“Perséfone, hija del gran Zeus, ven, afortunada, unigénita diosa, acepta estas agradables ofrendas , veneranda esposa de Hades, diligente, vivificadora, que posees las puertas del Hades en las profundidades de la tierra , Praxídice, de agradables trenzas, sagrado retoño de Deo , madre de las Euménides; soberana del mundo subterráneo, muchacha a la que, en procreación secreta, engendró Zeus, madre del atronador y multiforme Eubuleo , compañera de juegos de las Estaciones, lúcida, de espléndida belleza, venerable, todopoderosa, muchacha rebosante de frutos, luminosa, cornuda. Tú sola eres grata a los mortales, que disfrutas en primavera con las brisas que recorren los prados, manifestando tu sagrada figura a los vástagos de verdes frutos, llevada a la fuerza al lecho como esposa en el otoño. Tú sola, Perséfone, eres vida y muerte para los muy sufridos mortales, porque constantemente todo lo alimentas y aniquilas. Escúchame, bienaventurada diosa, y envíanos los frutos de la tierra, tú, que prosperas en paz, en deliciosa salud y en existencia dichosa que aporta una próspera vejez, soberana, a tu reino y al poderoso Hades”.
Himnos Órficos
Perséfone, «Core», «la muchacha», como la llamaban los griegos. La personificación del inframundo era hija del mismísimo Zeus y de su hermana Deméter, deidad de los campos y la agricultura. Amada por hombres como Piritoo y Teseo y deseada por uno de los cronidas, el más sombrío, el invisible, el amo del inframundo, quien decidió raptarla, robarla mientras la joven escogía flores junto a las ninfas y a dos hermanas vírgenes, Atenea y Artemisa, en la fértil llanura siciliana de Enna. De una grieta en el vientre de Gea surgió aquel cuyo nombre no se puede pronunciar, “Hades”, el señor del inframundo que de manera violenta raptó a Perséfone hasta sus dominios, en donde la muerte, el olvido y la oscuridad siempre se constituyeron en una constante. El señor de los muertos tenía ya una compañera, a quien había raptado del cuidado de su madre, la adolorida Deméter suplicó en vano a su hermano Zeus, el regreso de su hija, la tierra se tornó yerta, seca, estéril, fría y gris.
Alarmado, Zeus increpa a su hermano, soberano del inframundo, heredero que los otros cronidas Poseidón y Zeus habían rechazado, para Zeus el firmamento el cielo, la bóveda celeste sería su reino y morada, situado en el Monte Olimpo, allí regiría el destino de dioses y hombres, Poseidón asumió el mar, todo lo que baña la tierra, hacia temblar a Gea y era señor junto a Anfitrite, la hija predilecta de Nereo, soberano de los reinos líquidos, pero Hades heredó la morada de los muertos, el lugar adonde se descansa luego de la vida, ese lugar temido por todos hasta nuestros tiempos, el otro mundo, el inframundo, imaginar entonces que en aquellos lúgubres espacios, en donde la muerte medra, el frío cala y el olvido es menester para existir sin extrañar la vida terrenal, se requería al menos de una compañía amena, juvenil, viva, razón por la cual los otros inmortales decidieron no intervenir, pese al reclamo de Deméter, reclamo hecho tangible en la esterilidad de la tierra, en su incapacidad para volver a la vida, nada se producía, no solo el rapto estaba perpetrado, sino que la jovial Perséfone era ya distinta, lúgubre, indiferente y oscura había comido de la semilla de una granada, la fruta de los muertos, esa semilla envuelta en una vejiga jugosa y dulce la habían hecho olvidar todo cuanto había vivido anteriormente, la hicieron implacable al punto de generar que la sola mención a su nombre se volviese un tabú, entonces decidieron nombrarla “Core”, la doncella, “la muchacha”, para así evitar seguir enfureciendo a Deméter e incordiar al señor de los muertos. Hades se ganó el espíritu de su consorte al hacerla señora junto a él de su reino de muertos, Perséfone era igual en peso e importancia que su esposo, ambos gobernaban sobre los que habían expirado en la tierra, no era una deidad subordinada como Hera o Anfitrite. Perséfone gozaba de identidad, independencia y poder; sin embargo, se pactó con Hades que su matrimonio tuviese la condición de la vuelta de Perséfone con su madre, la seguridad de su regreso era haber comido la fruta de los muertos, la semilla del olvido.
