OPINIÓN

La mano visible del Estado

por Isabel Pereira Pizani Isabel Pereira Pizani

 

En la entrega del premio Princesa de Asturias nos llenó de tristeza oír a Serrat, nuestro amado juglar, referirse al mercado como el culpable de todos los males que aquejan a la humanidad: “Los valores democráticos y morales han sido sustituidos por la avidez del mercado». No puedo evitar una reflexión íntima, es una lástima que este cantor no haya comprendido lo que significa el mercado como inicio de una nueva era de la humanidad, tal como  nos enseña Antonio Escohotado quien nos repite incansablemente que el comercio y el mercado posibilitan a la gente  comportarse  como ciudadanos, no hay  que asaltar ni matar a quien posee lo que deseo, se puede intercambiar pacíficamente, o como repetía Hayeck: “El mercado, el sitio donde mi enemigo puede ser mi amigo”. Los latinoamericanos hemos vivido una dispendiosa fantasía, luchando contra la mano invisible de un mercado desconocido, mientras nos debatimos en las garras visibles de Estados opresores, concentradores, centralizadores, corruptos,  militarizados que impiden a toda costa que estas hermosas y feraces tierras prosperen y crezcan.

Vivir en las entrañas de sociedades donde el Estado es el monstruo capaz de controlarlo todo significa que gran parte de la población sobreviva en la indigencia, en pobreza, sin esperanzas. Son los Pueblos tristes que tanto duelen en la voz de Otilio Galíndez.

Hoy se sabe que Dios no puso el hambre, es bueno recordarlo. El Estado desdoblado en institución extractiva y totalitaria exuda los rasgos de ese ADN particular. Lo primero, revive sin mucha teoría  a su Frankenstein contrario “la Planificación Centralizada” una entidad que decide la existencia humana en todos sus registros, sorda, sin oír aspiraciones y necesidades “la planificación centralizada ocurre cuando la toma de decisiones económicas es realizada por las autoridades e impuesta coactivamente, con base en la concentración del poder político y el control de las instituciones, la autoridad  impone determinadas elecciones sobre qué bienes producir, cómo producirlos y para quién producirlos”.  El trabajo, la producción, el consumo, la cultura, el arte, los deportes, cuál tipo de zapatos usar, qué aprender y sobre todo, marcar fronteras al pensamiento y creencias. Recuerdo mis tiempos de estudiante en París donde veíamos llegar a los estudiantes chinos, idénticamente peinados y vestidos, con zapatos iguales, era como una masa amorfa donde traslucía el comunismo chino, todos exactamente iguales, sin distinciones y sin personalidades propias. En los escasos intercambios directos con ellos siempre nos decían: “Ustedes son raros, se visten como quieren y pertenecen a muchas organizaciones distintas, entre nosotros solo existe el partido y el Estado, no hay que escoger, ni decidir nada,  el partido y los gobernantes ordenan, ahí se acaba todo. Ustedes tienen opiniones distintas, eso no existe en el mundo socialista”. El disfraz de la Planificación Centralizada en las antípodas del Mercado se exhibe como una institución demoledora, derivada de una cacareada superioridad moral, en nombre de una falaz representación de todos, los pobres victimizados en una suerte de práctica religiosa. Una oferta de trueque de paraísos a cambios de votos, inmovilismo y subordinación ante maniobras destructoras, crudamente una entrega del alma. Cualquier historia o recuento sobre los Estados latinoamericanos, con escasas excepciones, muestra poblaciones seducidas por el fraude socialista, venerando a quienes los maltratan, tiranos y corruptos, en variadas versiones del síndrome de Estocolmo, verbigracia Argentina antes de Milei. 

