OPINIÓN

La moral viene del norte

por Juan Carlos Rubio Vizcarrondo Juan Carlos Rubio Vizcarrondo

En mis escritos he expresado, de alguna forma u otra, que la tragedia revela verdades. Ahora, en el caso venezolano, estamos viviendo la manifestación más reciente de dicha máxima. Las acusaciones de carácter penal por parte de Estados Unidos hacia las cabecillas del régimen harán relucir el grado de nuestra descomposición social. Ante tal hecho, podríamos estar ante un importantísimo y muy necesitado refrescamiento de la moralidad en el país.

Al hablar de un resurgimiento de la moralidad en la nación, hago referencia a que se vuelvan encumbrar parámetros definidos sobre lo que está bien y mal. Esto siendo necesario porque, tras veinte años de oprobio socialista, dichas nociones han sido profundamente trastocadas. Esta distorsión de nuestro compás moral no es algo etéreo ni abstracto, por lo contrario, ha sido una de las grandes hazañas del régimen.

Debemos tener presente dos cosas, una en lo inmediato y otra en lo mediato. La primera es que la tiranía ha tenido su mayor sostén en la corrupción generalizada, porque de ella provienen las conchupancias, las lealtades entre ladrones y, en gran escala, una sociedad de cómplices. La segunda, que el régimen logró eso sobre la base de nuestra relación clientelar de larga data con el Estado, por cuanto es a través de ese nexo que nos terminan comprando la consciencia.

Además, lo que tenemos que terminar de entender como sociedad, en el medio de la hecatombe en la que estamos inmersos, es que de cara a una nueva Venezuela no es posible la cohabitación con el mal. Y, véase bien las palabras, porque cuando hablo de mal es del conglomerado de vicios que por la impunidad hemos normalizado. El régimen es la perversión mayor, la más visible de todas, pero convive y vive de muchos tipos diferentes de malignidad, de mayor o menor dimensión.

Dada la anomia nacional, nosotros hemos aceptado al mal generalizado como parte del estado de las cosas. O, lo que es decir, si se utiliza una metáfora, que somos como unos cochinos que saben que no pueden escapar del lodo. Tarde o temprano, nos corromperán porque no tendremos opción. Algún día corromperemos a alguien porque esa será la única salida.

En una sociedad así de disfuncional lo que se tendrá, por un lado, es al bienhechor que trata de hacer lo correcto, asumir las injusticias y corromperse lo menos posible y, por el otro, al malhechor que ante falta de normas y sanciones no tiene por qué sentirse culpable de absolutamente nada de lo que hace. La consecuencia natural de este contexto es un lugar donde los buenos se la viven callados y cooperantes, mientras que los malos mandan e imponen.

Si Venezuela demuestra algo es que no es suficiente que todo el país sepa quiénes son los ladrones y en dónde están, porque a falta de sanción, sea esta social, moral o legal; lo que ocurre es que a tales malandros se les tolera, se les mima y, en ocasión, hasta se les busca sacar provecho.

El actuar del Departamento de Justicia norteamericano es de suma importancia en un panorama como el descrito, por cuanto nos hace recordar que el crimen implica una pena. Suena lógico a primera vista, pero en la Venezuela de lo inconsecuente, donde todo pasa pero a su vez pareciese que no, ese recordatorio tiene un efecto psicológico inmenso.

Dicho efecto se deriva de que estamos siendo testigos de una institución creíble, con autoridad, por así decirlo; desplegando su fuerza coercitiva, asomando su capacidad de castigar a los principales malhechores de la vida nacional. Es de tal amenaza, de la posibilidad real del castigo, de donde empieza a emerger, en primer lugar, el miedo a codearse con el que podría ser castigado.

Subsiguientemente y, en segundo lugar, una vez que se empieza a interiorizar que los actos inmorales y delictivos acarrean consecuencias tangibles, es que emerge la vergüenza; ese sentimiento de pérdida de dignidad cuando se es participe de tales acciones.

Estos sentimientos están dándose en estos instantes en la nación venezolana, tal cual como un déjà vu. La posibilidad de que haya Justicia nos cae como un vértigo que no solo nos hace ver el nivel del mal que hemos normalizado, sino que también nos indica que no podemos tolerarlo más. De esos polvos, vinieron estos lodos, afirma categóricamente la consciencia.

El robo no es normal. La corrupción no es normal. El  narcotráfico no es normal. Lo que estamos viviendo no es aceptable y así nos lo ha hecho ver la moral que vino del norte.

@jrvizca