Para algunos, la última estocada a el diario El Nacional, sin versión impresa por culpa del régimen desde 2018, es poco importante con tantos problemas graves alrededor. Es un pensamiento simplista, pero real.
Pero, aunque no se valore o se piense que es simplemente una empresa privada más expropiada, lo sucedido con la más reciente sentencia de la injusticia revolucionaria, es sin duda alguna, un robo a nuestra identidad, a nuestros derechos y otra ventana a la información veraz, valiente y oportuna que cierra descaradamente el régimen sin resistencia alguna.
Para quienes hemos trabajado en El Nacional, crecimos profesionalmente ahí y nos sentimos orgullosos de ser parte de esa gran familia; es un dolor terrible. Es una sensación de pérdida y de nostalgia que corroe la piel y el corazón. El Nacional ha sido hogar, escuela y lugar de oportunidad de crecimiento para generaciones. Sin olvidar todas las luminarias del periodismo y la cultura que han llenado sus páginas, por décadas, mostrando lo mejor del país.
Para el resto de venezolanos, como ciudadanos, que además crecieron con El Nacional en la casa, con todos sus cuerpos, sus revistas, con sus libros, discos, promociones; sus titulares legendarios y su presencia como garantes del correcto tráfico de la información y opinión, desde Puerto Escondido hasta Los Cortijos; es el fin de una era que puede que jamás regrese. Es el final de uno de los últimos íconos periodísticos, informativos, culturales, sociales, políticos y económicos del país. El epílogo de la libertad de expresión.
Muere físicamente una institución que se mantiene viva en la web y las redes, como el alma del difunto que se aferra a este plano negándose a sucumbir a su destino. Su voz permanece como un eco que grita desesperadamente intentando ser escuchado en medio de tanto ruido y paredes laberínticas que ha levantado el régimen a la información que desnude sus miserias.
Su lucha sigue, aunque su cuerpo lo terminó de asesinar una sentencia infame del régimen, que busca mostrar su victoria pírrica como humillación final, pavoneándose poderoso delante del pueblo huérfano de medios.
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