Sin rubor alguno, podemos constatar una gran oportunidad para Venezuela: haber abandonado la creencia en la mano visible del Estado. Día tras día los sondeos lo repiten, el apoyo al socialismo se reduce a porcentajes ínfimos, hoy representa menos de 20% de la gente, sobre todo en los sectores populares, como evidenciaron las últimas consultas electorales.  La gente experimenta que mientras más se aposenta el Estado en su existencia, más triste, miserable y sin esperanzas es la vida, ha sufrido el aplastamiento de la mano visible del Estado en el salario, educación, salud, política, pero no en sus íntimos pensamientos, el único espacio de libertad, aun sabiendo que disentir puede costar hambre, prisión y muerte. Cualquier idea de cambio, reforma, corrección de fracasos es juzgada como traición a la patria. Patria trasmutada en un territorio envenenado por los genes de un socialismo fortificado con el espurio uso de las armas de la República. Es traición, denunciar los desafueros, opinar, tratar de corregir. Paradójicamente no es traición a la patria, doblegarse ante poderes tiránicos Putin o Cuba, ceder el territorio y riquezas a grupos delincuenciales extranjeros como el ELN o aliarse con terroristas que explotan al mundo con su violencia, Hezbolá y Corea del Norte. Financiar a dictadores, carniceros de su gente, chulos a expensas del perfecto idiota latinoamericano que hasta ahora ha abundado en nuestros pueblos.

En este tránsito los venezolanos no estamos aislados, buena parte de la humanidad visualiza el final del nefasto ciclo socio histórico que ha condenado esta región del mundo. Eliminar la mano visible del Estado totalitario es la gran tarea, abrir las puertas y rescatar el derecho de propiedad de los venezolanos, su posibilidad de decidir y convertirse en actores o sujetos de su propia historia.

Venezuela goza hoy de esta ventaja comparativa inconmensurable en el mundo, sus intelectuales, estudiantes, profesionales, obreros, amas de casa, vecinos y ciudadanos en cualquier circunstancia de sus vidas, saben que el dominio de la mano visible del Estado impide que haya justicia, anula el Estado de Derecho, coarta el desarrollo de capacidades,  vocaciones e intereses, oscurece la posibilidad de soñar y crear. Decreta la muerte de la imaginación. Todo lo que existe es proyección del Estado y de los grupos que controlan esta gran máquina exterminadora, el verdadero Matrix de esta época histórica. La economía política, el comercio, el mercado es según David Hume la brida más eficaz de cuantas se hayan inventado contra el delirio del despotismo o como recuerda Montesquieu en su obra el Espíritu de las leyes “el espíritu del comercio lleva consigo frugalidad, economía, moderación, trabajo, sabiduría, tranquilidad, orden y regularidad. De ahí que mientras dicho espíritu prevalezca, las riquezas creadas por el no tengan ningún efecto nocivo” . No podemos afirmar lo mismo en las sociedades donde la Planificación Centralizada ahoga a los ciudadanos en su afán creativo y en la búsqueda de alcanzar sus aspiraciones más profundas. 

Nuevas puertas se abren, podemos seguir en la peleíta, amenazar desde el teclado a los que aspiran ejercer su derecho a votar, tratar de destruir a todo el que asoma y asume compromisos, negar esfuerzos, denunciar nuevos traidores, sin siquiera mover una neurona, ignorando que el universo se puede expandir es esta tierra de gracia, además de salir de quienes controlan el poder  es posible construir una sociedad de gentes responsables de sus actos, con proyectos de vida y levantar instituciones que incluyan, respalden e inviertan en un Mejor Venezolano

Recordemos una cita de los ganadores recientes del Premio Nobel, Daron Acemoglu y James Robinson: “El bajo nivel educativo de los países pobres se debe a las instituciones económicas que no logran crear incentivos para que los padres eduquen a los hijos , y a las instituciones políticas que no inducen al gobierno a construir, financiar y dar apoyo a las escuelas y a los deseos de los padres y sus hijos. El precio que pagan estos países por el bajo nivel educativo de su población y la falta de mercados inclusivos es elevado. No consiguen movilizar su talento incipiente”.

Basta de criticar, si el llamado mantra se cumple en determinada secuencia, lo importante es avanzar hacia la luz, estratégica y flexiblemente, sorteando trampas, corrigiendo errores, acertar en rutas que permitan que la luna no amanezca más alumbrando Pueblos tristes.