OPINIÓN

La mejor defensa de Donald Trump

por Carlos Alberto Montaner Carlos Alberto Montaner

A Tom Klingestein se debe la más inteligente defensa de Donald Trump que he visto. Me refiero a su conferencia Trump 2020: A Man vs a Movement, fácilmente localizable en Internet.

TK vive en Nueva York y es el chairman del Claremont Institute. Se trata de un think-tank conservador, radicado en California, que tiene más de cuarenta años de fundado. TK es una persona dedicada a las finanzas, inversionista y, además de pensador, es dramaturgo. Debe andar por los sesenta y pico de años, pero no soy muy bueno adivinando la edad de las personas.

Según Klingenstein (a mi juicio minuciosamente equivocado), hace tres afirmaciones al comienzo de su charla:

  1. Donald Trump es el hombre perfecto para esta coyuntura. No para todas, sino para esta. Le sobra su fanfarronería habitual. A veces parece su mayor enemigo.
  2. Los republicanos no están haciendo bien su trabajo.
  3. El Partido Demócrata ha sido tomado por el ala más radical y está a punto de comenzar una revolución. Como prueba de ello son los saqueos, los incendios y las declaraciones de Antifa Black Lives Matter. De acuerdo con TK, esta elección es la más importante desde 1860.

En ese año Lincoln se convirtió en presidente y encabezó una de las dos Américas que acabaron trenzadas en una mortífera guerra civil que le costó al país más de 600.000 vidas en apenas 4 años (de abril de 1861 a abril de 1865). Finalmente, tuvo una consecuencia extraordinaria: el fin de la esclavitud en el país. (Por cierto, a juzgar por el antitrumpismo infinitamente mayoritario de la población negra, de haber vivido en aquella época, es de presumir que Trump hubiera simpatizado con el sur derrotado y no con el norte triunfador).

En todo caso, Donald Trump no es el hombre para presidir la democracia más exitosa del planeta. Es, como lo calificó el senador republicano Marco Rubio, un  “con man”, un pillo, un simulador, que fracasó como educador universitario y como dueño de casinos de juego, pero es un gran vendedor de sí mismo, capaz de posar como un gran negociante.

Los republicanos hacen lo que pueden con Trump. En muchos casos el dilema es seguir con él o no ser electos. Se sabe que la familia Bush y el entorno de John McCain y de Mitt Romney lo rechazan. Pero, como buen caudillo, Trump se ha apoderado de muchos electores republicanos, aunque cientos de generales, almirantes y servidores públicos, como John Bolton, James Comey y John F. Kelly, lo detestan, tal vez porque han trabajado muy cerca de él y han terminado por enfrentarlo.

La parte más interesante de la charla de TK tiene que ver con el Partido Demócrata. Según él, los más radicales se han apoderado de la institución. No lo creo. Ni Biden ni Harris son radicales. Joe Biden estuvo varias décadas en el Congreso y fue ocho años VP de Obama, mientras Kamala Harris lleva también muchos años en el servicio público, como abogada y como senadora, y ni uno ni otra jamás se han apartado de los límites de la democracia liberal.

Lo que a TK se le antoja como “radicalismo” no lo es. Ni el acatamiento de las reglas de la “corrección política” -esencialmente unas limitaciones en el uso del lenguaje-, ni la “política identitaria”, ni el multiculturalismo, atentan contra el “American way of life”. Ese es el actual “American way of life”, sencillamente porque todo evoluciona, incluida la grata forma de vida americana.

Son solo muestras de la evolución natural  de una sociedad que actualmente tiene 330 millones de habitantantes, y a muchos de los cuales les resulta imposible asumir el relato blanco y esclavista de los plantadores que fundaron la república en 1776 y se dieron una brillante Constitución (para su época) en 1787. (En esos años, Estados Unidos tenía menos de 5 millones de habitantes y ocupaba un territorio infinitamente menor que el que actualmente posee).

La “política identitaria” es la que expresan los grupos vinculados al LGTBQ. Cansados de que se les margine, persiga (y a veces los matan o encarcelan), por sustentar unas  urgencias sexuales que no son las convencionales. Reclaman una libertad que no es contra Estados Unidos, sino cae dentro de la “democracia liberal” inventada, precisamente, por una sociedad que ha hecho una religión del diálogo civilizado.

El multiculturalismo surgió de una observación evidente. No existía el “melting pot” que mezclaba e igualaba a los recién llegados al país, sino, realmente, se creaba una “paella” en la que cada grupo mantenía su religión (o su no religión), sus costumbres, y a veces su idioma, hasta que las generaciones siguientes asimilaban parcialmente las influencias del núcleo fundador. A todos los unía el “patriotismo constitucional”. El hecho de que todos respetaran las mismas reglas.

Lo que ha hecho grande a Estados Unidos, y lo que lo ha convertido en la primera nación del planeta, la única superpotencia, es precisamente la ausencia de radicalismo en la dirección del país. Desde hace muchos años los dos partidos, republicanos y demócratas, buscan perfeccionar el sistema. Trump se equivoca cuando afirma que hará grande a Estados Unidos. Estados Unidos ya es grande.

Casi todos están de acuerdo en que la economía de mercado es el sistema económico preferible, y demócratas y republicanos coinciden en las virtudes de la democracia como forma de cambiar las élites de gobierno. Se equivocan Trump y TK cuando afirman que esta es una elección única.

Discrepan, eso sí, en el monto de los impuestos y en las atribuciones del gobierno, pero ni la senadora Elizabeth Warren, ni el monomaniaco senador Bernie Sanders, con su ritornello de 1%, son por ello peligrosos “radicales”. No pretenden cambiar la esencia del sistema que ha engrandecido a Estados Unidos.

Otra cosa son los grupos marginales vinculados al KKK, a Antifa o a BLM. Si hay algo ajeno a las creencias políticas de Estados Unidos es la violencia indiscriminada, aunque tenga un origen legítimo. Al final serán arrollados por el “patriotismo constitucional”. Esos grupos desaparecerán por falta de una estructura conocida y porque 90% de la sociedad americana, desde los conservadores hasta los (mal llamados) liberales, rechazan visceralmente la barbarie. ¿Quién recuerda el “Black Power” o las “Panteras negras” de los años sesenta y setenta? Lo mismo les ocurrirá a estas manifestaciones de extremismo.