Según la Biblioteca mitológica de Apolodoro, Perséfone de níveos brazos volvía seis meses con Deméter, su madre conformando así los misterios eleusinos ritos sagrados de iniciación , celebrados en Eleusis una antigua ciudad griega, en donde se iniciaban los rituales para celebrar el invierno y la primavera el renacer, el encuentro de la hija y la madre la resurrección o retorno de la penumbra que es la muerte, en nuestra cuna cultural, en Grecia la casa grande, la muerte era una imposibilidad absoluta, escaba del control del hombre y de allí el temor que producía su evidente incapacidad de ser explicada como una realidad, la mirada de Perséfone era hermética, sombría, indolente, incapaz de ser espejo del alma, Perséfone no tenía alma, estaba cautiva en el Hades y aún cundo volvía con su madre su alter ego espiritual, permanecía en el Hades, junto a su marido con quien sostuvo una relación marital estable, sin escándalos e infidelidades, las del lado de Hades con la ninfa Mintis, a quién Perséfone enfurecida convirtió en una hierba para ser pisada por los hombres, así nacía la menta, hierba que era promovida por la suegra de Hades , su hermana inmortal Deméter para recordar las infidelidades del raptor de su hija, la otra desdichada fue la ninfa Leuce, con quien Hades sostuvo un romance en el reino de los muertos y al ser descubierto la implacable Perséfone convirtió en un Álamo Blanco, también dejando a su madre la impertérrita responsabilidad de recordar la infidelidad del marido, junto a su propio Padre, quien asumiendo la forma de Hades procreó a Zagreo, descuartizado por Titanes enviados por Hera y cuyo corazón fuera preservado bien sea por Apolo o por Atenea y tragado por Zeus, para que este volviese a nacer cual símil con Dionisio, de las cenizas que resultaron de la destrucción de los Titanes y de los restos de Zagreo nació la humanidad, un ciclo interesante que vincula la vida y la muerte, en una inexorable relación ontológica, igualmente de la unión de Hades y Perséfone nace la diosa Melínoe, quien asustaba a la humanidad siempre acompañada de fantasmas y ánimas, que hacían ladrar a los perros, inquietarse a las aves de corral y construir ese temor popular, relacionado con el temor ante los aullidos de perros, cacareos de gallinas que se dan sin motivo alguno como un mal augurio, de ese mismo Tálamo nacen las Erinias, la venganza, la ira y es allí en donde los mitos órficos, le atribuyen un carácter implacable a la deidad del inframundo.
Orfeo, logra conmover con su divina música, al corazón férreo de Perséfone, su mirada esta relacionada, con el no retorno, no recordar, no extrañar asumir a la indiferencia como otra precariedad del espíritu, Perséfone indiferente al amor de Orfeo hacia Eurídice permite que ambos vuelvan a al mundo terrenal, privando a Orfeo a mirar a los ojos de Eurídice, inevitablemente el enamorado músico voltea y es condenado a perder a su amor, la mirada de Perséfone se relaciona con la pérdida de los caros afectos, con la renuncia a lo amado a los recuerdos, es una mirada vaciadora un amor, tóxico envilecido que copta toda posibilidad de extrañar, de sentir melancolía por aquello que se deja atrás, es quizás la mirada de Perséfone la cruda realidad de la muerte real que reside en el olvido de aquello que se ama.
