OPINIÓN

La mesa larga de Putin

por Luis Beltrán Guerra Luis Beltrán Guerra

Vladimir Putin suele recibir a los personajes más importantes, incluyendo a los jefes de Estado, en una “mesa” más larga que la palabra “Vladimirovich”, su segundo nombre. Lo hace en el Kremlin, en pleno centro de Moscú, edificado por la Dinastía Rurik, en principio, los fundadores de Rusia.

El hoy presidente fue oficial de inteligencia en la KGB, donde como se escribe castigaban duramente a los contestatarios del régimen. Un símil de la Gestapo de Hitler. Ejerció el cargo de primer ministro con Boris Yeltsin, quien cuestiona el ejercicio del poder por parte del Partido Comunista y propone que la economía se rigiera por el mercado. Renuncia al segundo triunfo electoral, el cual obtuvo a pesar de haberse distanciado de Mijaíl Gorbachov, genio que describió que la URSS había sucumbido, por lo que estaba obligada a adelantar políticas diferentes. “El hombre del vodka” entregó el Estado y las Fuerzas Armadas al de “la mesa lunga”. Estará “Don Boris” arrepentido, pues el sustituto es un convencido de las bondades del ejercicio omnímodo del poder, en aras de evitar su politización y negativas consecuencias, contraproducentes en criterio de los autócratas.

La conducción de los pueblos, deberíamos remarcar, que como lo revelan los periplos, tanto en la vieja URSS como en Rusia, la última mirada como república formalmente aggiornata, no deja de ser embarazosa misión que requiere cordura y mente sin padecimientos psíquicos. Las incidencias de la “razón-sin razón” que delinea Michel Foucault en Historia de la locura son incompatibles con la función de gobierno. Por el contrario, lo que se necesita es capacidad para pensar y obrar con buen juicio, prudencia, reflexión, sensatez y responsabilidad. ¿Tendrá Putin esas cualidades? No deja de ser una legítima interrogante, no solo con respecto a él, sino, numéricamente hablando, a unos cuantos mandatarios, causa importante, entre otras, para que “el mundo”, como lo afirma más de uno, sea“un zaperoco”.

Suele leerse, en efecto, que uno de los factores más importantes de los presidentes es su personalidad, primero, incluso, que el partido político que lo postula y hasta del plan de gobierno. Se atribuye una importancia capital a “la confianza” que transmitan, como trata de revelarse con la hipótesis de que si usted, ante una emergencia para ausentarse, se atrevería a dejar a su hijo menor con alguno de los candidatos para que esté bien cuidado. La interrogante en el caso de Rusia pasaría, pues, por la confianza en el sucesor de Gorbachov y Yeltsin. Por supuesto, menos tendrían en “Vladimir” los de aquellos territorios que lucha fratricidamente por anexarse. Será, acaso, el hombre de “la larga tabola”, “terrófago”, además de groseramente distante. Una lectura de La clasificación de los trastornos psiquiátricos, del profesor Michael Rutter, conviene leer a sus súbditos. Lo califican, las fuentes, de “dictador comunista”, por haber “desgobernado”desde el 2000 hasta hoy. Su partido Rusia Unida le acompaña. Y unos cuantos conciudadanos, también, no obstante, lo que revela “The Democracy Index”, en cuyas paginas se le califica como autócrata y con otros epítetos.

Se escribe, asimismo, en lo relativo al “retroceso democratico” bajo “Vladimir Vladimirovich”, con el consecuente giro al absolutismo. Adicionalmente, acerca de arraigada corrupción, confinamiento, represión y la ausenciade elecciones libres y justas. Suena, pues a “hecatombe” lo que ha hecho con Rusia. La última implosión de la personalidad atípica del jefe ruso, quien naciera en San Petersburgo, astrológicamente dotado de potencia y energía emocional, como los escorpiones, por lo que hoy dada la derrota que le han propinado en la Ucrania invadida, ha de sentirse profundamente humillado, razón para que el periodista Lluís Bassets lo delinee como Hitler en Gernika o Mussolini en Barcelona, durante la guerra civil española. En su última aparición in “the media” el dictador ruso no pudo contener la rabia y el odio. Más de uno pensó que “el asalto nuclear”está cerca. Dios quiera que el percusor no esté dónde coloca las manos en su atípica “mesa larga”.

El mundo, no puede negarse, que prosigue con contradicciones y que en Rusia son enormes. En efecto, al leer su Constitución se nos hace cuesta arriba considerarla distinta a la de países democráticos, pues consagra los valores políticos y éticos, la paz social y concordia, unidad estatal, igualdad, autodeterminación de los pueblos, el amor y el respeto por la patria, la fe en la justicia y el bienestar y prosperidad. Asimismo, tipifica un Estado gobernado por la democracia, la soberanía, el imperio de la ley y la separación de poderes. Registra la naturaleza inalienable de los derechos humanos y civiles fundamentales, las libertades y la igualdad. Delinea la estructura federal y la competencia entre la Federación y las entidades constitutivas. Pero, también, alPresidente como Jefe de Estado, la Asamblea Federal es el Parlamento, el gobierno, cuerpo ejecutivo y la autonomía de los jueces. El primer magistrado en un lugar especial en aras de la interacción de los cuerpos gubernamentales. En el contexto real cuesta, por consiguiente, no remarcar “la separación entre lo escriturado y la realidad”, pero con la gravedad de que ello no ocurre únicamente en Rusia. Una verdad que lastimosamente se constata a lo largo del mundo.

La lógica conclusión es, pues, que Rusia está a merced de “una mesa con largura”, signo de “larga dictadura de Putin”. Y ello induce a calificar a los gobernantes:

“Cuerdos, unos cuantos, chiflados, unos más”. Y “criminales”, abundan.

@LuisBGuerra