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La maldición de las 15 letras

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En nuestro país ha dejado de ser novedad el multimillonario expolio a Pdvsa. Aburre, por redundante, toda información concerniente el desenfrenado saqueo a la emblemática empresa nacional de hidrocarburos y, por ello, me sentí tentado a abordar mi errancia de hoy con esta noticia aparecida a principios de semana en un matutino español: «Detenida una pareja por robar el cepillo en 93 iglesias de 82 pueblos de Cantabria, Asturias y Palencia». Para los párrocos de estas localidades, semejante pillaje no comportaba tantos perjuicios como los destrozos ocasionados en las puertas y vidrieras de los templos profanados, con violencia digna de mejores causas o de mayores botines, por raterillos inescrupulosos capaces de engullir hostias y embucharse el vino de consagrar sólo por diversión. Los desfalcos a Petróleos de Venezuela no pueden compararse con esas fechorías de insignificante monta, entre otras cosas, porque aquellos suponen el escamoteo de bienes supuestamente pertenecientes al soberano, de acuerdo con la demagógica retórica con la cual el socialismo bolivariano ranchifica su narrativa.

Con similar farragosidad, los patriarcas bolivarianos —Vladimir Padrino, Nicolás Maduro, Jorge Rodríguez y el innombrable e impresentable mazo bellaco— hilvanarán, en registro de insufrible cursilería, sus rosarios de frases huecas y lugares comunes para exaltar a las madres en su día, esas admirables mujeres que, en sociedades patriarcales, cual la nuestra, cargan la familia cuesta y al menos una vez al año —el segundo domingo del mes de mayo— son objeto de  brindis, ¡Salud, mamá!, regalos, carantoñas, y hasta de arrebatos de melindroso amor filial, rayanos en la cursilería, condensados en 140 caracteres a fin de salir del brete. Sí, estamos de pu…ra madre, porque el día de hoy está consagrado en buena parte del globo a homenajearla.

«No hay nada que destruya tanto el lenguaje como la política, porque la política está hecha de lugares comunes, de frases hechas, de frases que no expresan la verdad, la realidad». Mientras transcribía la entrecomillada frase, sin tener en clara su procedencia se produjo uno de los inevitables apagones administrados con criterio de abundancia por Corpoelec y, lógicamente, me extravié en el laberinto del lenguaje, o mejor dicho (escrito), me atraganté con esta nota periodística: «Los demócratas encabezados por legisladores de la Cámara de Representantes de los estados fronterizos instan al presidente Biden a poner fin a las sanciones de la era Trump a Cuba y Venezuela que han golpeado las economías de esos países y contribuido a una oleada de inmigrantes en la frontera sur de Estados Unidos». Maduro debe estar de plácemes por la laxitud del inquilino de la Casa Blanca ante lo que, seguramente, los republicanos tildarán de sacrilegio. Y si de apostasías se trata, quizá venga a cuento recordar que tal día como hoy, pero en 1310, fueron quemados en Francia 54 caballeros pertenecientes a la Orden de los Pobres Compañeros de Cristo y del Templo de Salomón (templarios), tenidos de heresiarcas por la santa inquisición.

Jacques de Molay, último Gran Maestre de la congregación, no ardió en la hoguera sino 7 años después del juicio incoado contra él y sus cófrades. Se permitió, eso sí, maldecir al papa Clemente, al rey Felipe IV, el Hermoso, y al canciller del reino, Guillermo de Nogaret —Yo os emplazo a comparecer ante el tribunal de Dios antes de un año¡Malditos, malditos! ¡Malditos hasta la decimotercera generación de vuestro linaje!—. Los anatemizados dignatarios fallecieron en el plazo predicho.

Quienes no creemos en brujas, no obstante haya en el (des)gobierno color labios carmesí más de una Escandulfa, juzgamos insincera la reciente adhesión de Nicolás Maduro a una de las muchas sectas evangelistas que proliferan en el territorio nacional. Con inocultables designios proselitistas, improvisó el programa Tu iglesia bien equipada y le encomendó su alma a un pastor sin mucho olfato político, pero sí exceso de agallas económicas: cada quien hace de su trasero un sayo si le viene en gana; sin embargo, tal vez el nadar a contracorriente del catolicismo imperante en tierra de gracia, haya propiciado la maldición de las 15 letras mediante la cual a cada instante hasta el menos mal hablado de los venezolanos nombra a la progenitora del usurpador, deseándole de paso arda en el peor de los infiernos.

Al venezolano común, ajeno a los mitos forjados por la hagiografía chavista, se le va el tiempo en un diario deambular ejerciendo de prestidigitador de dinero virtual y billetes en peligro de extinción, guiado por la brújula de la necesidad y excitando sus papilas gustativas en pasiva contemplación de neveras y vitrinas dolarizadas.  La comida de los pudientes es oscuro objeto del deseo y envidia de quienes pasan hambre pareja. En 1537, cuenta Jean François Revel en Un festín en paroles (1979), la ciudad de Roma ofreció un banquete a Julio de Médicis, en agradecimiento acaso a un préstamo del banco propiedad de su poderosa familia florentina. El pantagruélico ágape, obscenamente fastuoso y abundante, fue servido en innumerables tandas en una mesa para 20 personas, colocada sobre un estrado en medio de un graderío donde se agolpó una muchedumbre ansiosa de presenciar la gran comilona, y, aunque Revel no lo dice, imagino a los comensales arrojándole sobras a los espectadores mantenidos a raya por un escuadrón de mercenarios bien papeados y guardias suizos armados hasta los dientes.

Autoproclamados líderes o dirigentes, apoltronados en el anonimato o atrincherados en las redes infames, tachan de indolentes, indiferentes y hasta egoístas a quienes hacen de sus estómagos y los de sus familias su razón de ser o móvil principal de su devenir, sin sopesar las causas de la desmotivación. Citan a Platón —«Uno de los castigos por rehusarte a participar en política, es que terminarás siendo gobernado por hombres inferiores a ti»—, a Toynbee —«El peor castigo para quienes no se interesan en la política, es ser gobernados por quienes sí se interesan»— e incluso, al taimado Lula da Silva —«Al que no le gusta la política corre el riesgo de pasar su vida entera siendo mandado por aquel al que le gusta»—. Se olvidan de una sentencia de Groucho Marx, compartida inconscientemente por la inmensa legión de víctimas de la pésima gestión bolivariana de la economía, sin haberla escuchado jamás, según la cual «La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados». Por eso, no es de extrañar que a esos sujetos también les caiga la maldición de las 15 letras, sin la recurrencia que lo hace sobre bigote en salsa. Pero ya el disparatar se extendió más allá de lo debido y solo resta felicitar a las madres en su día. Agasajarlas será empresa ardua porque escasean los churupos y deseos no empreñan, como dijo un presidente de la cuarta (¿?) República.

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