I
Cada vez que mi vida periodística me ha hecho tropezar con Cuba, he sentido un hueco en el estómago y el corazón apretado. El sufrimiento del pueblo cubano me ha afectado siempre.
En 1995, cuando viajé a la isla, fui testigo de la tristeza con la que viven en La Habana. Es una tristeza que yo definí como cuando uno siente que no hay espacio para soñar.
También en los noventa entrevisté a uno de los pocos sobrevivientes de un naufragio. No era cualquier naufragio. La embarcación en la que trataba de escapar con su mujer y sus dos hijos y otro grupo de connacionales fue atacada por la armada del régimen de Fidel Castro.
Me contó que los helicópteros crearon un remolino de tal magnitud que al final se tragó el barco con cerca de 100 personas. Él pudo salvar a uno de sus hijos. El otro se ahogó con su madre.
II
Y sin embargo, todo eso, por más que me conmoviera, era lejano, pasaba allá. Por eso es que cuando me consigo con la historia de José Daniel Ferrer vuelvo a revivir ese sentimiento. Pero ahora se mezcla con otra cosa más poderosa: rabia.
Todo mi ser es una caja de resonancia porque lo que vive la familia de este cubano lo sufren cientos de familias venezolanas.
Al final, y a pesar de la lucha de tantos grandes venezolanos demócratas, Fidel, desde su lecho de bien muerto, debe estar feliz. Logró exportar el terror a Venezuela. Sus esbirros y torturadores consiguieron en nuestro país material para darle rienda suelta a su maldad.
Pero hay otra cosa que me produce la historia de José Daniel Ferrer. Esperanza. ¿Cuántos cubanos están, como él, dispuestos a todo a pesar de haber vivido su vida entera bajo el peso de la bota de los Castro?
Pienso también en los líderes de la sociedad civil de Bolivia, que fueron los que se levantaron para gritarle a Evo “¡Ya basta!”.
Y también me hace preguntarme por qué en Venezuela no ha pasado algo como eso. O lo que es peor, por qué, si ha pasado, no hemos apoyado a esos hombres y mujeres, civiles, no líderes políticos, que han estado dispuestos a jugarse la vida para salir del maduchavismo.
III
Después me llegan los cuentos de que a los militares de alto rango les regalaron de aguinaldo una cava de marca reconocida llena de licores y delicateses, además de miles de dólares de bono.
Después me cuentan que a los empleados públicos nunca les cambiaron el horario, que siguen trabajando medio tiempo los que más, y algunos solo dos días a la semana. Que los miércoles a partir de la 1:00 pm hay un bonche en cada oficina con parranda, caña y fiesta navideña.
Me entero de que Cilia y Nicolás grabaron un mensaje para desearle a los venezolanos ¡Feliz Navidad!
Los dictadores siempre se creen simpáticos. Algunos hasta han llegado a tener carisma. Pero este lo que tiene de grandote lo tiene de malo, de cínico, de torturador cubano.
Ojalá no se nos quiten las ganas para poder seguir luchando como José Daniel Ferrer.