar desviar la atención del presente informativo sobre los negocios de su mujer o las mascarillas de los Koldos, Armengol o Victor Torres, volviendo al pasado de la guerra civil y del franquismo.
Lo de sacar a pasear a Franco es el recurso al que apela Sánchez para intentar marcar agenda con la connivencia de sus medios afectos y al que nos tiene ya habituados pero que en esta ocasión denota, insisto, su nerviosismo por la «corru-psoe» en pandemia, el denunciado papel de su mujer como captadora de fondos del Gobierno para empresas directamente relacionadas con su actividad profesional y por el rally electoral de País Vasco, Cataluña y Europeas, cuyos resultados pueden arruinarle la intención de llevar la legislatura, con permiso de Puigdemont, más allá de este 2024. Veremos.
Artículo publicado en el diario El Debate de España