La semana pasada escribí sobre las trágicas circunstancias en las que ocurrió el golpe militar que el 11 de setiembre de 1973 derrocó al régimen marxista de Salvador Allende Gossens e instauró la dictadura de Pinochet que, con decreciente represión, se prolongó hasta 1990. No se trató de una apología de las dictaduras de derecha, hipócritamente diferenciándolas de las de izquierda, sino de recordar sus circunstancias históricas y del hecho de que toda la oposición democrática de entonces, empezando por la Democracia Cristiana de Aylwin y Frei Montalva, apoyaron el golpe, en la vana creencia de que los militares les entregarían el poder rápida y expeditamente.
En esta ocasión, me referiré a un tema distinto pero relacionado, el pronunciamiento con el que terminó de desencadenarse la Guerra Civil de España y el largo régimen de Francisco Franco (1939-1975), tan vilipendiado hoy en día. La terrible y salvaje sangría de dicha guerra estuvo muy presente en el planeamiento del golpe de Pinochet (como este mismo relata en el libro entrevista El día decisivo) y la imperativa necesidad de evitar ese escenario a toda costa.
Pues bien, para el momento del inicio de la guerra (julio de 1936), la democracia en España había fenecido. El desencadenante inmediato del pronunciamiento fue el asesinato de diputado José Calvo Sotelo por parte de un pelotón de la Guardia Civil, que lo secuestró de su domicilio el 13 de julio de 1936 en la madrugada, violando su inmunidad, asesinándolo a balazos y arrojando el cadáver a la calle.
Calvo Sotelo junto con José María Gil Robles eran los más destacados diputados de oposición al régimen del Frente Popular, que había logrado la primera mayoría en las elecciones de 1936, pero carecía de la fuerza para imponer el marxismo por sí mismos. Para tener una idea de la bestia a la que enfrentaban, el líder del PSOE de la época, Largo Caballero, se había llamar el “Lenin Español”.
Pues bien, la virulencia de los debates en las Cortes (el equivalente a la Cámara de Diputados en España) fue escalando. Una de las principales líderes de la izquierda, Dolores Ibarburri “La Pasionaria” le espetó a Calvo Sotelo “este hombre ha hablado por última vez”, poco antes de su asesinato, luego de que este, frente a otras amenazas señalara “es preferible morir con gloria a vivir con vilipendio”.
El hecho es que el régimen español de entonces abiertamente alentaba el asesinato de sus opositores políticos, ya no por milicias para militares como ocurrió en Chile en 1973, sino por los propios órganos del Estado encargados del cumplimiento de la ley.
Este crimen fue la gota que rebasó el vaso y motivó que Franco se sumará a la rebelión que se gestaba, encabezada originalmente por el general Mola (cuya muerte causó que Franco asumiera su liderazgo), ya que si el gobierno asesinaba descaradamente a sus más notorios detractores, se había pasado el punto de no retorno.
Debido a la tiranía del espacio, no podemos desarrollar en detalle todos los horrendos crímenes que se cometieron en los inicios de la guerra y durante su desarrollo. Basta decir que, según cifras oficiales, durante la Guerra Civil, en las zonas controladas por el bando republicano, se asesinó a más de 6.800 religiosos, utilizando métodos de un sadismo digno de Gengis Khan.
El bando insurrecto no estuvo exento de abusos y crímenes. La Guerra Civil, guerra entre hermanos, tuvo unos contornos de ensañamiento difíciles de entender, por lo que culpas hay para repartir. Por eso, al concluir el régimen franquista y durante la transición liderada por el ahora Rey Emérito Juan Carlos I, España hizo un verdadero esfuerzo por dejar el pasado atrás, empezando por los supervivientes derrotados y victoriosos de la confrontación, espantados por todo lo acontecido.
Sin embargo, los mediocres (de intelecto, conocimiento y espíritu) que ahora gobiernan a España, por un miope cálculo político, alientan el revisionismo histórico, habiendo aprobado la llamada Ley de Memoria Histórica. Esta ley pretende que no se reivindique a los perpetraron crímenes en la guerra pero, en la práctica, persigue a los vencedores y sus herederos políticos, reabriendo un conflicto que tuvo como saldo de cerca de 1 millón de fallecidos y fue un ensayo general de la Segunda Guerra Mundial que empezó meses después de su culminación.
En todo caso, si hablamos de memoria histórica, tenemos que hablar de los crímenes de dos los bandos enfrentados. De la intervención de Stalin, Hitler y Mussolini, del fusilamiento de opositores políticos en Madrid, del envío del oro del Banco de España a Moscú donde fue apropiado por los soviéticos; de las matanzas en la Barcelona republicana por fuerzas afines a Stalin que se arrasaron con los anarquistas (una guerra civil dentro dentro del bando republicano) y un sinfín de etcéteras.
Pero el señor Pedro Sánchez está empeñado en quedarse en el poder y con ello cargarse la unidad de España. Hoy Sánchez y sus obedientes lacayos del PSOE –habiendo olvidado las lecciones de la Guerra Civil– convierte a las Cortes (Congreso) en una Torre de Babel, suprimiendo al español como lengua franca. Cada cual hablará como quiera en vez que en el idioma que todos entienden.
Hagamos votos para que la verdadera memoria histórica, y no sus falsificaciones socialistas, resuene en las venas de los españoles, impidiendo que las ambiciones del mediocre Sánchez los hundan en un nuevo ciclo de violencia y muerte.
Artículo publicado en el diario El Reporte de Perú
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