Bajo esa mirada del relato órfico, todo este ex país al cual llamamos Venezuela y que se recrea, en símbolos, en tricolores punzantes de dolor, en réplicas de Cruz-Diez, de Soto, de Vigas, de Tovar y Tovar, de Reverón. En fin, hasta en arena de sus playas que se embotella y se envía a la diáspora, dolorosa de más de 7 millones de habitantes, que sueñan con el canto de los loros y guacamayas de la tropical Caracas, para esos peregrinos del dolor que no terminan de encajar en una sociedad extraña que les recuerda al volver del sueño, que todos sus afectos, sus lugares, su vida, quedaron atrás, sepultadas bajo la implacable mirada de Perséfone, que impide ver el Ávila sin sentir un dolor punzante por la pérdida de la patria, de esa Eurídice inscrita en el norte del sur, de un continente errante, aluvional, inestable, pero en cuya tierra se desarrolló la vida, se guardan caros recuerdos y se aspira conspirar el aire del hogar, conspirar en el sentido de respirar en compañía de los coterráneos estos olores propios de un país que padece una crisis multiorgánica, de un país yaciente, de un país agónico.
Tan dura es la mirada de Perséfone, que se inscribe en el iris de quienes nos quedamos en esto que no es Venezuela, que nos hace cada vez más incapaces de advertir quién es el responsable de tanta suma de dolor, de tantas lágrimas, de tantos adioses axiológicamente tautológicos, adiós en la despedida de romper, de fracturar, de no volver, adiós en el ánimo de no reconocer, que nos raptó la esperanza, que nos arrebató a la doncella, quien además la convirtió en esa mujer cruel, implacable y fría, es gravísimo no voltear a ver a Eurídice y asumir la ceguera congénita de las hijas de la unión cruel entre Hades y Perséfone, las Erinias, la venganza, la ira que es ciega y lleva a que se escapen del cerco de los dientes de un diputado de oposición, que el problema del país “no es Maduro”, el encono y la irascibilidad son tan grandes que perdimos la batalla, no hay oposición, pues nadie se opone a esta crueldad atroz, que desplaza a 7 millones de padecientes exiliados la vida en el exilio es dura, pesada, cruel, extraña, es semejante a estar muerto en vida, puedes caminar calle corrientes, extrañando a tu país, puedes existir en Guayaquil, Santiago de Chile, Bogotá, Londres y su gris cielo extrañando la bulla de este nuestro moribundo país, se puede estar bajo el celeste cielo de Madrid y extrañar a la madre, extrañar a la patria nuestra, a nuestra Universidad, nuestros sabores y olores, nuestros sonidos que viajan por las redes, para que aquellos que están en Europa, Estados Unidos, Canadá, la Argentina, Chile o en cualquier parte del mundo escuchen los ruidos de las guacharacas, de los loros, de nuestra tierra yerta y casi muerta, pero nuestra.
No pretendo juzgar a nadie, ni calificar a Juan Miguel Matheus, pero su opinión de que el problema de Venezuela no es Nicolás Maduro no es aceptable, es una bofetada a las crueldades de las calles de la convulsa Venezuela de 2014 y 2017. No está en mi ánimo juzgar a nadie y menos descalificar y ofender las posturas externas, pero esa declaración que exculpa al régimen de Maduro de toda responsabilidad es una dolorosa herida purulenta, que nos atraviesa el alma a todos los venezolanos, cada cual es responsable de su relato y todos los que participaron, bajo la irascibilidad y el deseo de venganza en esa hórrida sesión del 30 de diciembre de 2022, deberán comparecer ante el tribunal de Clío la historia, esa Musa que despliega el papiro de los hechos de los hombres y evidencia los errores, nos deja claro que estamos siendo vistos por el ojo de Perséfone, con una oposición que no se opone a nada, que se ataca entre sí pues a la ira se le sirve con ira, la ofensa es respondida con ofensa y el odio se tributa con odio y con esta actitud se mantiene el juego suma cero de perpetuar la maldad , de ratificar el mal augurio de Melínoe, que reside en estar condenados a olvidar.
