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La motosierra de Javier Gerardo Milei

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En las pasadas elecciones presidenciales en Argentina resultó electo Javier Milei, postulado por el partido La Libertad Avanza creado como alianza electoral en el 2021, transformándose en 2024 en “partido de alcance nacional”. El “presidente libertario”, como él mismo se define, ha cumplido en el gobierno una docena de meses y algunos días, periodo en el cual ha gritado en más de una ocasión, por no decir todas, “¡Viva la libertad, carajo!”.

A más de uno les ha llamado la atención, incluyéndonos, las ejecutorias del primer magistrado. En 2023, en efecto, escribimos el ensayo “Los libertarios del libertarismo” en el que afirmamos que  el mundo prosigue en procura de “un buen gobierno” y que una diversidad asoma, “en el contexto del “minarquismo”, a uno “mínimo”, desiderátum del fundamento liberal. Y que en el contexto de la tendencia lo lógico sería que el Estado monopolice la defensa, la protección y la justicia, pero, sin hacer suyo, pues, sería erróneo, lo concerniente a la materialización del  “bienestar social” y mucho menos bajo formulas monopólicas. A los sostenedores del “minarquismo” se les califica como “libertarios”. Aquellos que abogan por una sociedad libre, de cooperación, tolerancia y respeto mutuo. Y en medio de la diatriba, casi afirmamos, que Javier Gerardo Milei pareciera un convencido de “que a la humanidad como que, tal vez, le conviene gobernarse a sí misma”. Pues, el daño por parte de terceros ha sido descomunal. Postura, por cierto, con unos cuantos propulsores.

A un año del gobierno cabría preguntarse si el régimen constitucional legitima al presidente para adelantar la política neoliberal, la cual pareciera haber sido determinante para su escogencia, resultado que,  por cierto, no dejó de sorprender a más de uno (“Argentina abraza a la ultraderecha. El economista Javier Milei, de 53 años, ha arrasado este domingo en la segunda vuelta de las elecciones”). Pues, tal vez, para el asombro de muchos, la carta magna pareciera no contemplar formalmente un sistema económico particularizado, por lo que da la impresión de que lo hubiese dejado a la discrecionalidad del poder ejecutivo, en coordinación con el legislativo. Quizás una reafirmación de la soberanía popular, así como de las pautas para su ejercicio.

En el contexto han de tenerse presentes las consideraciones formuladas, con respecto a la Constitución argentina, por Juan Bautista Alberdi en su elogiado trabajo “Soluciones programáticas para la organización política de la República”. Se escucha que su visión cristalizó en la Constitución de 1853, a fin de limitar los poderes del Estado, garantizar los derechos individuales y crear condiciones para el progreso material y social del país,  distorsionado por décadas, conduciéndonos  a crisis económicas, inestabilidad política y pobreza generalizada. Así lo afirma Rodrigo Piernas Adolfato, político brasileño, para quien, por cierto, el esquema de Milei es el adecuado para Brasil. Con razón algunas fuentes califican a Donald Trump y a Jair Bolsonaro, conjuntamente, con Javier Milei como partidarios del gobierno mínimo. Y no “el Estado distribuidor”, censurado por la académica Raquel Merino Jara (Liberalismo: del Estado Mínimo al Estado Máximo, Instituto Juan de Mariana).

Es de observar, asimismo, de notable utilidad en lo atinente a la Ley Suprema con respecto a “la política económica”, que el Dr. Horacio A. García Belsunce, profesor de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales (UNLP), afirma que las constituciones estatuyen la regulación jurídica de la sociedad en su conjunto, así como de los individuos que la integran y, en ambos casos, en orden a sus relaciones políticas, económicas y sociales, estatuyendo aquellas que norman “el régimen económico” del cual extraemos “la modalidad” que el constituyente ha adoptado. Y que si este no se indicare con exactitud, ha de acudirse, vía el método deductivo para determinarlo, a saber: 1. Economía de mercado, 2. Economía social de mercado, 3. Economía mixta, 4. Economía centralmente planificada y 5. La socialización de los medios de producción. Las provisiones de la mayoría de las constituciones, han de entenderse, como lo reitera el académico, ofrecen un margen de discrecionalidad al poder público, en rigor, soberano,  a fin de llevar adelante el programa económico más acorde con la realidad del país. Por lo que ha de asumirse que es la objetividad la que determina la aplicabilidad de la metodología más provechosa en razón a la diversidad de los pueblos. En Argentina, adiciona el docente, esta conclusión es la que pareciera deducirse, inclusive, del mismo preámbulo de la Ley Suprema. Ella institucionaliza el concepto de libertad al reafirmar el objetivo de “asegurar los beneficios de la libertad”, como finalidad del Estado constitucional, de organizar jurídicamente una sociedad de naturaleza pluralista, en contraste con un Estado monolítico y totalitario donde el gobierno y el Estado lo son todo y el individuo nada”. Suena oportuno leer con detenimiento lo que pudiera calificarse como la conclusión del académico: “Aplicar los principios políticos y económicos de la Constitución histórica, condujeron, como antes referido, en las últimas décadas del siglo pasado y en las primeras del presente a colocar a Argentina entre las primeras potencias del mundo por su nivel económico, social y cultural, resultado de una acción de gobierno inspirada en: 1. Que sin el más estricto respeto al orden jurídico propio de un Estado de derecho, ni el liberalismo ni ningún otro sistema económico, encuentran legitimidad en su acción ni perspectivas en su desarrollo y 2. El hombre y la sociedad que él integra constituyen el fin superior del Estado por encima de otras estructuras destinadas a servirlo y no a servirse de él como una vía para asegurar el bienestar general, garantía suprema de la Constitución Nacional. La que, Dios mediante, esperamos se mantenga incólume en el devenir de los años para seguir rigiendo los destinos de las generaciones presentes y futuras.

