A propósito de la “mentira política”, refrescaba la memoria durante mi obligado reposo médico, leyendo a Diódoto, filósofo estoico del siglo I a.c., quien concluye que «hasta un orador que desee decir qué es mejor, deberá mentir a la multitud para que ésta confíe en él, y que es imposible beneficiar a la ciudad, y solo a la ciudad, sin engañarla».
El tema de la mentira política es una cuestión clásica tradicional, pero no solamente en cuanto constatación, por así decir, de un hecho de que los políticos mienten, incluso como denuncia; sino lo que tiene más importancia, desde el punto de vista de la filosofía política es, no ya la constatación de que, de hecho, mienten los políticos, sino que es necesario que mientan, para llevar a cabo su trabajo, su función de políticos. Y esta parece ser la razón para que Nicolás Maduro y su claque socialista del siglo XXI, mal llamado bolivariano, mantengan permanentemente engañado al pueblo venezolano.
Maduro con su retórica populista y demagógica y su mentira ha conformado una característica en la vida política venezolana como su instrumento fundamental, cual pastor de los rebaños, como decía Platón en El Político, en cuya obra trató ampliamente la cuestión de la mentira en la vida pública.
A pesar del límite cultural que exige no mentir, existen dispositivos tanto sociales como legales que sancionan y castigan la mendacidad, aún cuando también es cierto que el engaño y sus formas concomitantes tienen un estatuto distinto cuando de la política se trata.
A propósito de la mentira en la función política, Alexandre Koyré escribió: “Nunca se ha mentido tanto como ahora. Ni se ha mentido de una manera tan descarada, sistemática y constante”. Arendt y Koyré concuerdan en que una de las herencias de los regímenes totalitarios del siglo XXI para las sociedades democráticas, fue la producción masiva de la mentira en el espacio político.
Por tanto la mentira, por haber perdido la confianza, en público, ante un tribunal, ante un juramento, etc., descalifica completamente al mentiroso y, por consiguiente, lo hace incapaz de mantenerse en una democracia.
Es aquí cuando se nos obliga a replantear la esencia de la democracia, y qué es la democracia. Y en general, cuáles son los sistemas políticos democráticos, o como quiera decirse, que, por una parte, en muchos casos, aborrecen y abominan y prohíben terminantemente la mentira.
¿Acaso es posible olvidar el resultado de las elecciones presidenciales del 28 de julio de 2024, cuyas actas a tres meses del proceso aún no han sido presentadas por el CNE y el régimen de Nicolás Maduro? He ahí una contundente evidencia de una estruendosa y colosal mentira, cuyas consecuencias ha provocado el rechazo de la reelección de Maduro, en instancias internacionales como la ONU, la OEA, el Centro Carter, el Parlamento Europeo, expresidentes y países latinoamericanos, entre estos últimos Brasil, otrora aliado incondicional del régimen venezolano.
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