OPINIÓN

La mejilla ensangrentada de Biden

por Jorge Castañeda Jorge Castañeda

Foto AFP

Se ha vuelto una verdad consagrada el llamado pacto faustiano que concretaron primero Trump y López Obrador, y luego el mismo presidente mexicano con el sucesor de Trump. A cambio de hacer el trabajo sucio de Estados Unidos en materia migratoria, la Casa Blanca se ha hecho de la vista gorda en todos los demás asuntos de la agenda bilateral, incluyendo algunos que podrían considerarse como de índole interna mexicana. En los bilaterales, los dos mandatarios estadounidenses pasaron por alto la pasividad de López Obrador en los temas de energía, e incluso ahora de maíz, sin hablar de propiedad intelectual, consideraciones ambientales, de trabajo infantil, etc. En la guerra contra el narco, Washington hizo caso omiso de los abrazos, no balazos, del saludo a la mamá del Chapo, de la liberación inicial de Ovidio, de la lentitud de las extradiciones, y de la renuencia mexicana de cooperar con la DEA como antes. En lo tocante a temas, en mi opinión, también bilaterales pero que el gobierno tilda de “internos”, Estados Unidos permaneció en silencio ante los posibles retrocesos mexicanos en derechos humanos y democracia, agravando la violencia y la inseguridad, y frente a las barbaridades morenistas en política macroeconómica, que han condenado al país a un estancamiento permanente,  generando nuevos flujos migratorios nacionales. Asimismo, Biden ha apechugado ante la cantidad de travesuras de AMLO con Cuba, Venezuela, Perú, Nicaragua y Ucrania.

Desde que describí este intercambio vergonzoso a principios de 2021 en The New York Times, cuando parecía una exageración o despropósito, múltiples analistas mexicanos y extranjeros lo han corroborado. Así como han tildado de comparsa de López Obrador al embajador Salazar, diversos medios internacionales, a raíz del Plan B, de los ataques al INE, y de la manifestación del domingo, han sugerido o exigido que se acabe el pacto faustiano y que Washington haga su chamba. Por mi parte, he insistido en este análisis, con su corolario, que es el que se está complicando, para Biden y para López Obrador.

En efecto, siempre sostuve que con el tiempo, otros sectores de la administración Biden, y otros sectores de la sociedad y del Estado norteamericanos, no podrían sostener indefinidamente y a pie juntillas la actitud de Biden de hacerse tonto. Dentro del poder ejecutivo, agencias “sueltas” o “rebeldes” como la DEA, USTR, ciertas subsecretarías del Departamento de Estado, y hasta la EPA (que no se somete tan dócilmente a la docilidad de John Kerry), han comenzado a responder a sus tradiciones, a sus bases burocráticas y apoyos presupuestales. No se alinean del todo con la Casa Blanca y el Consejo de Seguridad Nacional. No pasarán al acto, creo, ni con paneles en materia de energía o de maíz (aunque tal vez con consultas sí en este último caso), ni con declarar como organizaciones terroristas a los cárteles mexicanos, ni siquiera con declaraciones menos tibias sobre el INE, pero harán más ruido.

A su vez, el Congreso, los medios, la academia, los abogados y organizaciones de derechos humanos en Estados Unidos tampoco le hacen ya tanto caso a Biden. Es lógico. Poseen su propia dinámica; ya Biden está en campaña; a López Obrador se le ha pasado la mano en muchos temas, y cada uno de estos protagonistas se nutre de los insumos de los demás. Cuando un medio norteamericano denuncia el Plan B, los legisladores que le traen ganas a la 4T retoman la nota y la convierten en carta al Ejecutivo. Los subalternos de Blinken y Sullivan cierran los ojos, pero los titulares no pueden hacerlo tan fácilmente. Se va creando una bola de nieve, ante la cual nos hallamos ahora.

López Obrador tiene toda la razón en singularizar a Biden y retarlo. Ataca a Blinken, al Departamento de Estado, a Menéndez y a Cruz, a la DEA y a la embajadora Tai, pero aclara que debieran seguir las instrucciones de su jefe en lugar de estarlo fastidiando. Biden acusa el golpe, y se calla, o incluso recula. Cree que no le queda otra: como ya se ha dicho, AMLO es capaz de desatarle un marielazo a Biden a partir de septiembre de 2024, con caravanas de haitianos, venezolanos y más cubanos. El chantaje es real y la amenaza es creíble. No en balde la veneración de López Obrador a Fidel Castro.

Pero Biden ignora una lección de su predecesor, y de Elon Musk. Como a todos los bullies, cuando se le habla fuerte, AMLO se dobla. Así lo hizo Trump dos veces, con el cierre de la frontera en noviembre de 2018 y con los aranceles en mayo de 2019, y así le hizo Tesla con Nuevo León hace unos días. A Biden le va a costar cada vez más poner la otra mejilla; ya la trae chapeadita, casi ensangrentada.