La metodología de la enseñanza de la danza escénica constituye una disciplina, además de artística, científica. No es única sino diversa, establecida de acuerdo con las distintas bases conceptuales, principios técnicos y postulados estéticos que han orientado las disimiles expresiones del movimiento. Modos diferenciados de aprendizaje de la danza como arte han existido desde sus orígenes, convencionalmente ubicados en Occidente dentro de las cortes renacentistas. Los llamados maestros de danza personalizaban sus maneras de impartir conocimiento de acuerdo con sus propias motivaciones y necesidades.
En concreto, la danza académica cuenta con distintos métodos de enseñanza, asociados a los fundamentos de las diferentes escuelas -tomado el termino escuela en sentido elevado y principista- desarrolladas a lo largo de los siglos XIX y XX. En Venezuela, los antecedentes de la difusión del ejercicio metodológico de esta disciplina pueden encontrarse en los cursos dirigidos a maestros dictados por Irma Contreras, figura pionera del ballet nacional, a partir de los años setenta en la Academia Interamericana de Ballet, el Instituto Superior de Danza y el Instituto Universitario de Danza. Esta actividad docente e investigativa logró su más alto nivel de concreción con la publicación de libro Danza clásica. Nomenclatura y metodología (2005), autoría de Contreras.
Hace tres décadas, el Estado venezolano planteó como política cultural la creación del Sistema Nacional de Escuelas de Danza, que incluía las áreas de ballet clásico, danza contemporánea y danza tradicional popular. Como asesora metodológica de la enseñanza en danza académica arribó al país en los primeros años noventa, Ramona de Saá, directora de la Escuela Nacional de Ballet de Cuba, fundada en 1962 por el reconocido pedagogo internacional Fernando Alonso, acompañada por un equipo de especialistas encargados de servir de consultores a sus pares venezolanos en la implementación del referido sistema de formación.
A partir de este hecho, el estudio de las metodologías dentro de la danza clásica se vio estimulado internamente en sus aspectos científicos y pedagógicos. De alguna manera, se acrecentó una toma de conciencia sobre la importancia, tanto de su conocimiento teórico, como de su práctica docente. La experiencia de Ramona de Saá sobre el tema era amplia y ofreció resultados en el corto plazo. En declaraciones a la revista La Danza durante su estadía en 1991, la maestra se refería a sus inicios dentro de la pedagogía de la danza: “Cuando se abre la Escuela Nacional de Ballet, Fernando Alonso nos escogió dentro de un grupo de bailarines y nos asignó la tarea de enseñar. Para aquel entonces teníamos 18 o 19 años y asumimos esa responsabilidad de impartir clases y bailar al mismo tiempo. Nosotros somos los maestros de quienes ahora son los principales bailarines del país”.
Actualmente, la metodología de la enseñanza del ballet clásico en Venezuela es un interés en crecimiento, debido a su acceso a la educación superior. Como objeto fundamental de estudio en la formación de docentes en danza académica, formó parte de la malla curricular del Instituto Universitario de Danza, y también hoy de la Universidad Nacional Experimental de las Artes.
Bailarín sorprendente
Acompañando a Ramona de Saá, llegó también a Venezuela el bailarín Carlos Acosta de tan solo 17 años de edad, quien además de fungir como monitor de las clases que impartió su maestra y principal mentora, también cumplió con una agenda artística junto a bailarines nacionales que causó revuelo. Acosta, con el tiempo, estaría llamado a ser uno de los más prestigiados primeros bailarines internacionales de finales del siglo XX.
Cuatro veces laureado mundialmente para el momento de su visita a Caracas –Grand Prix de Lausanne, Suiza; Grand Prix de la Bienal de París; Francia, Premio de Vignale, Italia; y Premio Chopin, Polonia– Carlos Acosta actuó los días 14 y 15 de mayo en la Sala José Félix Ribas del Teatro Teresa Carreño, acompañado por bailarines del Ballet Teresa Carreño, bajo la dirección de Vicente Nebrada y el Ballet Clásico de Cámara, dirigido por Nina Novak.
Se trataba, sin dudas, de un caso excepcional. Un bailarín sorprendente, poseedor de prodigioso salto, deslumbrante giro, vigorosa batería y atractiva proyección artística, claramente evidenciados en su interpretación de los pas de deux de Don Quijote (Petipa-Minkus) y El corsario (Petipa-Drigo), así como de la obra contemporánea para solista Orfeo (Moricone-Gluck). Días después, también se presentaría, por iniciativa de la maestra Novak, en el Auditorio del Colegio Emil Friedman.
El muy joven Carlos Acosta impactó en Caracas a un público numeroso, heterogéneo y entusiasta hasta el extremo. La crítica especializada Beatriz Sanz Daboín propuso exaltada desde su butaca: “A la Ríos Reyna”.