María Corina Machado escribió hace unos días en un post de su cuenta de X que la represión “ha escalado a otro nivel de violencia y maldad”. Lo difundió después de que se halló el pasado 25 de octubre el cadáver del dirigente de Voluntad Popular en el estado Apure, Edwin Santos Quiñones, cuya desaparición había sido denunciada dos días antes. “Un ciudadano es secuestrado por razones políticas, asesinado estando bajo el poder de fuerzas de seguridad y abandonado su cuerpo en la calle”, añadió Machado. Es la apretada síntesis de lo que ocurrió con Santos.
Padre de familia, locutor de Fe y Alegría, activo hombre por el cambio político, católico, persona buena. El entierro de Santos, según las imágenes que han circulado en las redes sociales, convocó a centenares de personas conmocionadas con su muerte. Con su asesinato, aunque el director del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas, Douglas Rico, quiera negarlo con un pretendido informe científico de un supuesto accidente de motocicleta en el que habría perecido Santos. La palabra de las autoridades no vale nada, porque nada valen las autoridades.
El informe policial va acompañado de la reprimenda, la amenaza, contra quien difunda una versión distinta de los hechos. La verdad oficial es la única que cuenta, y detrás de cada “verdad” hay muerte, dolor e indignación.
Una nota de El País de España, titulada El «manual de represión» que comparten los tiranos modernos, indica que los arrestos domiciliarios, la tortura en las prisiones, los ataques a familiares de los activistas o el uso de inteligencia artificial para controlar a la población se repiten casi de forma automática en la mayoría de los regímenes autoritarios. “Desde Egipto e Irán a Rusia y Venezuela, los dictadores cooperan y se copian entre ellos», expresa en la nota citada la periodista y disidente iraní Masih Alinejad. Por eso el régimen de Maduro apesta en foros internacionales con cierto barniz democrático.
La escuela de la que se copia Venezuela es la de la Cuba castrista, cuyos métodos de control, represión y encarcelamiento explican el dominio ejercido sobre su población por más de seis décadas. Hay también, desgraciadamente, manuales de consulta que se creían obsoletos de las dictaduras militares que auspiciaron la Operación Cóndor en varias naciones del sur del continente americano. Dictaduras, de derecha que los revolucionarios venezolanos no tienen vergüenza en plagiar para sembrar el terror y disuadir a los ciudadanos de participar en actividades políticas garantizadas en la Constitución.
La Navidad que Maduro decretó desde octubre es, en verdad, una cruzada represiva. Sin respaldo popular, carcomido por la corrupción, aislado internacionalmente, incapaz de resolver el más nimio asunto público, el régimen es una fiera herida o un tropel de fieras heridas, insaciables, que se llevan por delante a un ciudadano y abandonan su cuerpo en una vereda y tratan de impedir que su viuda pueda verlo y reconocerlo, como ocurrió con Edwin Santos, un hombre bueno. Hay una escalada sin fin de violencia y maldad.
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