“No se puede reparar a unas víctimas agraviando a otras”. Andrés Trapiello.
Desde los primeros tiempos de nuestra relativamente joven democracia, en la denominada transición, se tuvo claro, tanto a nivel político como social, que uno de los objetivos, quizá el principal, que se había de perseguir, era el de la recomposición del tejido social, esto es, la reconciliación. En una nación, España, convaleciente de un conflicto fratricida, como la guerra civil y posteriormente inmersa en 36 años de dictadura, con personas afectadas en lo más profundo, en ambos bandos, lo más difícil sin duda era volver a mirar a la cara a los verdugos de tu padre, de tu abuelo, de tus seres queridos. Esto, además, se exacerbaba en los pueblos, en los cuales todo el mundo sabe a quién tiene enfrente.
Esto que estoy relatando lo conozco de primera mano. Son muchas, muchísimas, las ocasiones en las que paseando con mi mujer por Ocaña, tierra de sus padres y abuelos, nos hemos cruzado con personas para mí anónimas, pero para mi mujer, aquellos que se llevaron a su abuelo para fusilarlo, o los descendientes de estos. Convertidos, por obra y gracia de la democracia, en vecinos comunes.
La Guerra Civil fue una experiencia terrible. Yo, personalmente, no tuve la desgracia de vivirla, pero sí he tenido la oportunidad de conocer los testimonios de aquellos que la sufrieron, por ambas partes. Familias que, incluso, se veían divididas en ambos bandos, haciendo de quien hasta entonces había sido su familia enemigo irreconciliable. Sería imposible hacer un glosario de las injusticias y atrocidades cometidas por ambos bandos, ya que una guerra civil es la peor de las guerras, pues en una guerra internacional no odias a tu enemigo a nivel personal, sino como colectivo, mientras que en una guerra civil los odios, las envidias y las rencillas vienen de antes, en muchos casos, dando excusa a la violencia contra el vecino, contra el compañero, contra el patrón.
Esto le ocurrió al abuelo de mi mujer. Un hombre joven, con cinco hijos e hijas y esperando la sexta, cuyo delito fue tener tierras y trabajadores a su cargo, los mismos que le denunciaron por explotador y por beato cuando Ocaña se encontraba bajo el dominio del bando republicano. Los mismos que le apresaron. Los mismos que se meaban en la lechera que su mujer, embarazada, le llevaba a diario a la cárcel, delante de ella, antes de dársela para que se la bebiera. Fue, aun así, un hombre valiente, que luchó por su vida hasta el final, para no dejar viuda y con seis hijos a su joven mujer, hasta el punto de saltar del camión que le conducía a su destino final. Desgraciadamente, le dieron alcance y murió allí, en el campo, por tener posesiones que seguramente se había ganado a pulso, y por ir a misa.
Todo esto, que ya debería figurar solo en los libros de historia y en la memoria personal de quienes sufrieron este tipo de injusticias, viene a colación, sin embargo, por la reciente aprobación de la llamada “Ley de la memoria democrática”. No deja de ser llamativo que, en este y en otros ámbitos, pero sobre todo en este, Pedro Sánchez esté repitiendo el mismo patrón que Jose Luis Rodríguez Zapatero. Es más, basándose en el patrón revanchista y sectario que puso en marcha la ley de la memoria histórica, Sánchez ha dado una vuelta de tuerca más a lo que parecía que no podía empeorarse.
Parece lógico, ya que estamos hablando de dos presidentes que heredaron España en un momento óptimo, en ambos casos, y en ambos casos van a dejar un país arruinado, enfrentado y destruido como nación, en virtud de tapar semejante escabechina, que ambos hayan buscado la manera de que su nombre figure en los libros de historia por algo más que sus múltiples fracasos. De este modo, fracaso sobre fracaso, donde Zapatero logró revivir las dos Españas, Sánchez va a sacar de las entrañas de la tierra que cubría lo peor de nuestra historia a los fantasmas más terribles, otorgándoles condición de víctima a los terroristas, a los asesinos y a los traidores a España y negándosela a los que, como el abuelo de mi mujer, no tuvieron el privilegio, sea dicho entre comillas, de pertenecer al bando rojo.
Esta ley nace viciada, desde el momento que su aprobación ha sido pactada con Bildu, herederos de la banda terrorista ETA. Un partido legalizado con calzador en virtud de los múltiples favores políticos que siempre han necesitado los partidos débiles para alcanzar el gobierno. De este modo, han conseguido la ignominiosa rendición, nuevamente, de Pedro Sánchez, que una vez más demuestra que sus principios son aquellos que le hacen aferrarse a la Moncloa. De este modo, en una incoherencia cercana a la traición a España y los españoles, el PSOE se ha avenido a incluir una comisión que estudie la vulneración de los derechos humanos entre 1978 y finales de 1983, año en el que actuaban los llamados GAL, incluyendo así entre las víctimas acreedoras a indemnizaciones a los etarras que fueron asesinados por el grupo GAL y a sus familias.
Esta incongruencia, que sitúa a los etarras muertos en el sucio ejercicio del terrorismo en el mismo nivel que sus víctimas es una aberración legal, pero sobre todo, es una aberración social e intelectual. Me pregunto hasta dónde va a ser capaz de llegar Pedro Sánchez para mantener su posición. Cada vez parece que ha superado el límite de lo congruente y cada vez nos demuestra que no, que el límite, para él, está más allá.
¿Dónde se encuentra este límite? ¿Qué ocurrirá si, como es previsible, el año que viene los españoles demostramos coherencia y les expulsamos, definitivamente, de las instituciones? Cabe en este punto recordar las palabras de quien fuera su vicepresidente, Pablo Iglesias, tras las elecciones andaluzas de 2018, cuando decretó la “alerta antifascista” y prácticamente llamó a sus acólitos a tomar las calles, desoyendo el mandato de las urnas.
Cabe preguntarse qué estaría ocurriendo en España si con una inflación disparada, como la actual, los combustibles subiendo 70%, la luz, el gas, los alimentos y los productos básicos en niveles de precio históricos, estuviese gobernando un partido de derechas. Entonces, sí que estarían ardiendo las calles. ¿Cuál es el motivo, entonces, de que esto no esté ocurriendo?; pues que la movilización social siempre ha sido el campo de la izquierda, y esta izquierda prefiere ruina con un gobierno de izquierdas que prosperidad con uno de derechas.
Así pues, y visto de este modo, no fue tan extraño lo de la guerra civil, y existen paralelismos entre la actual situación y la que se daba en 1936, cuando el tiro en la nuca se legitimó según el color político de quien lo recibía.
Sánchez ha colocado a los asesinos en el mismo nivel que sus víctimas inocentes. Es un paso más hacia la ignominia, pero un paso de gigante. Esperemos, pues, cualquier cosa de este gobierno que, al menos para mí, empieza a ser ilegítimo.
Quizá España ya no pueda soportar siquiera un año más de humillaciones y sinsentidos. Quizá, y sólo quizá, haya llegado el momento de tomar las calles, de una huelga general. Quizá haya llegado el momento de las pancartas y los eslóganes, para evitar el momento de las antorchas y los linchamientos.
Tal vez estemos a tiempo de que no tengamos que terminar matándonos con el vecino una vez más.
Pero si esto ocurre, aquí está mi fusil. Presto para la batalla. Hay mucho que defender y muchas cuentas que saldar. Siempre será mejor que sea en las urnas.
Pero eso sí, cuanto antes. La paciencia tiene un límite.
@julioml1970