La semana pasada destacamos cómo viene creciendo en el mundo de lo financiero el temor de que una situación de “default” de parte de los deudores de China pueda desatar una crisis financiera global de proporciones superlativas.

En el caso de los préstamos del coloso de Asia a las naciones económicamente débiles –muchos de los cuales se inscriben dentro del contexto de su magno proyecto de la Nueva Ruta de la Seda– hay analistas que sostienen que estos pudieran haber sido deliberadamente diseñados para colocar a estos países en dificultad para reembolsarlos. Es una verdad incontrovertible que un deudor vulnerable se hace mucho más sensible a las presiones del acreedor.

Las estadísticas del Banco Mundial señalan que los préstamos a países con ingresos magros se han triplicado en los últimos 10 años para alcanzar 170.000 millones de dólares al fin del año 2020. Los principales países beneficiarios se encuentran en África subsahariana, Asia del Sur y Suramérica, en ese orden.

Un grupo de expertos norteamericanos recientemente ha señalado que para 50 de los principales países en desarrollo receptores de fondos, la media del conjunto de sus deudas con China ha crecido de 1% de su PIB en 2005 a 15% en el año 2017. Y para esta fecha son más de 10 las naciones que le deben a China por encima del 20% del valor de su Producto. Se habla, en este caso, de países como Congo, Kirguistán, Camboya, Níger, Laos, Zambia, Samoa, Vanuatu y Mongolia.  Lo que esto implica es que las deudas se van acumulando con el correr del tiempo y la dependencia se torna creciente. Cada uno de estos países tiene, en la mayoría de las organizaciones en las que participa, un voto del mismo peso que cualquier nación desarrollada. Es esto lo que lleva a pensar que una política de debilitamiento de las naciones en desarrollo habría sido estratégicamente estructurada desde Pekín para inclinar la balanza de su lado en la batalla que se libra, en esta hora de la geopolítica global, entre China y Estados Unidos en pos de una mayor influencia en los asuntos planetarios.

Tomemos un caso ampliamente estudiado que ejemplifica lo que algunos expertos llaman la “trampa de la deuda” china. Se trata de Sri Lanka y las inversiones chinas efectuadas desde 2006 en su complejo portuario de Hambantota, segundo puerto del país después de Colombo. En 2017, ante la incapacidad de honrar el endeudamiento, el país se vio en la obligación de ceder una participación mayoritaria a una sociedad de estado china y acordar un arrendamiento de 99 años del puerto, para poder mantener el puerto en operación.

Otro ejemplo es Venezuela, un país que ha visto descolgarse su economía de manera dramática. Una parte sustantiva de la deuda contratada con China -62.600 millones de dólares entre 2000 y 2016- se encuentra respaldada por la producción de hidrocarburos del país y se repaga parcialmente con cargamentos de petróleo, fuente principal de ingresos por exportación y tributarios. No es difícil, pues, imaginar la razón del posicionamiento geopolítico a favor de China del régimen que administra el país y su frontal desapego de Estados Unidos. Hoy por hoy no cabe duda de que, dada la gravitación de la deuda china en su economía, el apoyo de Pekín como acreedor será indispensable en la recuperación de largo plazo.


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