Un sector de ninguna manera despreciable de la intelectualidad y del activismo cívico mexicano votó por López Obrador debido a su creencia de que el tabasqueño legalizaría la marihuana. En realidad, no había razones para pensarlo, ya que en el mejor de los casos el sempiterno candidato siempre afirmó que el tema carecía de importancia, y en algunas ocasiones manifestó su franca oposición. Pero debido a un simple silogismo –legalizar la marihuana es una medida de izquierda; AMLO es de izquierda; ergo, legalizará la marihuana- pensaron que así sería.
Huelga decir que no solo no ha sucedido, sino que toda la evidencia sugiere, a pesar de ciertas esperanzas renovadas de algunos comentócratas, que no tendrá lugar ni este año, ni el siguiente, ni nunca. A menos de que algún factor desconocido, nuevo y externo al debate actual, venga a incidir en él.
Quienes siempre hemos sido partidarios de la legalización del uso recreativo de la marihuana, y que hemos luchado por ello en los tribunales, en la plaza pública y ante los legisladores, sabemos bien que hay por lo menos cuatro razones por las cuales López Obrador, dejado a sí mismo, jamás daría ese paso. La primera, igual que con el aborto, es porque la Iglesia (o las iglesias, pero hay niveles) se opone. Es un pleito que no vale la pena para el presidente. En segundo lugar, porque el ejército se opone, con o sin razón, y ese pleito tampoco tiene sentido. En tercer lugar, por sus propias convicciones: AMLO es mojigato y de una izquierda tradicional, para la cual estos temas no solo carecen de importancia, sino que desvían la atención de otros más importantes, y además dañan a la juventud y a los consumidores en general. Mejor combatir las adicciones.
La cuarta razón podría parecer la más importante, a la luz de lo ocurrido a lo largo de los primeros dos años (ya casi) del sexenio. Se trata del desacuerdo de Trump con dicha legalización. Se han producido varias filtraciones según las cuales en distintas ocasiones el gobierno de Estados Unidos le habría expresado a López Obrador que vería con muy malos ojos cualquier medida en ese sentido. Pero aún sin dichas filtraciones, es evidente que la administración saliente en Washington está ferozmente en contra de la legalización. El primer fiscal general, Jeff Sessions, fue particularmente virulento en su combate a las legalizaciones estatales, y a los efectos que de ellas se derivaban. Asimismo, la base electoral de Trump, en especial los evangélicos y la derecha conservadora, también rechazan la legalización. Trump quería evitar ese pleito, sobre todo si lo generará López Obrador (a diferencia de Trudeau, por ejemplo).
Pero ¿qué pasa si de repente Trump ya no existe, y el nuevo presidente de Estados Unidos no solo no se opone a la legalización recreativa federal de la marihuana, sino que la impulsa y la lleva a cabo? Como es sabido, tanto Joe Biden como Kamala Harris se han pronunciado a favor de la legalización en los debates, en sus discursos y en la plataforma o programa del Partido Demócrata. También es un hecho que casi 70% de la opinión pública, de acuerdo con la serie de encuestas de Gallup, que mide el tema desde los años setenta, apoya la medida.
Es posible que Biden decida postergar cualquier iniciativa al respecto, y seguir dejando que los estados de la Unión den pasos adicionales, uno por uno. Incluso el estado de Oregon votará el martes a favor o en contra de la legalización de la heroína, la cocaína y el fentanilo. Biden puede pensar que frente a la magnitud de los demás retos no quiere gastar capital político en esto. O al revés, puede concluir que se trataría de cumplir con una promesa de campaña altamente simbólica, de gran aprobación en la sociedad, y que le costaría muy poco. Veremos. Como veremos también qué hace López Obrador si su nuevo socio le voltea la tortilla.