La Mesías de Javier Ambrossi y Javier Calvo es mucho más que una historia tenebrosa sobre los límites de la fe, la necesidad de ser amado y el fanatismo religioso. También es una búsqueda afanosa de propósito, en medio del dolor de la maternidad trágica, manipuladora y al final, venenosa. Una combinación que convierte a la serie en una de las mejores de los últimos años.
La Mesías, la más reciente serie escrita, dirigida y producida por la dupla de creadores españoles los Javis (Javier Ambrossi y Javier Calvo), es muchas cosas a la vez. Incómoda la mayor parte del tiempo, cruel y en especial retorcida, al mostrar los límites de la fe, el amor y el fanatismo. No obstante, su punto más fuerte se aleja de lo evidente. Y es la capacidad de la producción para mezclar en un mismo escenario, temas tan dispares como las teorías de las conspiraciones, la manipulación de la emoción basada en la creencia, el complejo de Edipo y el abuso infantil. Todo lo anterior, en el marco de la España que recién se recuperaba de las heridas de Franco y que, por tanto, busca su propia identidad.
Algo de lo anterior, trasladan los Javis a su argumento, narrado en dos tiempos y en dos etapas de la vida de los mismos personajes. Por un lado, la precaria adultez de Enric (Roger Casamajor), un hombre traumatizado por una infancia atípica, claustrofóbica y que constantemente amenaza su cordura. Al otro lado del espectro, se encuentra Irene (Macarena García), su hermana y también sobreviviente a una niñez inmersa en un pseudo culto religioso atroz con leves insinuaciones al incesto. Ambos giran alrededor de la figura de Montserrat (Ana Rujasa de joven, Lola Dueñas adulta y Carmen Machi en los últimos años de su vida) su madre. Una figura retorcida, totémica y autoproclamada enviada de Dios, que convirtió la vida de ambos y del resto de sus hermanas, en un horror privado y doméstico que, difícilmente, alguno de los dos puede superar.
Con esta premisa, la serie de 7 episodios analiza el amor filiar, fraternal y materno desde sus dimensiones más oscuras y escabrosas. La historia contempla la transformación de Montse en una líder de culto por vocación y por degradación, que a su vez transforma a sus hijos en discípulos retorcidos, ofrecidos a las fauces del fanatismo por un bien mayor. El de supuestamente salvar al mundo o en el mejor de los casos, evitar su destrucción por un tiempo prudencial.
Los rostros de una sutil maldad
Para contar una historia semejante, los Javis convierten a la memoria en un artefacto perverso. Enric e Irene recuerda a partir de la súbita imagen de sus hermanas menores, a las que tienen más de una década sin ver, a través de un atroz video viral. Las niñas que recuerdan son ahora adolescentes aisladas del mundo, con una estética kitsch y vulgar que las convierte en centro de atención del desastre. Pero en el centro de los videos, en los que el grupo Stella Maris canta con voces trémulas tonadas a mayor gloria de Dios, hay un epicentro oscuro que el guion analiza desde la periferia.
Es entonces cuando la producción narra lo que se esconde detrás de las niñas cantantes, fenómeno de lo extraño y lo vergonzoso. Una década y media atrás, Montserrat y Pep (Albert Pla) se encerraron en devoción y culto iniciático desordenado para criar a su numerosa prole con una misión devota. Aisladas del mundo, sin saber qué era la televisión o la mera idea de un mundo en transformación, las seis hermanas menores de Enric e Irene, están siendo formadas para cantar a la Divinidad y ser sus interlocutoras. Pero más que eso, para apoyar a su madre, una figura enorme y tenebrosa en mitad de su vida, a llevar a cabo el supuesto prodigio de la Salvación.
Los Javis entonces mezcla la ciencia ficción alimentada de la teoría de la conspiración, con una temible figura maternal, convertida en monstruo voraz. Montserrat, está convencida de que es el conducto de Dios, al que habla a través de gestos y una disparatada visión de la religión. Pero más que eso, es una madre iracunda, controladora y manipuladora, que obliga a sus hijos a girar a su alrededor. A volverla el sol de un planeta inexplicable en el que sus creencias lo son todo.
Al final, los dolores del amor
Montserrat, uno de los personajes de ficción más perturbadores de las últimas décadas, emerge de la imaginación de los Javis como un monstruo que abarca cada extremo y segmento de la vida de sus hijos. Cada elemento y pieza, que ordena para su mayor gloria. La serie, que utiliza la base de la fe para narrar los horrores de la maternidad deformada, encuentra sus mejores momentos cuando logra crear, construir y mostrar a esta madre violenta y capaz de devorar a sus hijos como una diosa terrible, como una máscara oscura de terrores y dolores.
A lo largo de siete episodios, La Mesías se transforma en la idea flagrante acerca del mundo enemigo. Todo, en el escenario de una España que se recupera de sus heridas y trata de encontrar su identidad. Acaso Montserrat, en toda la gloria siniestra de su vocación de Santa que nadie comprende del todo, es la encarnación de un país que sobrevivió a años de represión y que intenta encontrar su lugar. Al menos, es lo que los Javis dejan entrever y mucho más, lo que muestran en cada matiz de su fascinante caleidoscopio de sensaciones.
La Mesías termina con una muerte y una canción. Ambas cosas parecen unidas y conectadas, para celebrar la belleza de la vida y de todas las formas en que cada ser humano, busca su propósito. Pero más allá de la supuesta redención, está el miedo. La oscuridad que Montserrat inculcó a sus hijos y que la convirtió a ella, a una pasajera en tránsito del horror. Uno de los puntos más duros de esta rara versión del mal, convertida en éxito de culto.