OPINIÓN

La memoria del cine chileno en el Oscar

por Sergio Monsalve Sergio Monsalve

El cine chileno refrenda en 2022 su poder como uno de los centros de producción más importantes del mundo hispano, ante los resultados del Oscar.

No es un fenómeno nuevo, viene sucediendo desde el premio a Mujer fantástica, con una generación de realizadores ya afincados en Hollywood y en el circuito de los grandes festivales, por mérito propio.

A ellos los encabeza el creador de la compañía Fábula, Pablo Larraín, quien no por casualidad figura indirectamente en el Oscar 2022, por medio de la nominación de la actriz Kristen Stewart en la película Spencer, realizada por él.

El año pasado tuvimos noticia de la inclusión de El agente Topo en la categoría de documental, bajo la autoría de la chilena Maite Alberdi.

Actualmente, el país austral cruza los dedos y eleva su esperanza por la participación de Bestia en la categoría de mejor cortometraje animado, donde podría dar el batacazo, si lo permite la favorita Robin Robin, un trabajo más edulcorado y light, del gusto evasivo de los académicos.

Así y todo, Bestia merece un comentario aparte, al despertar nuestra reflexión crítica.

Al respecto compartimos su sinopsis: “La vida de una agente de la policía secreta en la dictadura militar en Chile. La relación con su perro, su cuerpo, sus miedos y frustraciones, revelan una macabra fractura en su mente y en el país”.

El acierto del film breve radica en dos factores: la recreación de un sórdida historia basada en hechos reales, y el manejo diestro de las técnicas del stop motion para diseñar a la protagonista fantasmal.

En efecto, la pieza se cuenta con una ambigua villana compuesta por facciones de muñeca de porcelana terrorífica, de ojos achinados.

Con ello, el director Hugo Covarrubias quiso manifestar la frialdad, la inexpresividad, el desafecto y la falta de empatía de un carácter que representa una política de estado, signada por el exterminio y la violación de los derechos humanos.

Por tanto, ella es símbolo gráfico del expediente de torturas, desapariciones y asesinatos selectivos, en modo limpieza y purga de la disidencia, que definió a los tiempos oscuros de Pinochet.

Sobre el tema, el aporte del cine se pierde de vista, desde las primeras denuncia documentales de Patricio Guzmán en plena tiranía, pasando por las revisiones industriales del mainstream, como Missing de Costa Gavras, sin olvidar series recientes del oportunismo y la explotación del morbo de las sectas, como el caso de Colonia Dignidad, con la cual Bestia coincide en exponer las crudas relaciones del pinochetismo con los adoradores de Hitler, que buscaron refugio y escondite en América Latina, logrando camuflarse por décadas e influir en la vida común de personas vulnerables y comunidades de víctimas inocentes.

Bestia relata la banalidad del mal de Ingrid Olderöck, la llamada “mujer de los perros”, que existió en realidad, prestando servicios a la Dirección de Inteligencia Nacional como torturadora.

Su biografía salió a la luz antes, gracias a la investigación de un reportera que la retrató descarnadamente en un libro.

Según el portal de la DW: Covarrubias explica que «luego de leer el libro de Nancy Guzmán, Ingrid Olderöck, la mujer de los perros, encontré que la propia Olderöck revelaba mucha incongruencia mental, paranoia, frustración. Entonces, decidimos abordar la historia desde la sicología del personaje porque, a pesar de ser perpetradora, ella estaba fracturada, tenía bastantes traumas y se le notaban».

El guion de Bestia elude los trucos de las biografías al uso, armando mejor un rompecabezas mental y anecdótico del proceder mortífero de la torturadora.

En principio, la muestra como otra mujer más que se enmascara su aislamiento y alienación, con la compañía de una fiel mascota.

Por cuestiones de época, la vemos al comienza fumar un cigarrillo en un avión, mientras la cámara hace un zoom de una herida profunda que marca la sien de su rostro, de su semblante roto.

Entramos por ahí, entonces, a su subconsciente, que es de la dama perturbada por sus recuerdos nazis, sus acciones de rutina, practicando “zoofilia” con su perro.

La policía secreta la cita en una casa típica de clase media, a la que ella asiste como funcionaria, secundada por su can. Después de llenar unos formularios y rebobinar un cassette con un lápiz, Olderöck se dirige al sótano, coloca música distractora y lanza su pastor alemán al cuerpo de una mujer indefensa, que yace en la profundidad del campo.

Así operaba la máquina de destrucción masiva del terrorismo de estado, a cargo de Pinochet.

Como crítica, solo comento que siento al corto sufrir de desconexión de su contexto, concentrando exclusivamente la maldad y la bestialidad en una mujer, que puede servirle a todos como chivo expiatorio.

Es uno de los ángulos más discutibles del filme. De pronto ahora, causa ruido que un hombre como Covarruvias revise un episodio puntual, apuntando solo a una mujer, en lugar de desnudar a todo el engranaje que aupó a la Bestia.

El asunto dará para un largo debate.

Por lo pronto, cabe destacar el esfuerzo poético y narrativa, de buscar en el minimalismo, en el menos es más, una inspiración para instalar y proponer una conversación necesaria, entre el pasado y el presente.

De ahí Bestia sea tan bien recibida en los festivales del mundo y en el Oscar.

Asegura la experta en animación, Malena Ferrer, que un corto como Bestia habla de una enorme deuda histórica que no se ha saldado en la memoria colectiva de Chile.

Por ende, justifica que los millenials tenga la oportunidad de no olvidar y de actualizar las investigaciones de nuestro querido Pato Guzmán, para abogar por la libertad, la democracia y la lucha contra la impunidad.

Lo recomendamos, en último caso, como fuente de inspiración de la disidencia en Venezuela, que ha sufrido también las inclemencias de la tortura. No en balde, hay una investigación de violación de derechos en curso, que salpica al régimen y su cúpula.

A propósito, Tal Cual propuso el documental La República que tortura.

De modo que la “bestialidad” no es cuestión del pasado, para nosotros, sino un trauma que nos afecta en el presente.