Un amigo de Buenos Aires, con quien sostuvimos una conversación en lo relativo a la metodología de Milei, después de haber observado que utilizó más de una vez las palabras “che, sí, claro, listo, dale y “sos hermosa”, esta última cuando le saludó una bella mujer, quien había sido su última “fidanzata”, no dejó de reiterarnos la necesidad de tener presente el análisis de Alejandra M. Salinas, profesora de la Universidad Católica Argentina (octubre, 2024) en el por demás determinante essay “Populismo y libertarismo”, en el cual se plantea si calificar a Milei como “un economista libertario lanzado a la arena política, con la probable intención de erosionar a la democracia desde adentro y retornar a formas de violencia política y estatal”, supuesto que termina negando. La académica pareciera inclinarse por la tesis conforme a la cual si el primer magistrado no ha puesto ni pondrá de lado “el orden político democrático liberal” concebido conforme a principios y normas establecidos en la Constitución, y su lógica política descansa en el respeto de esos valores, no puede ser considerado ni un exponente de la extrema derecha, ni un líder populista. Argentina, sin dudas, sujeta a la racionalidad política, rumbo que pareciera haber perdido en las últimas y largas décadas.  Se opone a toda construcción de identidades colectivas (tal como la del pueblo), ofrece una perspectiva normativa individualista y defiende las instituciones de una democracia liberal limitada y la economía global de mercado. “El discurso anticasta -concluye la profesora- interpela las prácticas usuales de la clase política sin ánimo de cuestionar o reemplazar el sistema institucional existente. El término ‘casta¡ (sinónimo de partidocracia) corresponde a una postura antiélite, no antisistema”.

Dios quiera que el sacudón que trata de impulsar el presidente Milei con respecto a “la desastrosa política de las prebendas para captar sufragios y obtener beneficios particulares”, induzca a desenredar las madejas que desde hace ya algún tiempo tienen a América Latina amarrada como un pastel.

La intensidad con la cual el presidente de Argentina plantea sus providencias ha encontrado en la rica lengua española el mecanismo de “una sierra grande con un motor y piezas parecidas a dientes montadas en una cadena continua, utilizada especialmente para cortar árboles”. Quienes recuerdan su campaña presidencial no han de olvidar la “motosierra” que solía exhibir.

En su discurso a la Unión, la prensa advierte que el presidente no terminó la intervención con la típica frase “¡Viva la libertad, carajo!”. Expresión que induce a preguntarse si el primer magistrado se hubiese aprendido al caletre el artículo 190 de la carta magna, conforme a la cual se le eligió: “Las acciones privadas de los hombres que de ningún modo ofendan al orden y a la moral pública, ni perjudiquen a un tercero, están solo reservadas a Dios, y exentas de la autoridad de los magistrados. Ningún habitante de la nación será́ obligado a hacer lo que no manda la ley, ni privado de lo que ella no prohíbe”.

El desastre argentino no difiere del resto de los países de la región. En nuestro país, Venezuela, que va, dentro de pocos días, como no debería, a una especie de “degolladero”, por lo que muchos, tanto de allá como de otras latitudes, oran al Señor expresándole:

“Confiamos en ti que eres nuestra única esperanza”. Y dinos, por favor, Señor, quién ha de manejar la sierra.

Comentarios, bienvenidos.

@LuisBGuerra

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