La ciencia política ha producido a lo largo de muchos años múltiples estudios sobre los partidos, grupos o asociaciones de interés político, así como sobre su liderazgo, sus miembros, simpatizantes, amigos, votantes y contribuyentes. Ha dedicado tiempo a estudiar su accionar, vale decir, el activismo.
La valoración que una sociedad tiene sobre el liderazgo, la militancia y el activismo político está estrechamente relacionada con la cultura existente, respecto de la vida social, la historia y el rol de la política en el desarrollo de la misma, así como con los niveles de satisfacción con el sistema político existente.
La valoración positiva de la política tiene, entre otros elementos, que ver con la idoneidad ética y la eficacia de la clase dirigente, en el desarrollo de la vida en cada sociedad.
En estos tiempos del socialismo bolivariano, en los que el autoritarismo y la corrupción se han convertido en el modo regular de actuar de un componente significativo de nuestra sociedad, la militancia y el activismo político han llegado a un preocupante nivel de degradación. Esto ocurre porque la política misma ha perdido calidad, eficacia e idoneidad.
La tragedia humanitaria, cada día más profunda y compleja, produce en la ciudadanía agotamiento, indignación, frustración y desesperanza. Quien padece los rigores del hambre y la enfermedad no tiene tiempo, ni espacio en la mente, para reflexionar sobre modelos políticos o económicos, ni sobre la idoneidad de los liderazgos.
Esas personas solo buscan desesperadamente como mitigar sus males. Y cuando no pueden acceder a los bienes materiales y espirituales fundamentales, entonces termina repudiando a todo aquel que pugna por el poder, con razón o sin ella. Termina odiando la política.
Observan a los actores políticos desinteresados en su drama, consideran que solo pugnan por acceder a un cargo público para satisfacer sus ambiciones de poder o dinero. Surge allí la anomia.
Un factor que desprestigia la política honesta y democrática es el transfuguismo y el mercenarismo político. Una sociedad fragmentada, pragmática, con altos niveles de relativismo ético, desinstitucionalizada, con un ambiente político tóxico, no ofrece seguridad, confianza, estabilidad y gobernabilidad.
El transfuguismo o la militancia itinerante es un comportamiento político inestable de las personas, que cambian su adscripción a un partido o grupo con relativa frecuencia.
El mercenarismo implica una adscripción o comportamiento político movido por un mero interés económico. La actuación de las personas, en estos casos, no obedece a una convicción política, filosófica o ética. Todo lo contrario, el mercenario político es aquel que ejecuta una tarea porque recibe a cambio una contraprestación económica. Ha vendido su actuación, sus principios, sus compromisos auténticamente políticos.
Esta situación no debe confundirse con los servicios profesionales o pagos, por trabajos efectuados a personas que trabajan leal y honestamente en un proyecto, partido o institución política.
Venezuela vivió una época de estabilidad política y desarrollo social generada por la existencia de una política democrática, con partidos sólidos, que ofrecían un ambiente de mayor estabilidad en el comportamiento de los actores políticos. La militancia en los partidos de entonces era más sólida.
La misma respondía a un vínculo más estable entre el ciudadano y la institución partidista. La lealtad partidaria obedecía, en muchos casos, a una identificación cultural, doctrinaria o ideológica. En otros casos, a una admiración hacia el liderazgo, por vínculos telúricos, familiares o locales. O en otros, hasta por tradición de afiliación a viejos bandos o partidos de épocas pretéritas.
Esa lealtad en la militancia o adscripción política es hoy en día muy frágil. Mucha gente, la mayoría de los ciudadanos, no se sienten parte, ni tienen simpatía por los partidos políticos presentes en la escena nacional. La adscripción o simpatía varían según el desempeño de sus líderes, o según le observen oportunidad de acceso al poder.
En el caso de los dirigentes o actores políticos, el cambio de bando ha crecido, por la ausencia de democracia interna en las organizaciones partidistas. Las cúpulas o los “dueños” de las organizaciones, en muchos casos, imponen los directivos y seleccionan los candidatos de elección popular. Ello cierra el camino a dirigentes que buscan participar en la escena política.
Otro elemento que ha incrementado la inestabilidad en la militancia, en los últimos tiempos, ha sido la irrupción de nuevos partidos, cuyos líderes han promovido una política de captación de cuadros ya formados en otras organizaciones, llegando a presentarse toda una canibalización de cuadros partidistas, que se presentan a la opinión pública, como la muestra de que ese partido está en un proceso de crecimiento.
Esto ha producido, en las últimas dos décadas, la militancia aluvional. Aquella que cambia de partido, según la corriente de opinión favorezca o no al líder visible de una determinada organización partidista, y por lo tanto se mueven conforme se mueva la corriente.
El tradicional clientelismo que ha caracterizado nuestra historia política, se ha hecho más agudo en estos tiempos del socialismo del siglo XXI. En efecto, Chávez armó su partido desde el poder, con el uso y abuso de los recursos públicos, los cuales eran asignados según fuese el nivel de compromiso de la persona con el «proceso». El carnet del PSUV o el «carnet de la patria” se convirtieron en la llave que permitía acceder a recursos, bienes y servicios proveídos por el Estado. Dichos carnets consagraron el más brutal clientelismo conocido en nuestra historia.
Un desafío para la política del presente y del futuro está en elevar su tono moral, garantizar la vida democrática en el seno de las organizaciones, producir sistemas de selección de directivos y candidatos con un mínimo de requisitos, que reduzcan la inestabilidad, la corrupción y la piratería en los actores políticos, dejando de lado los planes de canibalización en el campo dirigencial.
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