La mirada de Perséfone nos hace connaturalmente ciegos, como las Erinias, confusos y torpes como el deseo de vengarse y de ofrendar odio por odio, aún creo en la máxima de Marco Aurelio: “La peor venganza contra tu enemigo es no ser como él”, la mirada de Perséfone, mutada en neolengua ha permeado las formas de la conducta y los hábitos modeladores del carácter para que ya no exista oposición, pues esta emula las maneras, formas y conductas de la tiranía. Al parecer, estamos condenados al Tálamo de Hades y Perséfone, en donde se procrea el terror de Melínoe luminosa y oscura, hórrida en fantasmas y nocturnidades, en esa cuna seminal en donde la oscuridad genera olvido, confusión e ira.
El país no es un espacio geográfico, es un espasmo doloroso, que se lleva en el lado izquierdo del pecho, que lacera, duele y nos obliga a olvidar, nos impide llegar a Ítaca, nos hace naufragar en sus costas y ver cómo los vicios de los pretendientes logran dar contra el suelo al telar de Penélope y ensuciar la alcoba sagrada de Odiseo, esclavizar a Telémaco y hacer que mentor desaparezca, para huir trocado en mochuelo que no encuentra nido en la gnosis, que no es más que un charco del inconsciente.
Finalmente, no podemos resistirnos a mirar a Eurídice, al mirar a Venezuela la diáspora adolorida, se hurga la herida, se abren las carnes, exhibe las vísceras al Águila que las devora y se reproducen en la noche, haciendo el tormento del pueblo exiliado en la figura de Prometeo, una pena eterna un cíclico padecer, pueden haber vencido pero no les asiste la razón, los mueve la iracundia, la rabia ciega, la venganza cruel y torpe, que atornilla al tirano en su silla, Perséfone no regresa jamás, es un efluvio que acompaña a Deméter, que la engaña, mientras permanece atada a su consorte gris, inerte y frio, las aguas de Estigia se convierten en la “Cromointerferencia de color aditivo”, desgastadas por esos crueles veintitrés kilos, en los cuales Maduro, Chávez y su cacocracia infecta, nos obligan a resumir las vidas, a abandonar los hogares, los libros, los títulos, los cargos, los oficios, las universidades, los hospitales, las escuelas y la vida de aquellos a quienes le decimos adiós para no verles más.
Maduro sí es el problema, es la causa de esta lepra costrosa y entumecida que nos obliga al ostracismo y asentir de manera silente en que esta tiranía es inocente de estos lodos pegajosos y pastosos, es sencillamente formar parte del problema asumir las pobrezas del lenguaje, del espíritu, de la indiferencia y la material como el justo pago, por pensar mal, es deber ciudadano, moral y académico, repetir hasta el cansancio de la lemniscata de este dolor hecho país, que el único responsable del mismo, de este calvario en la cruz, de la madre lacrimosa que enjuga, sangre, linfa, sudor es responsabilidad de este tumor en el cuerpo moral del Estado, que se autodefinió como revolución bonita y es la suma de la estética vaciada del horror hecho tangible.
Entonces, lectores, Maduro sí es el responsable, no asumirlo es usar la lengua de mil lenguas charlatanas de la posverdad, no reconocerlo es mirar con los ojos de la Perséfone violentada por Hades y no con los ojos de la sabiduría de Palas Atenea, la virtud y el Areté, de nuestros antepasados. Ante los deslices de hacer inocente a Maduro, recordemos esa canción de Vicente Salias y Juan José Landaeta, que sirve de canto de cuna y nos compromete con “la virtud y el honor”, además de alertarnos de las vilezas del egoísmo.
“Entonces empezaba el combate en el pozo, las arañas en el estómago”
Julio Cortázar
@nanezc
@carlosnanezr